"Borges y Quiñones veían el uno en el otro algo que les gustaría ser"

Alejandro Luque presenta esta tarde en el Centro Cultural Reina Sofía 'Palabras mayores', el ensayo en el que profundiza en la amistad entre los dos autores, reeditado por Sílex

Fernando Quiñones y Jorge Luis Borges.
Fernando Quiñones y Jorge Luis Borges. / Fundación Fernando Quiñones
Pilar Vera

19 de abril 2018 - 08:26

Cádiz/No podían ser de universos más distintos. "Borges era el señorito porteño, criado entre algodones por una abuela que le enseñaba a leer El Quijote el inglés y que soñaba con poder vivir grandes aventuras y frecuentar los bajos fondos pero que vivió encerrado en una biblioteca. Y Quiñones, como él mismo decía, era el descarado hijo de la Caleta gaditana, familiarizado con la faena del puerto y que aspiraba al prestigio de las academias y los ateneos", cuenta el periodista y escritor Alejandro Luque.

"Para explicar su amistad, yo aposté por la teoría de la atracción de los contrarios; veían el uno en el otro algo que les gustaría ser. Lo que sí les unía -continúa- es el amor total por la literatura, que fue el centro de las vidas de ambos aunque luego sus existencias fueran tan distintas".

Alejandro Luque presenta esta tarde -dentro del ciclo Letras Cruzadas, organizado por el Centro Andaluz de las Letras y la Fundación Carlos Edmundo de Ory- el libro Palabras mayores. Borges y Quiñones, 25 años de amistad: un título que vio la luz por primera vez hace unos quince años y que se reedita ahora de la mano de Sílex Ediciones, con algunas nuevas aportaciones. Entre ellas, los distintos libros inéditos que han ido viendo la luz desde entonces, una correspondencia con Cansinos-Assens o material de los Diarios de Bioy Casares "que redondeaban mejor el total del libro".

Siempre se ha visto el famoso concurso del diario La Nación como el inicio del contacto entre Borges y Quiñones. Aunque, en realidad -intelectualmente, al menos-, el primer contacto fue anterior: cuando Fernando Quiñones encontró un ejemplar de Ficciones en el mercadillo de la plaza del mercado, "adelantándose así a todo el mundo en España en el conocimiento y la difusión de Borges -apunta Alejandro Luque-. Por eso se le ha considerado su introductor en nuestro país, aunque Borges visitó España antes de haber contactado con Quiñones. Nunca sabremos si esto que contaba Fernando lo fondeó con leyenda o fue así, aunque es cierto que reconoció el valor que tenía lo borgiano mucho antes que todos los teóricos que vendrían después".

También llama la atención que el autor de un cuento como La casa de Asterión -amado por todos los que estamos siempre del lado del dragón y la medusa-, tan a favor del minotauro y en contra de los héroes solares, se sintiera cautivado por una selección de cuentos que llevaba por título Siete historias de toros y hombres: "Desde luego, a Borges no le interesaban nada las efusiones sangrientas pero sí mucho, siempre, la épica -explica Luque-. Y, en este sentido, son muchos los personajes de Quiñones que se enfrentan a la vida y la muerte con coraje. También es cierto que Quiñones hizo un libro poco costumbrista: aunque era joven, sabía que tenía que aspirar a escribir una literatura indeleble, que se sostuviera incluso cuando él mismo terminó alejándose de la fiesta. Quería escribir un libro que no fuera para taurinos, del mismo modo que no es sólo para taurinos el Juan Belmonte, matador de toros, de Chaves Nogales".

No mucho después del premio de La Nación, se producirá el primer viaje a España de Borges tras muchísimo tiempo, en el año 63, en el que Fernando Quiñones se convirtió en su anfitrión y -según sus propias palabras- "en su chico para todo". El choque entre los dos mundos fue "maravillosamente armónico y, como se suele decir, el principio de una gran amistad. Se cayeron muy en gracia a pesar de todas las diferencias que tenían, y su amistad duraría hasta la muerte de Borges. El argentino le dedica ese prólogo fantástico en el que dice que Fernando Quiñones es un gran escritor de la literatura hispánica o, simplemente, de la literatura. Pero, más allá de eso, siempre existía entre ellos una gran simpatía, una gran complicidad".

Según Luque, Borges reconocía en Quiñones "esa vida en estado puro, esa efervescencia que le era tan ajena, pero que le interesaba mucho. Tenían conversaciones sobre todos los temas habidos y por haber porque es sabido que Borges hablaba de todo. Para Quiñones, Borges fue un guía del que al final terminó emancipándose: se da cuenta de que su voz puede ser muy tiránica cuando se mete dentro de un lector. Los rasgos que le cautivaban de Borges se los llevó a su terreno, como ciertos rasgos de la literatura fantástica o de técnicas del relato, y sobre todo, lo referente a la posibilidad de jugar con el lenguaje coloquial: extrajo la enseñanza y la adaptó a su medio".

Añade Alejandro Luque que aún queda saldar "una deuda grande con Fernando Quiñones: sólo hubo uno, y a veces nos comportamos como si los autores fueran fácilmente reemplazables, y no lo son. Tanto él como su literatura requieren de un recuerdo y una salvaguarda especial: le falta mucho reconocimiento. La Medalla de la Provincia fue compartida con Bonald; la de Andalucía, nunca llegó; la UCA le otorgó un doctorado in extremis, pero falta estudio y divulgación de su obra y que los ayuntamientos de Cádiz y Chiclana se impliquen mucho más en esto, porque es una cuestión de justicia para él y muy necesaria para nosotros, que no tenemos muchos referentes de esa talla".

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