Cádiz, en la vida y obra de Agudo
El pintor sevillano Antonio Agudo ingresó ayer en la Real Academia Provincial de Bellas Artes de la ciudad con un discurso muy gaditano que respondió el artista Hernán Cortés
Si Antonio Machado contenía su infancia en los recuerdos de un patio sevillano, Antonio Agudo lo hace entre "recuerdos de un parque sobre el mar, y unas calles solitarias donde anida el viento". Eran los primeros paseos de un niño sevillano que descubrió Cádiz cuando su padre vino a trabajar como jefe de taller de grabado Diario de Cádiz. De un niño que descubrió su vocación de gaditano en los paseos por calles que desembocaban al mar, en los espacios sin adornos de las casapuertas, en las azoteas teñidas de humedades, y en los árboles de formas raras elevados sobre la arquitectura cubista de la ciudad. Un niño que descubrió su vocación de gaditano antes que la artística, pero que pronto hizo indisoluble este binomio en su vida.
Sobre este estrecho vínculo con la ciudad de su niñez y la forma en que ha asomado a lo largo de su trayectoria versó su discurso de ingreso en la Real Academia Provincial de Bellas Artes de Cádiz, en un concurrido acto rodeado de amigos que se celebró en la tarde de ayer en el salón regio del Palacio Provincial de la Diputación de Cádiz. Unas palabras impregnadas de la pasión con que ejerció la docencia a lo largo de 30 años, y con que ha profesado el arte durante toda su vida. Y así se lo hizo saber uno de sus grandes discípulos, el pintor gaditano Hernán Cortés, en la contestación que realizó como académico de número de la Academia.
Fue la presidenta de la institución gaditana, Rosario Martínez, la encargada de abrir y cerrar el acto, y los académicos Carmen Bustamante y Javier de Navascués los encargados de recibir al nuevo miembro. De su mano y ante el dibujo de gran formato de uno de sus esenciales desnudos de influencia clásica que ha donado a la Academia, emprendió un discurso con el que el pintor sevillano recorrió su vida y obra jalonado del hermoso recuerdo de todas las personas que la han marcado. Entre ellas, su antecesor en el cargo en la Real Academia, Francisco Fernández Trujillo; su mujer Pilar, con la que se abrió camino hacia la América de sus amores; sus hijos, a los que profesó su amor por México; sus profesores y sus discípulos -entre ellos Hernán Cortés- y los muchos alumnos en los que inculcó y de los que recibió aquella pasión por la creación artística.
Dejó claro Agudo en su irónico y amable discurso, que son dos las "las huellas indelebles que han marcado mi vida". El día que llegó al mundo, un 12 de diciembre, que también es el día de la conmemoración de la Virgen de Guadalupe, "la reina de México", y Cádiz. "Desde aquella mi América siempre veía esta orilla que dibuja en Cádiz la otra huella de mi destino diez años después de mi nacimiento", esgrimió.
Fue Cádiz la primera puerta de un Atlántico que también atravesó en la última exposición que protagonizó recientemente en el Castillo de Santa Catalina bajo el título Entre Cádiz, México y otras aguas. Una muestra a la que se suman otras cuatro exposiciones que le llevó a indagar en las vivencias de su infancia, en Cádiz a contraluz -que tuvo lugar en la Casa Pemán-. "En mi vida como pintor hice exposiciones aquí y allá, pero las que recuerdo con mayor cariño las hice en esta ciudad a partir de mis excelentes amigos los Benot", especificó.
También dijo que con el arte hizo su capa y un sayo y que quizás por este motivo, escogió Cádiz como "puerto seguro para mis derivas artísticas. Después de navegaciones tempestuosas era acogido como brazos abiertos que se expresan en variados escritos. Como el de Hernán Cortés, que en mi producción artística vio el reflejo de la platinoche lorquiana".
De él volvió a hablar como uno de los dos primeros y excelentes alumnos gaditanos que tuvo, junto a Juan Salvajo. "Hernán tenía hambre artística en la mirada".
Pero no sólo dedicó palabras de profunda admiración a Cortés, que se las devolvió con creces, sino a otros pupilos a los que conoció a su vuelta a la enseñanza -tras un paréntesis al que se vio obligado-. Mencionó a María Dolores Montero, Francisco Ibáñez, Ana Lorente, Pablo Fernández Pujol, Eva Arango, Antonio Álvarez del Pino, José Ávila o Beatriz Navascués.
Con ellos reivindicó "la alegría de enseñar aprendiendo", y así lo constató Cortés, que contestó a su discurso desde la propia relación que han mantenido, para así "cerrar este círculo vanidoso", dijo con sentido del humor.
Y lo hizo con la anécdota del primer día en una clase de dibujo en la que Antonio Agudo se dispuso a observar lo que hacía. "Me llamó la atención su aire algo pintoresco... Y pronto se lanzó a comentar mi dibujo con un tono lleno de entusiasmo que me sorprendió". Fue gracias a este fuerte "impulso pedagógico que descubrí a su lado un mundo plástico que influyó mucho en mi manera de ver la pintura, convirtiéndose en un maestro y referente que me ha acompañado en todos estos años de camaradería pictórica". Una relación, una vida, un carrera en la que el nuevo académico ha explotado "su franca generosidad en la transmisión de su saber pictórico". Así describió a Antonio Agudo su primer alumno y amigo, como el pintor melancólico y del esencialismo plástico que se la juega al todo o nada en cada obra, al docente pasional, condescendiente y generoso con su público. Al pintor y amigo, padre y esposo. Al que tantas veces inspiró Cádiz, en su vida y en su obra.
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