Adiós a Antonio Vega, poeta del rock hispano
Muere a los 51 años el músico que sofisticó el sonido de Nacha Pop
La muerte de Antonio Vega, tantas veces anunciada, tantas veces presentida, pilló ayer al olvido con el paso cambiado. La heroína y los buitres se lo comieron durante las dos últimas décadas. Hasta publicaron un disco homenaje, sin su consentimiento, mal llamado Ese chico triste y solitario, expresión que copa ya los titulares del morbo recién servido. Ya lo tienen. Muerto y resucitado, como su amigo Enrique Urquijo. Listo para ser devorado por tópicos y falseríos. Antonio Vega, que ayer renació a los 51 años en Madrid, víctima de una neumonía que derivó en cáncer de pulmón, víctima de los fantasmas internos y de su propia genialidad autodestructiva, deja un impresionante legado sonoro, al frente de Nacha Pop y durante su atribulada carrera en solitario. Sus compañeros se apresuraron a situarlo en los altares de la música hispana de todos los tiempos. Los tiempos que él frenó en seco, con magia y precisión, para llevárselo al particular sitio de su recreo.
Poeta y músico de extrema sensibilidad, Antonio Vega supo adaptarse con versatilidad a la incipiente edad de oro del pop español de los años ochenta. Hasta el año 88 comandó, junto a su primo complementario Nacho García Vega, el impar grupo Nacha Pop, que jamás perteneció a la maldita 'movida', sino que fue marginado por muchos de los críticos y locutores que hoy lloran su pérdida (Secretos y Mamá padecieron los mismos gajes del esnobismo de la época, pero curiosamente hoy crece su prestigio mientras casi nadie recuerda a los demás). De hecho, Antonio ni siquiera encajaba en la nueva ola que Nacha Pop supo practicar con brillantez y frescura, pues provenía del gusto por el rock de los setenta y los estilos americanos, frente a las modas británicas. Dichas influencias afloraron años después, en el último disco de Antonio, quizá su mejor trabajo en solitario, el tributo a su compañera fallecida en 2004. En las últimas semanas, Vega preparaba otro álbum en directo y perfilaba su autobiografía. En Bilbao, el 28 de marzo pasado, estrenó una nueva composición, Antes de haber nacido.
La canción por excelencia de Nacha Pop, la celebrada Chica de ayer, no fue precisamente la obra más redonda de Antonio Vega, aunque sí la que le concedió el estatus de presunta libertad que disfrutaba. Antonio compuso la pieza a los veinte años, durante el servicio militar en Valencia. La música salió de un tirón en el cuartel y la letra apareció en su fértil imaginación en la playa de la Malvarrosa. Llegarían luego piezas inolvidables, trabajos de alta calidad y vehemencia juvenil, a raíz de la consolidación del grupo en el mercado discográfico: Atrás, Luz de cruce y, sobre todas ellas, Una décima de segundo, plena de imágenes, metáforas y sensaciones dispares, ejemplo fehaciente de la capacidad de Vega de mostrar varias capas y someterse a interpretaciones diversas. La vida agridulce de un chaval madrileño que jamás suspendió una asignatura durante su periplo académico, experto en sombras, físicas, químicas y arquitecturas de olas y tempestades. Del Liceo Francés a la universidad de la calle, el rocanrol, el caballo y el arte. Antonio, acaso para mentirse a sí mismo, decía que empleaba la heroína como herramienta de inspiración, pero a la postre la droga se lo llevó por delante, como a su amigo Enrique Urquijo.
Sietemesino, hijo y nieto de médicos, de infancia tranquila, tímido y gran lector, guitarrista delicado y letrista sin parangón, Antonio era el sufridor, y Nacho el vividor, en Nacha Pop. Perfecto binomio construyeron durante unos años ambos primos de sangre. La energía de Nacho, la profundidad de Antonio, hallaron el lugar y el momento idóneos. Tras la disolución de la banda, nada fue igual. Antonio, no obstante, firmó otros siete discos de suerte desigual pero con auténticas joyas en sus aristas. Digamos que la huella de Vega se antoja imborrable, y su impronta, irrepetible. El hombre que sofisticó el sonido de Nacha Pop y que marcó los caminos infinitos de tantos cantautores eléctricos nunca se las dio de genio, siempre estuvo al borde del precipicio, sus canciones hablan por sí solas, sólo hay que escucharlas detenidamente, ahí están las luces y las sombras del autor.
Ayer, José María Granados, ex líder de Mamá, ensalzaba la "figura única" de Antonio, recordando la "memoria prodigiosa" de su amigo. Alvaro Urquijo, hermano de Enrique y actual factótum de los Secretos, calificaba a Vega de "maestro, un Dios". Miguel Ríos subrayó el "talento desmesurado con enemigos dentro" del músico, "uno de los más grandes de su generación". Teo Cardalda, ex Golpes Bajos, con quien grabó Una décima de segundo, puso de manifiesto que Antonio Vega significa "el primer representante de la mejor música española, basada en el trabajo y el talento, todo lo opuesto a Operación Triunfo". Y Manolo Tena habló de "un gran poeta".
Antonio Vega actuó por última vez en la provincia gaditana, donde también vino en calidad de componente de Nacha Pop, en la playa de Zahara de los Atunes, en La Gata, verano del 2008, durante dos tardes memorables. Su primo Nacho pidió ayer a los numerosos admiradores que Antonio captó durante tres décadas que rindan tributo a Antonio "cerrando los ojos y escuchando su música". Sin más. Antonio fue una leyenda en vida, deprisa, deprisa, en festiva o doliente muerte permanente, así que no valen las monsergas ni los obituarios. Con lo que gusta un cadáver en el extinto mundo del rock y en la impúdica plaza pública del chismorreo y la incultura gratuita. Ya lo dieron por muerto hace tiempo. Hoy renace de sus cenizas.
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