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Un vino libre de cualquier complejo

La bodega y almazara ecológica Sancha Pérez recupera la cultura enológica de la Janda

El empresario y dueño de Sancha Pérez, Ramón Iglesias, mostrando una botella de la cosecha del 2011.
M.alarcón/A. García Conil

25 de agosto 2013 - 05:01

Seguramente, en la mayoría de las conversaciones en las que se habla sobre vinos tintos, se termine finalmente intercambiando opiniones sobre los Riojas y los Ribera del Duero. Ambas son excelentes denominaciones de origen que gozan de un gran prestigio y fama, tanto dentro como fuera de nuestro país. Puede incluso ser muy probable que de las más de 65 denominaciones de origen que se disfrutan en España, estas dos últimas sean las más conocidas en el extranjero; algo así como la relación simple y facilona entre Italia y el Lambrusco que puede realizar cualquier persona que no sea un experto enólogo.

No obstante, sin llegar nunca a poner en duda la excelente calidad de ambos caldos, se puede decir que quizás en el resto del territorio nacional existan otros tintos que no tengan nada que envidiar a ambas denominaciones de origen. Tal es el caso del vino tinto gaditano, el gran desconocido cuya recuperación comenzó hace pocos años. Esta opinión, de la cual poco a poco más personas se van haciendo eco, es también mantenida por el empresario y emprendedor Ramón Iglesias, quien pretende recuperar la cultura de este tinto que tradicionalmente se ha cultivado en la comarca de La Janda: "El vino tinto de la provincia no tiene nada que envidiarle a otros vinos de España", explica Ramón Iglesias.

A pesar de lo que en un primer momento se pueda llegar a pensar, Cádiz en su historia ha contado con una gran tradición de vino tinto. Todo se remonta al siglo XIX, cuando en España tuvo lugar lo que se conoce como la Crisis de la filoxera. Este insecto, proveniente de América, acabó con la mayor parte de los viñedos europeos. En el caso de España, el insecto también atacó distintos cultivos, lo que supuso la desaparición de distintas variedades de uvas, como por ejemplo los vinos tintos que se cultivaban en Cádiz. No obstante, hubo una variedad de vino tinto que sobrevivió a la plaga de la filoxera: la Tintilla de Rota, cepa a la que no pudo acceder el parásito debido a que crece en terreno arenoso, y de la cual quedaron pequeños focos aislados.

Ahora Ramón Iglesias pretende recuperar esta variedad, y con ella, poner en funcionamiento de nuevo la cultura de este tinto de la comarca de La Janda, la cual ha sido prácticamente inexistente durante la segunda mitad del siglo XIX y todo el siglo XX: "La idea no surge de la nada", afirma Iglesias, "en la comarca ya había vides y olivos antes de la filoxera", explica este empresario mientras hace referencia al ilustrado Rojas Clemente, quien ya en sus escritos reflejaba la existencia de esta variedad en la zona.

De esta forma, en la campiña, entre Conil y Vejer, al sur del río Salado, se encuentra la Bodega y Almazara Ecológica Sancha Pérez, un pintoresco y llamativo paraje que Ramón Iglesias ha puesto en marcha para poder recuperar la cultura del tinto y del aceite propios de la comarca.

Sin duda alguna, la Tintilla es uno de los principales orgullos de esta bodega, ya que desde sus inicios se han hecho exitosos esfuerzos por recuperarla. Dicha uva, junto a la Tempranillo, son algunas de las variedades que se cultivan en esta bodega, dando lugar a unos vinos que se están descubriendo con mucha calidad: "Ahora se está volviendo a insertar el tinto en la provincia, reivindicando el potencial de las tierras gaditanas, que son capaces de dar un vino tan bueno como los Riojas o Riberas del Duero", defiende Iglesias.

De una riqueza imponente, apreciable según se cruzan sus grandes puertas, la finca de Sancha Pérez consta de 17 hectáreas que se extienden entre las agrícolas lomas cercanas al litoral vejeriego. Rodeada de largos campos de trigo y girasol, la finca se muestra ante sus visitantes como un oasis de biodiversidad, en el que los olivos y las vides reinan en compañía de múltiples árboles frutales sobre los monótonos terrenos de la zona. Desde la azotea de la nave donde elaboran sus productos, lugar privilegiado que suele mostrar a todas sus visitas, se puede observar a lo lejos el océano, que desde ese punto elevado parece encontrarse a tan sólo un palmo de las filas de vides de la finca. Al sur de la pequeña construcción hay también árboles frutales junto a los olivares, plantados en perfectas líneas.

Y es que en Sancha Pérez los olivos también son protagonistas, ya que Ramón Iglesias no pretende solo recuperar el vino, sino también insertar la producción de aceite en el territorio. Concretamente, el proyecto de estas instalaciones nació en el año 2008, con la primera plantación de olivos. "En Cádiz nunca ha existido actividad relacionada con el aceite, pero sí tenemos olivos de calidad que pueden dar un buen producto", defiende de nuevo Ramón Iglesias. Por su parte, Ramón ayuda a que esa tradición comience y se consolide, "educando" a los vecinos y jornaleros de la zona, a los que da charlas sobre cómo elaborar un buen aceite: "En la almazara se organizan reuniones y se les explica a muchos vecinos de la zona cómo hay que tratar las aceitunas para hacer el aceite".

