Zahara: la invasión del paraíso

Masificación turística

 Así se descubrió lo que hoy es una de las zonas de mayor presión turística del litoral andaluz: de Zahara de los Atunes a Atlanterra

Los tres pioneros alemanes que crearon Atlanterra en Zahara en 1959
Pedro Ingelmo

08 de septiembre 2024 - 07:00

 Es difícil encontrar un madrileño que no conozca Zahara de los Atunes. “Es un paraíso”. Esa era una de las frases comunes que se escuchaban en cualquier tasca del gentrificado Madrid centro hace más de una década. Ahora también se puede escuchar esta otra. O al menos yo la he escuchado. “Iba mucho, pero hace tiempo que no voy. Se lo han cargado”. Te lo puede decir el mismo madrileño que, de algún modo, ‘se lo ha cargado’.

¿Qué es habérselo cargado? Porque los tres kilómetros y medio que separan la localidad de Zahara, dependiente de Barbate, de la urbanización Atlanterra, dependiente de Tarifa, siguen estando ahí y su playa sigue siendo una de las más bellas de todo el litoral andaluz. Supongo que se refieren a que en un lugar en el que en invierno viven poco más de un millar de personas se apiñan en los dos meses fuertes del verano unas 50.000 personas. Ahora han conseguido alargar un poco más la temporada de visitantes, pero el resto del año son mil. Durante un tiempo pareció que se iba a producir una pequeña revolución demográfica y en el año 2010 se alcanzó un pico de población de 1.300 personas, bohemios que quisieron establecer su residencia estable en el ‘paraíso’. Pero la bohemia se les acabó con cada arremetida veraniega. Zahara tiene ahora los mismos habitantes que hace 25 años. Bueno, unos pocos menos. Vaya, mil. Sin embargo, no paran de crecer los vecinos ocasionales. El último, el chef José Andrés, que ha anunciado estos días que se ha comprado un casa en el pueblo. De Nueva York a la orilla de la cuna del atún.

Una de las playas de Zahara el pasado verano / Julio González

Pero en Zahara no existe la turismofobia. El pueblo vive de eso y se transforma de lo que en febrero es un apacible lugar gobernado por el silencio y un agradable aburrimiento a un hormiguero de agosto en el que están a pleno rendimiento más de 150 negocios de todo tipo. Y es la gente de Zahara la que quiere gestionarlo. Por eso en las elecciones municipales votan para su junta vecinal a su propio partido, Gente de Zahara, que reivindica no sólo su independencia de Barbate, sino también que el municipio de Tarifa le entregue Atlanterra.

Su ‘alcalde’, Agustín Conejo, es un hombre reivindicativo. No comprende que siendo Zahara de los Atunes conocido prácticamente en toda España y sabiendo las administraciones las avalanchas que llegan cada verano no cuenten con los mínimos servicios sanitarios, que no haya una infraestructura adecuada para depurar las aguas de decenas de miles de personas, que nadie les ayude para recoger la basura o que no se hagan obras para evitar los gigantescos embudos de tráfico. Tampoco que la riqueza que generan y que reparten vía impuestos con Barbate no les sea devuelta en forma de servicios por el ayuntamiento matriz. Los 168 cooperativistas de una urbanización llamada Palacio de las Pilas, casi todas segundas residencias, denunciaron la pasada primavera que Barbate no les suministraba agua pese a que llevaban pagando el IBI desde hacía dos años. Un ‘Barbate nos roba’ de libro.

Los tres alemanes

Zahara no era esto hasta no hace tanto tiempo. Todo empezó cuando llegaron los madrileños, los famosos. O un poco antes. Sobre el origen del turismo en la zona se ha levantado un mito. La conexión con los nazis era un relato suficientemente goloso como para crear una leyenda. Y tampoco estaría tan desencaminado si contamos con que uno de los pioneros del turismo en la provincia de Cádiz, Joachim Von Knobloch, sí había sido nazi y plantó a principios de los 60 unos bungalows en Conil a los que llamó La Fontanilla. El gaditano Daniel Garí y el alemán Jochanes Hoffmann hicieron un documental sobre todo ello llamado La playa de los alemanes, cuya visión es más que recomendable.

La realidad es que Atlanterra nació cuando tres amigos alemanes (un hostelero, un reportero gráfico y un escultor) estaban haciendo un viaje a caballo por la costa española en 1959. Se enamoran del lugar y en el bar Juanito, el único que había por la zona, conocen a su propietario, Juan Rodríguez Basallote, que es el que les pone en contacto con los propietarios de los terrenos. Así empezó todo, con la constitución en Alemania de la sociedad Atlanterra SA y así, en 1962, se empezaron a construir villas de un extravagante y bello lujo en un promontorio que cae sobre lo que se conoce, precisamente, como ‘la playa de los alemanes’, el nombre que le pusieron los lugareños por el origen de sus impulsores. No existe ninguna evidencia de que aquellos tres pioneros alemanes (Klaus Jamin, Peter Klein y Ricci Kiggenbach) tuvieran nada que ver con el nazismo ni que se ocultaran del Mossad o algo por el estilo, aunque quizá sí algunos de sus primeros clientes.

