En el nombre de Josquin
Josquin Desprez | Quinto centenario de su muerte
Se cumplen 500 años de la muerte de Josquin Desprez, uno de los más eximios compositores de la historia, y aún hay enigmas que gravitan sobre su inmensa y admirada figura
En 1434 Jan Van Eyck pintó el retrato de un próspero mercader italiano asentado en Brujas, Giovanni Arnolfini, y su esposa. La escena se encuadra en un acomodado ambiente burgués, reflejo de las condiciones sociales y económicas precapitalistas, y presenta una sensibilidad artística nueva, naturalista, íntima, detallista, bien inserta en las mentalidades que había traído el incipiente Humanismo. Este mundo de los primitivos flamencos sirve a la perfección como imagen para la escuela de polifonistas que en el mismo espacio geográfico se iba a desarrollar algo después, en la segunda mitad del siglo XV.
La polifonía hundía sus raíces en el mundo altomedieval, cuando nació como mero ornamento del canto sacro. En el Musica enchiriadis, un tratado anónimo del siglo IX, ya se habla de su práctica e incluso se describen sus reglas. La gran revolución del ritmo que trajo el Ars Nova en el siglo XIV, que se asentaba en nuevos y más precisos sistemas de notación, llevó a la escritura polifónica a un virtuosismo que terminó por derivar en el especulativo y fascinante universo del Ars Subtilior, tan moderno a los oídos contemporáneos. Esta fase manierista del Ars Nova acabaría superada por los compositores nacidos en el norte de Francia y Flandes en el paso del siglo XIV al XV (Dufay, Binchois; luego, Ockeghem, Busnois), punto de partida de Josquin Desprez y los músicos de su generación, quienes, muy influidos también por el dulce sonido inglés de Dunstable y otros maestros británicos, orientarían la polifonía hacia una nueva simplicidad, una era de clasicismo imbuida de esas mismas marcas de naturalismo y sensibilidad humanista que se aprecia en la pintura de Van Eyck y los primitivos flamencos.
Durante mucho tiempo se pensó que Josquin Desprez había nacido en torno a 1440. Se creía que era el Iosquinus documentado como cantor en la catedral de Milán desde 1459. En 1997, los musicólogos Paul Merkley y Lora Matthews demostraron contundentemente que se trataba de músicos diferentes. No obstante, siguen sin conocerse con certeza ni la fecha ni el lugar del nacimiento de nuestro compositor. Debió de ser en San Quintín (o en alguna localidad cercana) entre 1450 y 1455. La diversidad de formas en que su nombre ha sido preservado en las fuentes tampoco ayuda. De la forma más estandarizada y usada hoy, Josquin es el diminutivo de Josse (el nombre de un santo bretón del siglo VII) y Desprez, un mote familiar, pues su auténtico apellido era Lebloitte.
Posiblemente fue niño de coro en San Quintín y luego pasó por Cambrai, llegando a pertenecer al círculo musical de su catedral. En 1477 era cantor del duque de Anjou en Aix-en-Provence, un puesto que es posible que ocupase entre 1475 y 1480, fecha en la que quizá tuviera su primer contacto con Italia, aunque sabemos que luego pasó por la Sainte Chapelle de París, donde estuvo al servicio del rey Luis XI. Cuando en 1483 entra a trabajar para el duque Gian Galeano Sforza en Milán su música empezaba a ser difundida. La primera estancia italiana de Josquin se divide en dos grandes períodos; hasta 1489 se mantuvo en Milán, y desde ese año hasta 1494 sirvió en la capilla papal, coincidiendo con los pontificados de Inocencio VIII y Alejandro VI. La siguiente década es difícil de documentar. Hay quien dice que volvió a Cambrai y que trabajó para el rey Luis XII. No es hasta 1503 que le recuperamos la pista, pues ese año es nombrado maestro de capilla del duque Ercole I de Ferrara, pero su vuelta a Italia es efímera: en 1504 sale de Ferrara huyendo de la peste. Todo hace indicar que volvió entonces a su región de origen y trabajó en la muy bien dotada colegiata de Notre Dame de Condé-sur-l'Escaut hasta su muerte, en agosto de 1521.
Sobre la obra de Josquin penden aún más incógnitas que sobre su biografía. La extraordinaria fama que alcanzó en vida hizo que muchos editores avispados le adjudicaran obras que nunca escribió. En la edición online del diccionario New Grove aún se le atribuyen 22 misas (más otras 14 dudosas o claramente mal atribuidas), 9 secciones de misa sueltas, 134 piezas litúrgicas entre motetes, himnos y magnificats (los dudosos y mal atribuidos pasan en este caso del centenar) y 81 canciones (con unas 40 dudosas). Algunos casos de disputa son muy significativos, como el del motete Absalon, fili mi, cuya autoría sigue oscilando entre Josquin y Pierre de la Rue, o, lo que resulta más sorprendente, una de las canciones míticamente fijadas a su nombre, Mille regretz, la celebérrima canción del Emperador (pues se pensaba que era la favorita de Carlos V, y con ese sobrenombre la arregló Luis de Narváez en su libro de vihuela), sobre la que sembró la duda un artículo de David FallowsDavid Fallows publicado en 2001, sin que aún se haya resuelto la incógnita.