Dado su marcado afán innovador, Ramón no para nunca de crear, y se atreve con lo nuevo y con lo tradicional. Debido a la alta demanda de vino blanco que existe en la zona por parte de los restaurantes costeros, ya que es el vino que más piden los turistas para acompañar el pescado de la zona, la bodega ha incorporado recientemente cepas de uva blanca, cuyo vino se prevé que pueda beberse dentro de dos años, en el 2015. No obstante, Ramón Iglesias no se ha limitado a incorporar simplemente las variedades clásicas de la provincia, ya que se ha atrevido a plantar Albariño, una variedad gallega que, hasta el momento, no se conoce que haya sido cultivada por otra bodega de la provincia.

A pesar de los nuevos cultivos que se han incorporado, la bodega Sancha Pérez comercializa únicamente tres variedades: dos son mezclas de diferentes tipos de uva, mientras que la tercera variedad es de Petit Verdot, una uva muy apreciada. Sea como sea, todas han resultado tener un éxito notable, por lo que Iglesias no se plantea añadir nuevos tintos al catálogo de la bodega.

Con todo ello, la producción actual de Sancha Pérez se sitúa alrededor de las 5.000 botellas al año, con previsión de aumentar esta cantidad hasta las 8.000 unidades en 2014. En cuanto a la producción de aceite, en la almazara se muele no solo la aceituna que dan los olivos allí plantados, sino que también se ofrecen a moler la de los pequeños propietarios que poseen olivares por la zona, lo que se conoce como una maquila (alquilar la maquinaria de otro propietario para trabajar el producto propio). Hasta el momento, Iglesias ofrece su ayuda y maquinaria a un total de 55 vecinos de la zona.

Todos estos productos tienen un valor añadido, ya que toda la producción se realiza de manera ecológica. Según explica el empresario bodeguero, se trata de un valor que "está actualmente en alza". A pesar de que en España se consumen aún pocos alimentos ecológicos, en toda Europa crece cada vez más la concienciación respecto a la importancia de este tipo de alimentos. Y en Sancha Pérez no dudaron en subirse al carro y ofrecer unos productos aptos para un consumo sano y natural. Sus cultivos son tratados de una manera nada dañina, prescindiendo de pesticidas y demás productos químicos.

Pero la finca no solo tiene un enfoque agroalimentario, sino que también posee una clara perspectiva turística-lúdica. En este sentido, Sancha Pérez se encuadra en un tipo específico de turismo, denominado turismo creativo, en el que el visitante participa de las actividades culturales y aprende así de las costumbres del lugar. En Sancha Pérez toda persona es bienvenida, y se le ofrece una visita guiada por las instalaciones en las que se explica, tanto el inicio del proyecto, como el proceso de elaboración de vinos y aceites que allí se lleva a cabo. Asimismo, los cultivos están expuestos de tal manera que se pueda participar en las labores del campo cosechando los frutales que están plantados entre algunas de las vides. Y todo ello de manera gratuita, sin necesidad de pagar por la visita, quedando todo al gusto del asistente que quiera comprar su producto. Igualmente, la bodega organiza fiestas para que los visitantes se involucren en dicho proceso productivo y aprendan más sobre él, como son la fiesta de la vendimia o la de la poda. Estos eventos han sido un auténtico éxito con el que han atraído a multitud de aficionados al vino y al aceite, con una oferta didáctica para mayores y también para niños, a los que se trata de involucrar en actividades como la cosecha o la pisa de la uva.

El constante y emocionante intercambio de especies y cultivos entre el continente europeo y americano estuvo a punto de acabar con la producción vitivinícola europea. Según cuenta la historia, en el siglo XIX una plaga desconocida arrasó la mayor parte de los viñedos del continente. Sin saber cómo ni por qué, las hojas de las vides enfermaban y las raíces morían lentamente, poco a poco. Ante esta desconcertante situación, los propietarios y trabajadores de los cultivos se encontraban impotentes, ya que cualquier remedio o actividad que se llevase a cabo para intentar paliar esta enfermedad era un intento en vano.

Poco tiempo después se descubrió que el causante de esta gran masacre era la filoxera, un insecto amarillento, parecido al pulgón, que provenía de las cepas y vides de América del Norte. Los efectos devastadores de este 'bichito', de menos de medio milímetro, comenzaron a notarse en Francia, país al que se exportaron injertos de vides americanas que contenían larvas de este insecto. Desde este país, la plaga se extendió al resto de Europa, como Portugal y Suiza. En el caso de España, el insecto entró a través de tres focos: por Asturias y Cantabria, Gerona y Málaga. Aunque este parásito acabó con muchas variedades de uvas españolas, en otras zonas como La Rioja los efectos de la plaga se dejaron notar más tarde, lo que supuso una gran actividad económica para los tintos y vinos riojanos que eran demandados en países ya arrasados por el insecto, como Francia. Las consecuencias económicas y sociales fueron de tal gravedad que en 1881 tuvo lugar la Convección Filoxérica de Berna,en la que se homogeneizarón las legislaciones que cada país había puesto en marcha en la lucha contra la plaga. Afortunadamente, tras varios años de remedios fallidos, se consiguió controlar la enfermedad mediante el injerto de cepas americanas en los viñedos europeos, ya que los cultivos americanos eran resistentes al insecto. Cerca de 30 años se tardó en recuperar los cultivos y reanudar la producción vitivinicola en Europa./MILA ALARCÓN

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