Alana S. Portero: “La cultura pop nos salvó a los que no encajábamos en el molde”
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La autora reivindica la unión de los inadaptados y los diferentes en 'La mala costumbre', una novela que triunfa en Francia y que presenta en el Bookstock
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"Absorbía la energía que creía percibir cuando las mujeres estaban reunidas, sin hombres. Me quedaba a soñar en ella, me producía cosquilleos y una sensación de paz que no encontraba en ningún otro sitio. El tiempo con los hombres de la familia me enfriaba por dentro y me mantenía en tensión. (...) Junto a las mujeres de mi familia o de mi bloque, también con las compañeras de la escuela, el tiempo se dilataba como si lo bañase en agua caliente". Alana S. Portero (Madrid, 1978) ha escrito una de las novelas más emocionantes del año, La mala costumbre (Seix Barral), un libro en el que narra la odisea, hasta conseguir deshacerse del "fatalismo trans" y la amenaza de "una vida en soledad", de una niña que no responde al papel que le otorgan. Portero presentará su obra este sábado, a las 18:00, en la nueva edición del Bookstock, en el Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla (Cicus).
Ambientada en los 80 y los 90 en el barrio madrileño de San Blas, en el que la heroína causó una verdadera devastación –"Vi caer como ángeles terminales a una generación entera de muchachos"–, La mala costumbre reserva más allá de la peripecia de su protagonista una reflexión sobre cómo los desheredados hallan apoyo los unos en los otros y una orgullosa reivindicación de la clase obrera. Mar García Puig afirma que esta narración demuestra que "es en los márgenes de la sociedad donde se pueden forjar los mejores afectos". Portero ahonda en esa idea en una visita a Sevilla, donde concedió esta entrevista. "En esos márgenes se encuentra el concepto de la familia elegida, que se da entre personas que han sido rechazadas en alguna parte, o a las que sus familias biológicas o sus entornos naturales no les proveían de ciertos afectos que son importantes para desarrollarte", apunta la autora.
Por San Blas desfilan personajes como La Peluca, temida por bruja, o Margarita, una mujer trans que la niña protagonista percibe como "una punzada de realidad llamando a la puerta". Tipos singulares que pululaban por una colmena que hoy, quizás, ha perdido ese espíritu de fraternidad. "Yo quería hablar de ese barrio, un escenario terrible por las circunstancias, por la masacre que provocó la droga. Pero quería contar cómo surgían de ahí lazos muy fuertes, una red de apoyos, la idea de que en los terrenos baldíos crecen flores hermosas", señala Portero, que cree que la pérdida de una conciencia de clase ha perjudicado esa hermandad de antaño. "Este querer adscribirse a la clase media no es más que una huida hacia delante. Los barrios humildes se definen ahora como residenciales sin tener ninguna de las comodidades, y predomina un punto de aislamiento, de ir cada uno a lo suyo… Hay gente que es feliz así, viviendo sin dar explicaciones a los demás, y es verdad que antes los vecinos podían estar muy pendientes, pero creo que algo hemos perdido en ese cambio".
La protagonista de La mala costumbre se esconde "detrás de una mentira elaboradísima con forma de niño simpático, gordito y sabiondo", mientras contempla con recelo a Margarita, que "opera como una suerte de oráculo", explica Portero. "Al principio la niña la teme porque sospecha que ese es su camino, la rechaza porque ve que Margarita tiene un mundo muy estrecho. Margarita se gana el respeto de los demás siendo discreta y no dando problemas. La abnegación es una mochila que las mujeres, trans o no trans, hemos cargado para ser respetadas. Nuestras madres, nuestras abuelas, también debían ser buenas y sacrificadas", argumenta la madrileña, que explora en el libro la falta de referentes de una mujer trans más allá del estigma y el desprecio. "Todo lo que había oído sobre ser como ellas contenía palabras que se parecían a las que se usaban cuando se hablaba de alguien que está enfermo. También palabras de aflicción o de vergüenza. A veces de admiración, pero no como se admira algo maravilloso, más bien como el aplauso que se le daba a una obra de teatro o una mascarada cualquiera. Algo que es vistoso solo como espectáculo pero que no tiene belleza por sí mismo sin el artificio para el que está pensado", se leen en la novela.
"El mundo de las mujeres trans, en la cultura popular", medita Portero en persona, "era el mundo de la burla, del desdén… Era una figura bufonesca, un alivio cómico, alguien sobre quien se podía ejercer violencia sin que tuviese ninguna consecuencia. Eso se alargó mucho en el tiempo. En el cine que yo veía en los 90 esto seguía sucediendo. No se me olvidará nunca Juego de lágrimas, de Neil Jordan, un largometraje premiadísimo. El protagonista, un terrorista del IRA, se enamora de una mujer que resulta ser trans, y cuando le ve los genitales va al baño a vomitar y luego la abofetea. Esto no le supuso ningún problema a nadie, se hablaba de la película como bonita y sensible. La falta de referentes es descomunal, y marca mucho el desarrollo de la protagonista".
Pero en La mala costumbre, que sus editores definen como "una versión bastarda del viaje del héroe", la cultura pop emerge como un asidero para adolescentes que viven en la zozobra, con Bowie, Boy George y Pete Burns como santos y Madonna como una especie de "virgen de las existencias torcidas a la que llorarle las penas e implorarle compañía". "Esos artistas que se reinventaban de un disco para otro, que no parecían sufrir las limitaciones de lo humano, eran toda una inspiración, sus canciones nos apelaban y nos hacían sentir fuertes. Hay una frase que he dicho otras veces durante la promoción: Si no tienes a quien contarle las cosas, cuéntaselas a Madonna que ya te responderá en alguna canción. La cultura pop nos salvó a los que no encajábamos en el molde", asegura Portero.
La mala costumbre describe también con compasión y ternura la extrañeza de unos padres que no saben responder al cambio de guión que le propone su descendencia. "Desde muy pequeña entendí que mi madre dispensaba un amor que pretendía mantenerlo todo en un presente perfecto en el que permaneciésemos incorruptas o en el que desempeñásemos la vida que había imaginado para nosotras al pie de la letra", cuenta la voz narradora en el libro. "Me preocupaba contar eso bien", admite Portero, "hablar de una generación de clase trabajadora, de la edad de nuestros padres, que no tuvieron las herramientas para entender algunas cosas, entre otras historias porque se pasaban la vida trabajando. Pero el amor está ahí, intacto. Quería mostrar que la incomprensión no tiene que estar siempre ligada al rechazo. Los padres le dicen a su hija que la quieren a través de símbolos: darle de comer, estar pendiente, esforzarse en ser refugio y que la hija sepa que tiene un lugar al que volver", concluye la escritora, medievalista de profesión, que asocia a menudo a sus personajes "costumbristas" con criaturas de leyendas y mitos "para coronarlos y darles el rango de semidioses o brujas. Yo se lo debo todo a los cuentos, porque en sus páginas supe que la gente puede transformarse, ser quien sueña".
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