Josquin y los maestros de su generación iban a imponer la imitación entre las distintas voces de la textura polifónica como la marca esencial de su estilo. No es que el imitarse las voces entre sí fuera un recurso nuevo. Lo novedoso es que ahora se convierte en estructural. La maestría de Josquin radica en la flexibilidad extraordinaria con la que aplica ese fundamento: las imitaciones se hacen de todas las formas imaginables, pero manteniendo siempre una claridad pasmosa del tejido polifónico. Nada pesa. Frente al artificio característico del arte de Ockeghem, la naturalidad del de Josquin.
A lo largo del siglo XV el protagonismo que habían tenido las misas desde la centuria anterior como gran soporte para la innovación musical fue pasando a los motetes, cuya libertad y variedad iba a permitir a los músicos un tratamiento más individualizado. Para principios del siglo XVI la mayor parte de las misas se componían sobre modelos preexistentes (casi siempre, canciones o motetes, propios o de otros maestros), según determinados procedimientos paródicos (podían utilizarse simples líneas melódicas o la textura completa de un motivo polifónico). El mayor interés de las misas de Josquin (y en general de los compositores de su tiempo) recae normalmente en el Kyrie inicial y en el Agnus dei final. El Kyrie marcaba la pauta del tratamiento imitativo de la obra. Para el Agnus el compositor se reservaba lo mejor de su ciencia: de las tres secciones, la segunda se contrastaba con una reducción de las texturas (por ejemplo, si la misa estaba a 4 voces, el Agnus Dei II solía estar a 2 o 3; tratamiento similar solía reservarse al Benedictus dentro de la sección del Sanctus) mientras que en la tercera, los más complejos procedimientos se ponían en juego tratando de provocar la conmoción del oyente.
En las canciones de Josquin puede seguirse la evolución de las primeras, escritas en muchos casos a 3 voces, siguiendo los principios de las formas fijas típicas del medievo, a las más avanzadas que, como los motetes, podían estar incluso a 5 y 6. En canciones y motetes, Josquin está adelantando una preocupación nueva por la relación entre el texto y la música. La claridad contrapuntística facilita el seguimiento textual, pero a la vez, el empleo de la declamación y de recursos de pintura musical apunta con su flecha hacia lo que en el futuro será la retórica barroca.
Josquin Desprez fue de largo el músico más admirado e imitado de su época. Hiperbólicamente casi podría decirse que toda la polifonía del XVI es un comentario a su música. Su muerte causó una honda aflicción entre sus iguales. Jean Richafort le dedicó un imponente Réquiem. Y muchos otros le dedicaron motetes y canciones conmemorativas. Entre ellos, Nicolas Gombert, representante de una generación que llevó la imitación polifónica al paroxismo, el emocionante Musae Jovis, en el que se hace a Josquin predilecto del mismísimo Júpiter. Por las mismas fechas, el reformador Martín Lutero, gran melómano, dijo de él: "Josquin es el maestro de todas las notas, que tienen que obrar como él quiere, mientras los otros compositores tienen que obrar como quieren las notas".
UNA LISTA DE REPRODUCCIÓN EN SPOTIFY
PISTAS
La última y más popular misa de Josquin en una recreación mítica, la que registrasen en 1986 para Harmonia Mundi el Ensemble Organum (que hizo en canto llano los números del Propio de una misa para el Corpus en su atrevido estilo orientalista) y el Ensemble Clément Janequin. Puede que la incisividad de Dominique Visse en la voz más aguda perturbe a algunos oídos, pero la mezcla entre empaste e individualidad, la efusión y la calidez de la interpretación resultan deslumbrantes. Sorprendentemente, este disco está ausente de las principales plataformas de escucha online.
Stabat Mater. Motets. La Chapelle Royale. Philippe Herreweghe. Harmonia Mundi (1986).
También de 1986 data este otro álbum convertido justamente en una pieza de culto. Al frente de su Chapelle Royale de París (con la que por entonces visitó el Festival de Música Antigua de Sevilla), Philippe Herreweghe deja una muestra depuradísima de cómo entendía por entonces el canto coral, con líneas maravillosamente perfiladas, pero una densidad que luego fue desdeñando en favor de la ligereza y unos tempi lentos, que incluso llegan a lo solemne. El álbum incluye siete motetes, desde el transparente Ave Maria de apertura al imponente, emocionante Miserere de cierre, una de las obras más impactantes no sólo de Josquin, sino de todo el período renacentista.
