"Cádiz jugó un papel estratégico en la dramática expulsión de los jesuitas"
El escritor gaditano Pedro Miguel Lamet publica 'El último jesuita', novela histórica sobre la detención y destierro de cinco mil sacerdotes de esta orden · El libro fue presentado en la Universidad Comillas
El escritor y jesuita gaditano Pedro Miguel Lamet acaba de publicar su última novela histórica titulada El último jesuita. La obra, que fue presentada hace unos días en Madrid en la Universidad Comillas, por el hasta ahora embajador ante la Santa Sede, Francisco Vázquez y los historiadores Isodoro Pinedo e Inmaculada Fernández Arrillaga, cuenta la dramática persecución contra la Compañía de Jesús en tiempos de Carlos III. Cinco mil jesuitas de España, América y Filipinas fueron detenidos a punta de bayoneta y embarcados en cuatro flotas de embarcaciones que partieron de Cádiz, El Ferrol, Tarragona y Santander hacia los Estados Pontificios en precarias condiciones en 1767. El Papa se negó a recibirlos y acabaron dando con sus huesos en Córcega, una isla en guerra. Años después, en 1772 las intrigas del embajador español Floridablanca arrancarían del papa Clemente XVI la extinción de la Orden, que sobrevivió gracias a que en la Rusia Blanca, la zarina Catalina la grande se negó a suprimirlos.
"El papel de Cádiz fue muy destacado en la expulsión de los jesuitas -declaró a este Diario Pedro Miguel Lamet-, ya que desde la bahía zarparon los buques que deportaron a 600 miembros de la provincia jesuítica de Andalucía en el 'Princesa' al mando del comandante Francisco de Huidobro y Sanabria y seis navíos suecos. La Armada española tuvo que alquilar embarcaciones para deportar a los 3000 jesuitas españoles, que iban con lo puesto, el breviario y poco más. Hay que recordar que en El Puerto de Santa María se encontraba una de las casas más importantes de la Compañía española, donde se formaban los futuros misioneros de América, y Cádiz era el puerto de referencia para ambos continentes".
En la escritura de esta novela, Lamet se encontró con la dificultad de que la investigación histórica sobre este hecho es "mucha, pero muy dispersa y confusa". "Son monografías excelentes, aunque parciales -precisa-. Tanto que durante años no me atreví a abordar un tema tan discutido y prolijo. Abarca, por ejemplo, su detención militar al mismo día y la misma hora, los tremendos viajes de los expulsados desde América, el motín de Esquilache, el acoso y derribo del papa Clemente XIV, que había sido elegido con la condición de cargarse a los jesuitas; los encarcelados en Portugal y El Puerto y un sinfín de intrigas y ambiciones"
Llegados a este punto es lógico preguntarse por qué no se planteó hacer un libro de Historia en lugar de una novela. El escritor responde de manera meridiana: "Una monografía histórica se caería de las manos para un lector de la calle. Procuro además que mis novelas sean muy rigurosas. Me limito a la puesta en escena y la vertebradura narrativa".
La novela cuenta la vida de dos hermanos gallegos, hijos del secretario del Consejo de Estado de Carlos III. Los dos ingresan en el noviciado de Villagarcía. Uno, Mateo, el protagonista, abandona la Orden por amor y se ve inmerso en la pesquisas secretas de los ministros Roda, Aranda y Campomanes, y en las ulteriores intrigas vaticanas de Floridablanca. Javier, su hermano, persevera en la Compañía y vive en propia carne el drama de la expulsión y supresión. Esos ministros odiaban a muerte a los jesuitas. Lo explica Lamet: "Eran manteistas, alumnos no pertenecientes a la nobleza, que por fin habían alcanzado el poder, frente a los colegiales, que lo habían ostentando antes. La corte estaba dividida en projesuitas y antijesuitas. Estos últimos, junto al confesor franciscano Gilito, padre Osma convencieron a Carlos III y organizaron todo. Persuadieron al Rey de que el Motín de Esquilache había sido provocado por los jesuitas. Eso se unió a la feroz autonomía religiosa frente a Roma del Despotismo Ilustrado". Pero incluso el Papa, tras las sucesivas expulsiones de Portugal, Francia y España y las continuas amenazas de los borbones, incluso de llegar a invadir los territorios pontificios, acabó por ser doblegado. Clemente XIV murió persuadido de que los jesuitas iban a envenenarle.
Lamet cree que de su libro se debe sacar sobre todo una conclusión: "Que los mejor de aquellos hombres, injustamente maltratados por el Estado, fue su amor al Jesús del Evangelio en medio de terribles dificultades y la fidelidad a la espiritualidad de San Ignacio, que decía que les bastaban quince minutos de oración para quedarse tranquilo si la Compañía 'se disolviera como sal en el agua'.
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