Durante treinta años Zahara de los Atunes siguió siendo un paraíso anónimo. Muy pocos lo conocían. Nos tenemos que trasladar a junio de 1990 para contemplar la verdadera transformación. Una profesora italiana de Matemáticas llamada Fiorella de Angelis llega a su casa de Madrid con un mapa arrugado, lo extiende emocionada sobre la mesa de la cocina y llama a sus dos hijos. Él estudia Químicas (bueno, está matriculado más bien) en la Universidad Autónoma de Madrid y ella es ya una conocida actriz que ahora tiene en cartelera un gran éxito cinematográfico que se llama Bajarse al moro. una comedia que trata de cómo traer hachís de Marruecos. Son los hermanos Sánchez Gijón, Eloy y Aitana, y están escuchando a su madre proclamar que “¡No os lo vais a creer! ¡He comprado una casa en Zahara de las Sardinas!” Los hermanos se acercaron al mapa. No habían oído hablar de ese lugar en su vida. Y, de hecho, no existía, porque lo que ponía en el mapa, muy pequeño, diminuto, era Zahara de los Atunes. “Pero esto está a tomar por culo de Madrid”, dijo Eloy, muy apegado, como tantos madrileños, a su particular centro del mundo. Y, efectivamente, en 1990 las carreteras no eran las de ahora, los coches no eran los de ahora, España, aún invertebrada, no era la de ahora. Sí, Zahara estaba a tomar por culo y los madrileños veraneaban en Cullera.

Los hermanos Eloy y Aitana Sánchez-Gijón

Sin embargo, ellos no estaban tan alejados de Cádiz. Su padre, un prestigioso catedrático de Literatura, había decidido llamar así a Aitana como muestra de admiración a su gran amigo Rafael Alberti, poniéndole el mismo nombre que tenía la hija del poeta. Aitana había nacido en Roma y allí, en su exilio, Alberti le dedicó un poema a aquel bebé. Los hermanos llevaban oyendo hablar de la arboleda perdida albertiana, allí en El Puerto, desde chicos. Por otro lado, los hermanos, además, tenían un primo hermano gaditano. También tendría que ver con esta historia.: su nombre es Pablo Carbonell. Pablo Carbonell Sánchez Gijón.

La Gata y Cervantes

Eloy Sánchez Gijón documentó el big bang de lo que llegaría a ser Zahara de los Atunes en un artículo publicado en la revista JotDown. Ahí cuenta que la última semana de aquel junio de hace 34 años los hermanos Sánchez Gijón bajan a Cádiz a conocer la nueva propiedad familiar. Con la primera persona con la que se topan es con su nuevo vecino, un tal Mr. Hillman, que vive en aquella aldea marinera con sus nueve hijos. Hillman se había ganado la vida por medio mundo como asistente personal del actor Laurence Olivier.

Los Sánchez-Gijón iban a ocupar una de las casas de lo que era la segunda urbanización turística de Zahara. La primera era una serie de adosados en fila que los zahareños habían bautizado como El Tren. A la segunda urbanización, la de los Sánchez Gijón, la bautizaron, por tanto, como La Estación. Zahara entonces era un pueblo, urbanísticamente hablando, minúsculo. Sin embargo, contaba nada menos que con siete chiringuitos. Pero chiringuitos como los de antes, de barra de chapa y cubiertos por un chamizo: Los palestinos, El que Faltaba, Oasis, El Grillo Verde… Y Eloy, que se enamoró al instante del paraje, decidió montar el octavo.

Este chiringuito se convertiría en la atracción madrileña del verano durante más de quince años. Se llamó La Gata y por allí desfiló todo el famoseo de izquierdas capitalino. Pablo Carbonell ya había descubierto al Gran Wyoming, que sería su ‘jefe’ en el popular programa de televisión Caiga quien Caiga, los encantos de Caños, Bolonia, Valdevaqueros… pero con La Gata ya tenían, además, su punto de concentración. Ruibal, Kiko Veneno, Rosarillo, Luis Eduardo Aute, Antonio Vega el de Nacha Pop, Fito el de los Fitipaldis… Cualquiera de ellos una noche cualquiera de verano cogía los trastos y se subía al escenario de La Gata, donde la música, el alcohol, el hachís y muchas otras sustancias lisérgicas corrían hasta el amanecer. Y entre sus espectadores iba a estar todo el ‘star system’ noventero del cine español.

Parecían revivir la descripción que Miguel de Cervantes dejó de Zahara en La ilustre fregona: "En Carriazo vio el mundo un pícaro virtuoso, limpio, bien criado y más que medianamente discreto. Pasó por todos los grados de pícaro hasta que se graduó de maestro en las almadrabas de Zahara, donde es el finibusterrae de la picaresca. (:..) No os llaméis pícaros si no habéis cursado dos cursos en la academia de la pesca de los atunes. ¡Allí, allí, que está en su centro el trabajo junto con la poltronería! Allí está la suciedad limpia, la gordura rolliza, la hambre pronta, la hartura abundante, sin disfraz el vicio, el juego siempre, las pendencias por momentos, las muertes por puntos, las pullas a cada paso, los bailes como en bodas, las seguidillas como en estampa, los romances con estribos, la poesía sin acciones. Aquí se canta, allí se reniega, acullá se riñe, acá se juega, y por todo se hurta. Allí campea la libertad y luce el trabajo; allí van o envían muchos padres principales a buscar a sus hijos y los hallan; y tanto sienten sacarlos de aquella vida como si los llevaran a dar la muerte". 

