Las siete vidas de la Base de Rota

Cumbre de la Alianza Atlántica | Impacto en Cádiz

La base ha demostrado tener la virtud de adaptarse a la estrategia americana cada vez que la ha obligado a encontrar una nueva razón de ser

EEUU aumenta de cuatro a seis el despliegue de destructores del escudo antimisiles en Rota

Marines del “Ross” segundo de los cuatro destructores del escudo antimisiles de la OTAN. / EFE
Juan Rodríguez Garat - Almirante retirado

03 de julio 2022 - 06:00

Hay quien asegura que los gatos tienen siete vidas. Es solo un mito, claro, pero tiene su fundamento en la habilidad del versátil felino para revolverse y recuperar la compostura en las situaciones más difíciles, algo que hace mucho mejor que otros animales más especializados. ¿O es que alguien imagina una enorme jirafa revolviéndose en el aire para caer de pie?

En la fauna militar también hay gatos y jirafas. Cuando cambian las circunstancias, los primeros se adaptan y sobreviven. Entre los segundos, vienen a mi memoria los grandes acorazados y cruceros que, después de un desarrollo prometedor en el período de entreguerras, resultaron irrelevantes en la Segunda Guerra Mundial y, finalizada esta, languidecieron hasta la extinción. Quizá el triste final del Moskva haya sido el canto del cisne de esa clase de buques.

Viene la digresión a cuento porque, cuando uno piensa en la Base Naval de Rota, no puede menos que pensar que, como los gatos, tiene siete vidas. Su valor militar, que se deriva de su benigna meteorología y de su privilegiada situación en la bahía de Cádiz, ha prevalecido a pesar de los cambios políticos y estratégicos que se han llevado por delante otras muchas bases logísticas en su día prometedoras. La Base Naval de Rota ha demostrado tener la virtud de caer de pie cada vez que la adaptación de la estrategia norteamericana o aliada en las últimas siete décadas la ha obligado a saltar al vacío y encontrar una nueva razón de ser.

Hagamos un poco de historia. Cuando se firman los Pactos de Madrid, en 1953, la Guerra Fría lo condiciona todo. En estos primeros años, la OTAN mantiene la doctrina estratégica de la disuasión por destrucción mutua asegurada. La Norteamérica de Eisenhower sostiene que la certeza de que, cualquiera que sea el que ataque primero, una parte del arsenal nuclear del agredido sobrevivirá para devolver el golpe, es suficiente para mantener la paz en Europa, a pesar del rápido rearme del Pacto de Varsovia.

Dentro de la tríada nuclear que forman los misiles lanzados desde silos, los aviones de gran radio de acción y los submarinos, son estos últimos, ilocalizables en la mar, los que tienen más posibilidades de resistir la primera oleada. Esta realidad convierte a los submarinos nucleares portadores de misiles balísticos en pieza fundamental de la disuasión… y ahí está la Base Naval de Rota, desde la que patrullan las unidades del escuadrón 16 armadas con misiles Polaris y Poseidón, hasta que España y Estados Unidos acuerdan su retirada en 1975.

Con la desaparición de los submarinos balísticos, la Base pierde la primera de sus señas de identidad históricas. Ha cumplido su papel —contribuir a evitar el holocausto nuclear— pero es preciso evolucionar.

Como los gatos, la Base Naval de Rota atraviesa esta primera crisis cayendo de pie. La crisis de los misiles en Cuba, en 1962, obliga a la Alianza Atlántica a cuestionarse la validez de la disuasión exclusivamente nuclear. La guerra total sería tan suicida para los Estados Unidos como para el Pacto de Varsovia. ¿De verdad querrá el aliado del otro lado del Atlántico responder con armas nucleares a una guerra convencional en Europa? De esta legítima duda nace una nueva estrategia, la llamada respuesta flexible, que desde 1967 presupone la necesidad de disponer de armamento convencional suficiente para contener al Pacto de Varsovia en Centroeuropa.