Aunque el conjunto funcionaba desde los años 70, fue cuando en 1991 Bernard Fabre-Garrus lo refundó, cuando A Sei Voci ganó relevancia mundial. Entre 1993 y 2001 el conjunto dejó seis álbumes dedicados a Josquin, cada uno de los cuales incluía una misa y una serie de motetes. En 2006, Fabre-Garrus murió de forma imprevista y Naïve reunió todas esas grabaciones en esta caja imprescindible (son dos volúmenes, cada uno con tres cedés) para apreciar esta visión que combina voces e instrumentos, pero también la intensidad con la reciedumbre.
En 2020, y pensando ya en la efeméride, el conjunto de Giuseppe Maletto registró en Glossa este singular álbum, en el que se intercalan una serie de motetes marianos, interpretados con voces e instrumentos (órgano, fídulas, sacabuches, trompeta), con canciones tocadas sólo instrumentalmente. Además de la riqueza tímbrica y de las insólitas combinaciones que Cantica Symphonia propone aquí, las interpretaciones destacan por la pureza exquisita del fraseo y la calidad individual de las voces.
The Golden Renaissance: Josquin des Prez. Stile Antico. Decca (2021).
Stile Antico se ha convertido en el más rutilante representante de la eximia escuela polifónica inglesa. En esta línea no deben olvidarse los álbumes pioneros de Pro Cantione Antiqua (Archiv), algún disco del Hilliard Ensemble o de Parrott (ambos en Emi, luego Virgin), contribuciones de Orlando Consort (Archiv) o The Clerk’s Group (ASV) ni la integral de misas que acaba de completar Peter Philips con sus Tallis Scholars (Gimell), pero lo que ha publicado aquí Decca es de una belleza cegadora. Preservando las proverbiales virtudes inglesas (potencia, afinación, brillantez, empaste), Stile Antico fascina por su capacidad para, a través de una transparencia y una luminosidad refulgentes, alcanzar la fibra sensible del oyente. El CD incluye la Missa Pange lingua complementada con motetes y El grillo, el documento más esclarecedor del contacto que el compositor tuvo con la frótola en Italia.
Le Septiesme livre des chansons. Ensemble Clément Janequin. Dominique Visse. Ricercar (2021).
Más de treinta años después de que con Adieu, mes amours (Harmonia Mundi) el Ensemble Clément Janequin pusiera una primera pica en el terreno de la canción de Josquin, el conjunto de Visse vuelve para celebrar la efeméride 2021 con este álbum en Ricercar que recoge piezas de una edición de Tylman Susato de 1545 en que además de la música de Desprez se ofrecen los dos más emotivos homenajes póstumos que se le dedicaron: Musæ Jovis de Gombert y O mors inevitabilis de Hieronymus Vinders. Tres décadas después, el laúd y los teclados siguen arropando a un conjunto vocal que se distingue por su efusividad y su calidez, que brilla especialmente en las piezas de corte melancólico, auténticas delicias sonoras.
Generación Josquin
La muerte en 1497 de Johannes Ockeghem causó un hondo impacto en la cultura europea. Como era norma, pronto aparecieron homenajes en forma de poemas. El que le dedicó Jehan Molinet tuvo especial relevancia, porque Josquin le pondría música. Es aquel poema que empieza “Nymphes de bois” y que suele conocerse como la Déploration sur Johannes Ockeghem. Termina así: “Vestíos de luto,/ Josquin, Brumel, Pierchon, Compere, / y haced que broten grandes lágrimas de vuestros ojos,/ pues habéis perdido a vuestro buen padre./ Descanse en paz. Amén”.
Molinet cita ahí a cuatro compositores: además del propio Josquin, Antoine Brumel (c.1460-c.1512/13), Pierre de la Rue (c-1452-1518; pues ese es Pierchon) y Loyset Compère (c.1445-1518). Otro lamento por la muerte de Ockgehem, el que escribió Guillaume Crétin, también nombraba a cuatro músicos: Alexander Agricola (c.1446-1506), Johannes Ghiselin (fl.1491-1507), Johannes Prioris (fl.1485-1512) y Gaspar van Weerbeke (c.1445-d.1516). Pero podríamos añadir otros nombres a la lista, por ejemplo los de Jacob Obrecht (1457/58-1505), Heinrich Isaac (c.1450/55-1517), Jean Mouton (antes de 1459-1522) o Antoine de Févin (c.1470-1511/12). Ellos también se sentirían afectados por la muerte del gran maestro.
Todos eran contemporáneos. Habían nacido aproximadamente a mitad de siglo en una franja geográfica que incluía el norte de Francia y Flandes. Jamás en la historia se había dado esa enorme confluencia de talentos. Asumieron la herencia de sus mayores, desarrollaron un lenguaje (el de la polifonía imitativa) y marcaron a todos los compositores que durante al menos un siglo llegaron tras ellos. Su música aún nos conmueve.
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