No eran los únicos personajes que podían verse por Zahara, aunque no necesariamente por La Gata. Uno se podía cruzar por la playa con Tom Waits paseando con su hija o con David Byrne comprando pescado en el mercado. O pegarte de frente con Paul Weller o John Malkovich y volverte y decirte a ti mismo: “¿Es él? No creo, sí, es él”.

Precinto de la Guardia Civil en el chiringuito La Gata en 2009 / Manuel Aragón Pina

La historia de La Gata acabó regular. La Guardia Civil denunció al establecimiento por tolerar el consumo de drogas en su interior, lo que hizo que Eloy iniciara una huelga de hambre, y, posteriormente, uno de sus socios le llevó ante los tribunales acusándole de estafa. La Gata no desapareció, se transformó en el Pez Limón, pero el espíritu de los 90 voló con aquel pleito. Por entonces el éxito de Zahara ya había atraído a emprendedores. Cada verano había negocios nuevos y algunos pocos de aquellos emprendedores eran paisanos del cercano Barbate que habían decidido dejar la ‘goma’ y los portes desde Marruecos para invertir las ganancias en negocios ‘en blanco’.

La relación de Zahara no era sólo con Madrid. También ha sido muy estrecha con Euskadi y es el origen de las camisetas con el mapa de Cádiz con la ikurriña. La relación entre Cádiz y los empresarios vascos viene de lejos, por los astilleros y por la pesca. En los peores años del plomo de ETA hubo empresarios vascos que decidieron que un sitio como Zahara era lo más lejos que podían estar de la rutina de los escoltas y del temor a las bombas lapa. Políticos como Jaime Mayor Oreja o Carlos Iturgaitz establecieron aquí sus veranos y otros vascos habituales, por otros motivos, eran el periodista Jon Sistiaga o el cartelista Mikel Urmeneta. A estos hay que añadir los surferos de Zarauz, cuya playa viene a ser como San Mamés para el fútbol, que también son asiduos de la zona gracias a la cercana y ventosa Tarifa.

El riesgo del éxito

El crecimiento fue tan explosivo que se calculaba que en el año 2000 la población de Zahara llegaba en verano a las 25.000 personas. No había una red de saneamiento suficiente ni una mísera depuradora para semejante aluvión. De este modo, los vertidos acababan en el arroyo Cachón, que es el que muere en Zahara, convirtiendo su desembocadura en una charca pestilente. Zahara sería un paraíso, pero, durante los veranos de finales de los 90 apestaba como una pocilga.

Los ecologistas se llevaban las manos a la cabeza y ponían esto como ejemplo de a dónde llevaba el turismo descontrolado. Aquella denuncia indignó a los comerciantes, que habían hecho una especie de pacto de silencio acerca del problema de las aguas residuales para no matar a la gallina de los huevos de oro. La propia alcaldesa pedánea de entonces, María Luisa Ruiz, se elaboraba su propia teoría de la conspiración y aseguraba que los ecologistas eran la mano ejecutora de oscuros intereses que trataban de llevarse el ‘boom’ de Zahara a otras zonas del litoral. Desde entonces la batalla entre comerciantes y ayuntamiento y ecologistas fue ardua.

Voladura controlada del hotel Atlanterra en 2002

Era cierto que la zona estaba en peligro. El Gobierno ordenó volar por entonces el hotel Atlanterra, que se había construido sin el más mínimo papel y atentando contra la ley de costas con descaro. Te dabas la vuelta y te encontrabas de un día para otro una estructura de ladrillos. A los debates sobre la situación de Zahara se sumaban algunos de los ilustres personajes que acudían allí en verano. Imanol Arias, Gran Wyoming y Luis Eduardo Aute redactaron un manifiesto para evitar que la Fortaleza Chanca, un reducto histórico del siglo XIII de lo que era en la antigüedad la industria del atún, se convirtiera en zona edificable, ya que una inmobiliaria pretendía construir allí una urbanización y contribuir aún más a la turistificación salvaje que se estaba tragando al poblado.

Aquello se consiguió detener, pero la rehabilitación de lo que ellos llaman el palacio, que en su día fue fortaleza y durante el franquismo cuartel de la Guardia Civil, sigue todavía pendiente. Allí está proyectado un centro cultural que ilusiona a los zahareños y que al fin cuenta con el visto bueno de la Junta. En aquella Chanca donde llegaba el atún desde los tiempos de Miguel de Cervantes está el origen del pueblo y ahora quieren que sea su futuro. En su interior, en lo que queda de él, celebran ahora su festival de jazz. Porque para los mil de Zahara su pueblo sigue siendo el paraíso, aunque a algunos madrileños ya no se lo parezca… en agosto.

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