Un magnético encuentro con Josef Koudelka
Sevilla/Cuesta imaginar a Pablo Balbontín, hombre reflexivo, sereno, que piensa y mastica las palabras, corriendo de un lado para otro. Pero esa fue su rutina cuado vivía todavía en Sevilla, donde nació hace 52 años, antes de mudarse en 1993 a Turín, la ciudad de su mujer y en la que han nacido sus dos hijas. Primero por necesidad, luego por convencimiento, en Italia dio un volantazo. Los trabajos de fotoperiodismo al uso que hizo en su ciudad natal, en El Correo de Andalucía, ABC, Andalucía Actualidad o la Guía del Ocio de la Expo 92, allí, obligado a repensar su vida, se le volvieron insuficientes como tarjetas de presentación y, más incluso, para sí mismo. "Cuando me puse a revisar mi archivo, que era enorme, me di cuenta de que no tenía nada. Alcaldes cortando cintas, pequeñas fotos, nada".
Empezó entonces a orientarse hacia los reportajes, a trabajar por proyectos. Hizo dos libros muy reconocidos, Los malditos: Iraq, la guerra silenciosa, publicado en 2001, y Los custodios de la biodiversidad, editado bajo la cobertura de la ONU en 2003. Más recientemente dedicó otro al paisaje de Riotinto, Vida extrema (2013). Y sobre todo, durante estos últimos 24 años, ha ido adentrándose en el mundo del arte, en cuyo circuito se mueve toda su obra. "Estudié Periodismo en la Complutense, pero como fotógrafo soy totalmente autodidacta. Recuerdo que un jefe que tuve en Sevilla me decía oye, esta foto se la has copiado a Cartier-Bresson, ¡y yo es que ni sabía quién era ese señor! En fin, de fotografía al principio no tenía gran conocimiento, pero sí me gustó siempre el arte, y la literatura, y la filosofía, porque para mí la fotografía pertenece al mundo del humanismo. Así la sigo entendiendo hoy y así lo transmitía a mis alumnos del Instituto Europeo de Diseño de Turín, donde di clases durante ocho años".
Sí ha cambiado su acercamiento a la realidad. "Hasta 2008 o así yo venía haciendo una fotografía social en la que la cara, las manos, la actitud de las personas, eran fundamentales", dice. Pero la hipertrófica saturación de imágenes fugaces del mundo contemporáneo lo llevó a buscar otro planteamiento. "El mundo va cada vez más rápido, y yo cada vez más lento. Además, estaba ya un poco cansado de tanto viajar y de tanta miseria, porque en muchas ocasiones los trabajos eran sobre guerras o sus efectos. Dejé los 35 mm., dejé la Leica y el blanco y negro y entré en el gran formato, empecé a trabajar con placas de 10x12 cm., en las que lo esencial por encima de todo es la elección del punto de vista".
Al mayor referente personal que siempre ha tenido, Josef Koudelka, checo nacionalizado francés, brillante y profundo maestro del blanco y negro, lo conoció en 2012 en Turín, donde protagonizaba una de sus exposiciones. "Fui a verla y él estaba allí, hablando con un grupo de personas. Y nada más entrar yo, no sé qué me vio, si la manera de andar, de mirar, a saber, el caso es que se vino para mí y me preguntó: quién eres tú. Estuvimos hablando dos horas y al día siguiente se dio la casualidad de que nos volvimos a encontrar en el aeropuerto. Sentí una conexión muy fuerte. Y además, curiosamente, como estuvimos comentando, los dos empezamos fotografiando al hombre en primera persona, y poco a poco la figura humana fue desapareciendo de nuestras imágenes. Aunque, como él dice, el hombre sigue en ellas mediante los rastros que va dejando en el mundo...".
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