José Mateos: “La poesía es una palabra que titubea: habla de lo que no puede expresarse”
Libros
El jerezano reúne sus versos desde los años 80 hasta la actualidad en ‘Los nombres que te he dado’, un volumen en el que reivindica la belleza y el misterio que escapan de la grandilocuencia
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"Hay grandes figuras de nuestra cultura, grandes escritores que creen en las palabras, en los nombres, en el lenguaje, que parecen no darse cuenta de que los nombres son mentira", escribió hace unos años José Mateos a propósito de Otras canciones, un libro en el que el poeta jerezano se alineaba en las filas de los autores más modestos, los huérfanos de certezas que "van dando palos de ciego en los muros del idioma y abriendo a veces agujeritos por donde entra un hilo de claridad". Porque en esa sencillez Mateos advertía un milagro: la luz "que entra por una pequeña ranura suele entrar siempre con más intensidad".
"Creo que la poesía es una palabra que titubea, que tartamudea casi. Lo que tiene que decir es inexpresable, porque habla de temas que el hombre nunca va a comprender, porque aborda emociones inabarcables. Busca la profundidad de todo lo real: el hecho de que nosotros estemos aquí, existamos. Y un esfuerzo así, intentar describir y delimitar ese misterio, te deja sin palabras", explica Mateos ante un ejemplar de Los nombres que te he dado, el volumen que recorre su poesía desde los años 80 hasta la actualidad y que edita la Fundación José Manuel Lara en su colección Vandalia.
Una publicación que el creador vive "entre la emoción y la perplejidad por todo lo que he escrito" y en cuyas páginas Mateos camina, como señala Vicente Gallego en un hermoso prólogo, "hacia un paulatino adelgazamiento en su decir": provisto de una sabiduría discreta, amiga de lo menor, enemiga de la solemnidad. "Como esas flores sin nombre / que hay en los cementerios / quisiera hacer mis poemas", canta en unos versos en los que reivindica el "silencio" y rechaza "el dogal riguroso" de los textos "bien hechos". A lo largo de los años, insistirá en la rara plenitud de la cautela: "Es noche y lo sé todo, /pero todo lo que sé, / lo sé a tientas".
"Uno de los enemigos de la poesía es la obviedad", comenta Mateos en una entrevista en Sevilla, donde presentó su libro la semana pasada. "Detrás de todo lo que hacemos hay una cultura, una tradición, unos conocimientos que hemos heredado. Creo que era Lévi-Strauss el que sostenía que si le enseñas un objeto a un salvaje, te preguntará qué es; si se lo muestras a un occidental, te preguntará para qué sirve. El poeta tiene que deshacerse de esa forma de ver el mundo que se ampara en lo útil, de las lecciones aprendidas, y observar con ojos limpios", argumenta el autor, que en muchas ocasiones ha dejado esa voluntad por escrito: "Mira el jilguero: No es nada. /miedo y plumas. Sin embargo, / escondido entre las ramas, / puede hacer que cante un árbol".
En los libros que conforman Los nombres que te he dado, Mateos se aferra a esa luz vibrante que se cuela por los resquicios y despliega una poesía esperanzada. "Hay que insistir en la canción que salva", anota en un fragmento de su poemario Cantos de vida y vuelta, aunque más adelante, dentro de ese libro, reconozca "qué / difícil de cantar es la alegría". El jerezano ahonda en esa idea en persona: "Cuando uno es feliz prefiere vivir a detenerse y dejarlo por escrito. La poesía, por lo general, canta la pérdida de esa dicha, canta a lo que ya no está; es un diálogo también con la muerte: el primer poeta es Orfeo, que viaja al más allá, y desde entonces todos estamos rescatando cadáveres e intentando que revivan. Pero en ese ejercicio hay algo de luz: al ponerle música a un dolor, a un sentimiento, apuestas por la armonía frente al caos del mundo". Piezas como Navidad con Alzheimer revelan esa cualidad de la poesía como un campo de fuerza contra la tristeza: una madre afectada por la demencia rescata del limbo en el que vive, de su "noche de retazos sin recuerdos", dos ideas, membrillo y pan tierno, que conmocionan a sus hijos. "Y esas palabras nos bastan / para ser niños de nuevo".
Mateos, también artista que ha expuesto sus acuarelas y paisajes, incorpora a sus poemas apuntes del natural y homenajes a cuadros del Museo del Prado, pero cree que la pintura y la poesía "son disciplinas muy distintas. La primera se queda en la superficie, en la piel de las cosas. No entra más adentro, y no le hace falta, está enamorada de lo que ve. Es simbólico que Homero, el padre de los poetas, fuera ciego, desconfía de lo que tiene ante sí y necesita ahondar, ir más allá. Diría que el poeta está entre el pintor y el filósofo: le gusta la apariencia, pero anhela también la reflexión".
En su prólogo, Vicente Gallego define a Mateos como un alma libre que ha escapado de "la fealdad del mundillo literario", y en su conversación el jerezano exhibe su independencia. "Tengo muy buenos amigos que se dedican a esto y a los que admiro, pero huyo de los malos poetas, porque siempre te piden un prólogo, o una presentación, y acabas mintiendo. He intentado ser, sólo en la poesía, quizás en otros órdenes de la vida no he podido, fiel a lo que pienso, coherente con lo que siento", declara antes de mostrar su desacuerdo con los premios. "He estado en jurados donde la calidad literaria no era lo más importante, donde sobrevolaba la consigna de que había que distinguir a una mujer por eso de la discriminación positiva... Y después están los galardones institucionales, como el Cervantes, que se otorgan a voces complicadas como Juan Gelman y Cristina Peri Rossi, y hay chavales que compran sus libros y que concluyen que si la poesía es ese galimatías no les interesa".
Los nombres que te he dado se cierra con Tratamiento y delirio, un libro que Mateos compuso en las sesiones de quimioterapia que recibía, "entre el asombro de la belleza y el escándalo del sufrimiento que veía... No me gusta la poesía en la que el autor presume de estar sufriendo, pero un amigo me convenció de que lo publicara, que podía ayudar a los lectores". Porque el poeta, incluso en los estragos de la enfermedad, insiste en la canción que salva, celebra "la suerte de haber sido el huésped de la vida, / por un poco de tiempo", y suscribe una promesa que se hizo años antes a sí mismo, en otros versos: "No insistas, corazón, / inútilmente: /nunca / maldeciré la vida".
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