La tristeza por la despedida

Fin de la Gran Regata 2016

Los 44 veleros se marchan de la ciudad tras cuatro días de celebración camino de A Coruña, donde finaliza la última etapa.

La tristeza por la despedida
Rafa Burgal

01 de agosto 2016 - 06:00

Toda despedida tiene su punto de nostalgia. Amargura para el que se va y tristeza para el que se queda. Cádiz, siempre unida al mar, dijo adiós en la tarde de ayer a las 44 embarcaciones que desde el jueves han permanecido atracadas en el muelle gaditano. La Regata de Grandes Veleros llegó a su fin. Con él, regresó la estampa del muelle vacío a la espera de la llegada de nuevos barcos que traigan la riqueza a la ciudad.

Tras la traca final de la noche del sábado, todo regresó ayer a la normalidad. Una tranquilidad que no suele ir unida al verano, época que anima a salir a la calle, más si cabe cuando se produce un evento de estas características. Como todavía queda por definir si dentro de unos años los veleros volverán a devolver la vida intensa que durante cuatro días ha tenido el recinto portuario, fue la jornada de las instantáneas. De las estampas para el recuerdo y las fotografías para enmarcar. De los pequeños veleros acompañando a sus hermanos mayores en su lento tránsito para surcar el océano Atlántico camino de A Coruña, donde la Regata llegará a su fin.

El tiempo volvió a acompañar y concedió un respiro a todas las personas que se acercaron a diferentes puntos de la ciudad para contemplar cómo los veleros navegaban por aguas gaditanas en los primeros pasos de una larga travesía.

La primera de las estampas la protagonizó el Cuauhtemoc, el buque escuela mexicano, que salió a las 15 horas, un poco antes de lo inicialmente previsto, para atravesar el puente de la Constitución de 1812 en homenaje a lo que significó la promulgación de la primera Carta Magna española para la independencia de México. Una de las imágenes más vistosas de la jornada por su simbolismo y por su espectacularidad al estar los marineros subidos a las vergas de los mástiles y las velas desplegadas, con una enorme bandera mexicana en la popa.

Fue una de las instantáneas más buscadas, lo que hizo que una parte del público se desplazara hasta el paseo marítimo del barrio de Astilleros y de Puntales-La Paz por la insólita visita.

La estampa más recurrente se produjo una vez que el Cuautehmoc viró y recuperó el rumbo hacia el muelle para proseguir su camino en dirección a la Alameda. Sobre las 15.40 horas, el Christian Radich (Noruega) inició su maniobra de salida del puerto para poder seguir la estela de la embarcación mexicana para poder tomar su camino y servir de guía a los demás veleros, tanto a los de clase A situados en los muelles Alfonso XIII, Ciudad, Reina Victoria y Marqués de Comillas como a los de las clases B, C y D que han estado atracados en la dársena pesquera y que se fueron intercalando entre los distintos buques.

En la bocana del muelle, multitud de pequeños veleros y embarcaciones de recreo esperaban la marcha de los barcos para poder acompañarles en su travesía antes de la salida oficial de la competición, que se produjo sobre las 19 horas frente a la playa de la Victoria. Unos espectadores privilegiados al poder contemplar de cerca lo que el resto tenía que ver desde tierra.

Todo el frente marítimo se llenó de público para observar de lejos el retrato más llamativo de la Regata de Grandes Veleros. Hay quien, incluso, esperó estoicamente en la zona de la Alameda con sillas de playa para guardar el mejor sitio para ver los barcos. Sillas que también era el fruto de una frustrada jornada de playa para los que son más frioleros, aunque también hubo bastantes personas que aprovecharon los momentos en los que el sol venció a las nubes. Para ello, el mejor lugar para ver de lejos a los veleros fue la playa de la Caleta.

Al igual que la cabeza del pelotón náutico fue para el Cuauhtemoc, la cola fue para los otros dos barcos más espectaculares: el venezolano Simón Bolívar y, especialmente, el italiano Amerigo Vespucci. Poco a poco, los barcos se fueron alejando antes de dar inicio la carrera náutica, aunque la competición era lo que menos importaba.

El público se marchó y la feria se apagó. En el muelle sólo quedó el mar, que nunca se alejó de la ciudad. Con él se quedó el imborrable recuerdo. La triste nostalgia de lo que se perdió. Un tiempo de reflexión se abre ahora para decidir si los barcos y los marineros regresarán en 2020.

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