"Hay un proletariado femenino que sostiene nuestro sistema"

leila slimani. escritora

La autora de 'Canción dulce', Premio Goncourt y la novela más leída en Francia el año pasado, convierte en un tema político el cuidado de los hijos

Leila Slimani el jueves en la Fundación Tres Culturas antes de participar en su club de lectura.
Leila Slimani el jueves en la Fundación Tres Culturas antes de participar en su club de lectura. / Juan Carlos Muñoz
Charo Ramos

26 de septiembre 2017 - 06:00

A partir de un escabroso hecho real, el asesinato de dos niños por su niñera dominicana en Nueva York en 2012, Leila Slimani construyó su segunda novela Canción dulce -que aquí edita Cabaret Voltaire- y revolucionó el panorama literario francés con este desasosegante y a la vez delicado retrato de la lucha de clases en el París de hoy. Canción dulce le valió el Premio Goncourt 2016 y colocó el nombre de esta periodista afincada en la capital francesa pero nacida en Rabat en 1981 al lado de otros célebres vencedores, como Patrick Modiano (1978) y Michel Houellebecq (2010), del galardón francófono más popular. El éxito internacional ha sido contagioso y en España, donde la obra suma ya cinco ediciones, crece la admiración por una voz que, pese a su juventud, ha sabido captar como pocas en el ámbito literario el espíritu de unos tiempos de falsas apariencias donde crece el miedo al otro, al diferente, una cuestión más explorada por el cine europeo en títulos como Caché de Michael Haneke.

Canción dulce, que toma su título de una nana de Henri Salvador, es la historia de una pareja burguesa de París, Paul y Myriam, que, desbordada de ambición y de trabajo, contacta con una niñera para que ayude a criar a sus pequeños Mila y Adam. Aparentemente todo es perfecto aunque, poco a poco, irán surgiendo fisuras en la relación con Louise, la empleada.

"El periodismo me enseñó a escuchar y aceptar la realidad aunque contradiga mis planteamientos"

Slimani asegura que intentó "tomar la fotografía de una época, de una ciudad" y mostrar qué ocurre cuanto no se otorga a todos, especialmente a los niños y mayores, la importancia debida. "Mi objetivo era poner el foco en esas personas invisibles, las niñeras, mujeres como Louise que viven en la periferia y son pobres o analfabetas, en cuya existencia no solemos reparar pero que acaban ocupando un papel esencial dentro del hogar. A través de ella exploro las relaciones de poder entre hombres y mujeres, entre empleadores y empleado, quién se ocupa de la casa, quién hace la compra... Creo que son temas políticos y no cuestiones banales", desarrolla la autora antes de participar en la Fundación Tres Culturas de Andalucía en un encuentro con sus lectores apoyado por el Instituto Francés.

Su disección sociológica nos abisma en las contradicciones de una urbe donde conviven ya varias generaciones de inmigrantes y en la que las mujeres, para acceder al mercado laboral y ser competitivas, tienen que invertir un porcentaje muy elevado de sus salarios en contratar a otras mujeres que asumirán los trabajos domésticos y hasta el cuidado de la familia, un rol difícil y a menudo sujeto a humillaciones.

En ese examen del papel del dinero, la educación y la lucha de sexos, Slimani recuerda por momentos a la mirada precisa y despiadada de Balzac y Maupassant aunque su búsqueda del detalle y su elegancia poética -admirable también en castellano gracias a la impecable traducción de Malika Embarek- probablemente tenga más que ver con Chéjov, Simenon, Duras y Camus, especialmente con la autora de El arrebato de Lol V. Stein y El amante (Premio Goncourt en 1984). "Mi narrativa está muy ligada a mi época, al diario, al feminismo. Para mí es muy importante poder afirmar, a través de mis novelas, que temas asociados con la mujer como el trabajo doméstico o la maternidad no son asuntos triviales, sino cuestiones nobles, profundas e importantes", asegura quien explora las complejidades de la sociedad patriarcal en su tercer y último libro, el ensayo Sexo y mentiras: vida sexual en Marruecos, donde reúne entrevistas a mujeres anónimas, periodistas y sociólogos de su país natal, que abandonó a los 18 años para diplomarse en el Instituto de Estudios Políticos de París y comenzar una carrera como periodista tras descartar ser actriz.

En Canción dulce Slimani nunca dice al lector lo que debe pensar, sólo le muestra que todo es más complejo de lo que parece y que, incluso ante el crimen más atroz y terrible que pueda imaginarse, puede haber algún elemento que debamos atender sin que ello signifique justificar. "Debemos estar vigilantes", subraya.

Porque si hay una emoción que todos los lectores de su novela comparten es el miedo, que aquí se aborda, como en los cuentos infantiles, en su acepción más primaria y terrible. "En Canción dulce abordo el miedo más universal, el que comparten todas las clases sociales, el miedo a perder al hijo. Estamos obsesionados con la seguridad y, sin embargo, llegado el momento dejamos a nuestros niños con otras personas y cerramos la puerta".

Myriam, la madre parisina de origen magrebí que, recién cumplidos los 40, decide volver a ejercer la abogacía y tiene que enfrentarse diariamente al machismo de la sociedad, de sus jefes y hasta de esos delincuentes a los que defiende con ahínco en los juicios, es un personaje lleno de claroscuros a través del cual Slimani se permite reflexionar sobre lo que supone la maternidad hoy. "Piensas que será maravilloso, que ya nunca te encontrarás sola, pero cuando tienes un hijo te das cuenta de que no es verdad porque te puedes sentir también muy sola y angustiada, con mucho miedo, pero nunca se lo puedes mostrar a tus hijos porque estás ahí para protegerlos. A las mujeres de mi generación se nos enseñó que podríamos tener cuanto quisiéramos, ser independientes, realizarnos laboralmente, pero no nos dieron el manual de instrucciones y siempre tenemos la sensación de estar haciendo mal las cosas. El trabajo de la mujer es un éxito para la sociedad pero para que unas trabajen otras tienen que trabajar para ellas. Hay todo un proletariado femenino que viene de China, Filipinas, Costa de Marfil o Marruecos para sostener este sistema", expone.

A ella, las herramientas del periodismo, que ejerció como reportera para la revista de actualidad africana Jeune Afrique, le han servido en su imparable carrera literaria para poder componer una atmósfera partiendo de pequeños detalles, como el modo en que una mujer se sube a un taxi o camina por una calle sorteando los excrementos de perro ("París está muy sucia, es lo que menos me gusta de ella"). "El periodismo me enseñó a escuchar a los demás y aceptar la realidad aunque contradiga mis planteamientos. Plasmar esos otros puntos de vista con generosidad es un deber del escritor".

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