El plan de batalla asociado a la nueva estrategia es complejo. Las divisiones aliadas están en clara desventaja numérica. Es necesario apoyarlas desde la mar. Desde sus posiciones en el mar Mediterráneo y el mar del Norte, los portaaviones de los EE.UU. tienen un difícil papel: atacar los flancos del ejército enemigo, con armamento convencional y, si fuera preciso, también nuclear táctico. En el Atlántico Norte, retaguardia de Europa, los buques y aviones aliados deben proteger el tránsito de las divisiones de refuerzo norteamericanas de los submarinos soviéticos.

Son estos los años en los que Rota adquiere más importancia en la estrategia norteamericana, los años en que es mayor el número de efectivos —militares y civiles, norteamericanos y españoles—que trabaja en la Base. La tarea fundamental es logística: garantizar el apoyo que necesita la poderosa Sexta Flota de los EE.UU. para estar lista para el combate. Pero Rota es, además, una base operativa desde la que se realizan misiones aéreas imprescindibles para el éxito de las operaciones navales aliadas: patrulla marítima, reconocimiento y guerra electrónica y transporte logístico.

Es esta época, la segunda mitad de la Guerra Fría, la que ve crecer en la Base Naval de Rota una segunda identidad, la de la Armada. La soberanía de la base siempre es española, pero la presencia, muy reducida en los primeros años, aumenta progresivamente. El Arma Aérea se traslada a Rota en 1957, cuando apenas es un embrión de lo que hoy ha llegado a ser. Más adelante, a medida que España recupera su sitio en el escenario internacional y aumenta la vocación expedicionaria de la Armada, nacen en la Base Naval de Rota los Grupos Aeronaval y Anfibio, el Grupo de Combate y, finalmente, el Grupo de Proyección. La creación del Cuartel General de la Flota, con responsabilidades nacionales y europeas, es el último hito de un proceso que da fe del papel protagonista que ha adquirido Rota en la seguridad de los españoles.

Desde la perspectiva estadounidense, el final de la Guerra Fría supone para la Base Naval de Rota un nuevo salto en el vacío. España ya está en la OTAN y, como exigían las condiciones impuestas por el Gobierno en el referéndum de adhesión, la presencia norteamericana en España se reduce drásticamente. Los aviones de los EEUU. abandonan las bases de Torrejón y Zaragoza, pero la Base de Rota no se toca. La privilegiada situación geográfica y la afortunada circunstancia de que en el recinto de la base coinciden un puerto de fácil acceso y uno de los aeropuertos militares más largos de Europa hacen que Rota vuelva a caer de pie.

Por desgracia, la caída del telón de acero no trae la ansiada paz, sino nuevos escenarios de conflicto. La Base Naval de Rota, donde atracan los barcos que traen material bélico de los EEUU. y desde donde salen los grandes aviones de transporte que los llevan a las zonas de guerra, se convierte en un centro logístico imprescindible para apoyar las operaciones de los Estados Unidos en Oriente Medio y las de la OTAN en Afganistán.

No termina aquí la historia. Las guerras, afortunadamente, no duran siempre. La retirada norteamericana de Iraq y, con el tiempo, también de Afganistán recorta el papel logístico de la Base Naval de Rota. Pero el fracaso de la Primavera Árabe trae inestabilidad al Mediterráneo y los esfuerzos de Irán por desarrollar un ambicioso programa de misiles balísticos aconsejan darle un nuevo papel a la Base Naval de Rota: acoger en sus muelles a cuatro destructores capaces de participar en un ambicioso proyecto para defender Europa de misiles balísticos al que –eran otros tiempos– se invita a Rusia a participar.

¿Por qué Rota? Por su situación. Para mantener un destructor desplegado en el Mediterráneo hacen falta dos buques basados en Rota o tres basados en la costa atlántica de los EEUU. El ahorro es claro, y no están los tiempos para derroches. Ni siquiera en la otrora todopoderosa marina norteamericana.

¿Cuál es el papel de estos destructores? Tan versátiles como la misma base, los buques norteamericanos, similares a las fragatas españolas de la clase 'Álvaro de Bazán', pueden llevar a cabo tareas muy diferentes. La más publicitada es la asociada al denominado escudo de misiles, que no es un concepto físico sino virtual: buques en la mar, en posiciones cuidadosamente escogidas, y radares y lanzadores de misiles desplegados en distintos países de Europa, unen sus capacidades para dar cobertura a nuestro continente frente a un ataque de misiles balísticos. No es una panacea. Está concebido para interceptar un número limitado de misiles, como el que podría emplear en un momento dado un país inestable como Irán o, más probablemente, un actor no estatal con acceso a esa capacidad.

Debería quedar claro para todos que la defensa de Europa no es la única misión de los destructores basados en Rota. En 2018, después de un ataque con armas químicas prohibidas sobre la población civil siria, dos de estos buques participaron en las acciones de represalia protagonizadas por los EEUU y varios países aliados. Merece la pena recordad que el Gobierno español del momento consideró que el lanzamiento de misiles Tomahawk sobre el aeropuerto militar desde el que habían partido los aviones atacantes era “una respuesta medida y proporcionada” a las acciones del Ejército sirio sobre la población civil.

La invasión de Ucrania, impensable hasta hace pocos meses, ha venido a dar un vuelco al escenario estratégico europeo. Rusia pasa de socio a adversario. Su influencia en algunos países del norte de África y el Sahel se deja sentir. En respuesta a la nueva amenaza, los aliados de la OTAN acuerdan en Madrid un incremento de las fuerzas convencionales en Europa. En paralelo, los EEUU solicitan al Gobierno español incrementar el número de destructores basados en Rota a seis.

No se trata de un cambio sustancial, ni cualitativo. No cambian las misiones ni se alteran los acuerdos alcanzados, si se exceptúa el incremento del número de buques implicados que precisará la aprobación del Congreso. El despliegue de dos destructores adicionales no tiene otro significado que el reconocimiento de un éxito: el apoyo que la Base Naval de Rota viene dando a la marina de los EEUU, del que es protagonista principal la industria naval de la bahía de Cádiz, ha pasado la prueba con una nota tan alta que el cliente pide más.

¿Qué cabe concluir de esta reseña histórica necesariamente breve? Los hechos demuestran que la Base Naval de Rota es una herramienta versátil que, en un escenario tan cambiante como lo han sido los últimos 69 años, ha contribuido a dar seguridad a norteamericanos y españoles, ha sido uno de los ladrillos con los que se ha construido una valiosa relación bilateral entre dos naciones que deben entenderse y ha traído riqueza y desarrollo a la bahía de Cádiz.

Frente esta realidad positiva de la Base Naval de Rota es posible defender otra realidad opuesta: la de quienes, todavía hoy, se manifiestan bajo las viejas consignas de OTAN no, bases fuera. Pero es justo decir que, en abierto contraste con los sucesivos cambios de papel asumidos por la Base Naval, con sus múltiples y satisfactorias vidas, sus críticos parecen tener una sola. Una vida que, como ocurre con todo lo que no evoluciona, se va haciendo vieja y, por lo que hemos visto en los últimos días, ha perdido atractivo para la mayoría de los españoles.

Bien está que la ciudadanía reclame paz y que cada uno defienda sus preferencias en relación con qué paz es la que quiere. Ni que decir tiene que quienes se manifiestan contra la Alianza Atlántica –paradójicamente, no importa si lo hacen porque los EEUU invaden Irak sin el apoyo de la OTAN o porque es Rusia la que invade un estado soberano frente a la oposición de la Alianza–tienen todo el derecho a hacerlo. Después de todo, también las jirafas tienen derecho a explotar su particular nicho evolutivo y continuar su vida sin los sobresaltos que conlleva la adaptación. Sin embargo, si algún día se consigue el verdadero objetivo estratégico de la Alianza Atlántica, si se logra construir ese mundo en paz en el que ya no hagan falta las armas nucleares que reclama el nuevo concepto estratégico de la OTAN, no será gracias a los desvelos de estos manifestantes.

La paz llegará algún día a nuestro planeta gracias al esfuerzo solidario de muchas personas. Entre ellas, se cuentan los militares y civiles, españoles y norteamericanos, que han hecho de Rota su hogar y que, desde ese rincón de la Bahía de Cádiz, trabajan cada día para que la humanidad consiga dar el primer y decisivo paso en el camino que conduce a un mundo más seguro para todos sus habitantes: conseguir que las relaciones entre todos los estados se sometan al imperio de la ley.

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