Caligrafía de bellos imposibles

Crítica de arte

La exposición de Willie Márquez en la galería Omorfia de Cádiz nos sitúa en esos espacios de pura introspección a los que el artista jerezano acude para expandir esa sinfonía lineal

La previa de la exposición de Willie Márquez en Omorfia

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El artista jerezano Willie Márquez con algunas de sus obras en la Sala Omorfia de Cádiz. / Lourdes De Vicente

Willie Márquez es tan particular, tan único, tan diferente… tan artista que ni siquiera se llama Willie Márquez. En su Documento Nacional de Identidad no pone, como sería lo lógico, Guillermo; ni siquiera, ahora con las libertades en la utilización del santoral, aparece como Willie. Por supuesto, tampoco figura lo de Márquez como le hubiera correspondido por nacimiento y por su padre. Él es Willie Márquez. Willie para él y para la legión de amigos y seguidores que tiene por todo el mundo. Porque Willie, que nació en Jerez, tiene de jerezano lo que yo de camerunés -por color, altura, deje al hablar y otras cosas-. Willie puede ser de cualquier sitio. Estuvo mucho tiempo en Ibiza. ¿Dónde mejor iba a estar Willie que en Ibiza? Pero, desde la isla recorrió todo el mundo, pintó por todo el mundo y por todo el mundo entró en las mejores colecciones de arte. Buscó la tranquilidad -eso dice él- y se vino a Arcos donde se instaló en una bonita casa rodeada de gallinas que dan magníficos huevos, de gatos bellísimos con raros pelajes de felinos, árboles frutales -sobre todo limoneros que dan limones dulces y amargos- y toda clase de hortalizas. Allí fuma, bebe vodka con naranja y pinta y pinta… y pinta. A veces, muy a menudo, se reúne con sus amigos artistas -grandes cantaores y gente del flamenco moderno que a mí me suenan desde mi conquistada sordera-. Willie es la última dimensión de la hiperactividad. Vuelve loco a todos, a los gatos, a ese perro ladrador que tiene que no para, y yo diría que hasta los dos coches pintados, uno por él mismo y otro, una joya, decorado por Kenny Sharf. Pinta como es él, vehemente, apasionado, activo, enérgico… pero, al mismo tiempo, controlado y de serena concepción artística.

Willie Márquez no sabe, porque no le interesa, de estilos ni de formaciones ni de tendencias. Su pintura es suya; personal e intransferible. Pintura a lo Willie Márquez. Lo demás, brindis al sol o entelequias de críticos trastornados. Pinta lo que quiere y como quiere. No necesita nada más que un bolígrafo o rotulador permanente y a pintar. Bueno ahora, también, una tinta reflectante. Lo demás es producto de su pasión creativa. Pinta en los más inesperados e imposibles soportes; en los que son y han sido de noble naturaleza; en los que encuentra y le sirven para sus poderosas argumentaciones; en las más sofisticadas botellas de agua mineral, de esas que están de moda y son valiosísimas, en los vestidos de diseños fastuosos, en los augustos cristales de Svarosky, en los toros de Osborne del gran Manolo Prieto, en los metales, en los lienzos… en todo. Y siempre, con ese sello personalísimo, a la manera de Willie Márquez. Willie ha expuesto en sitios de verdadera importancia, en galerías de prestigio y centros de arte de absoluto reconocimiento. Pero, y ahí reside su grandeza, lo hace también en aquellos sitios donde sus amigos lo solicitan. Este que esto les escribe lo puede confirmar. En poco tiempo, ha expuesto en la Sala Pescadería de Jerez, el espacio jerezano destinado a los artistas de mayor importancia, con una significativa exposición individual y, también, en la Sala del Virrey Laserna o en una humilde colectiva, homenaje a los artistas de vecindad. Es, por tanto, uno de los artistas en los que se debe confiar porque, jamás, va a defraudar.

Ahora expone una pequeña parte de su última en la galería Omorfia de la calle San Pedro de Cádiz. Lo hace acudiendo a ese sistema, reconocido y reconocible por todos, en el que expande su particular grafía; esa línea continua de emocionante y especial escritura semiautomática que deja abierta las más expectantes esclusas para que entre el aire fresco de la emoción pictórica. Porque la obra de Willie asume rasgos evidentes. No cuenta historia pero, al menos, sirve para que a través de esos rasgos, con esos gestos de poderosa actividad actuante se formule unos episodios de magia lectura imposible.

Es difícil encajar estéticamente la obra de Willie Márquez. Creo que está más cerca de Pollock que de Rotko; queriendo con esta afirmación centrar el análisis en un claro posicionamiento hacia un expresionismo que pierde sus estancias entre lo abstracto y lo figurativo. Porque, a veces, Willie crea acciones que mimetizan resultados concretos y otras formulan espacios absolutamente vacíos de realidades. En su pintura, como en su escultura, como en sus intervenciones espaciales o en sus instalaciones, todo está marcado por esa formula activa que proporciona la acción desenfrenada. Por eso, su obra es distinta. No pasa desapercibida y es fácilmente identificable. En la pintura nos ofrece ese lenguaje personal protagonizado por una grafía que va creciendo y abriendo perspectivas plásticas llenas de verdadera sutileza. Por eso decían anteriormente que la pintura de Willie está más cerca de Jackson Pollock. Sus obras están compuestas por unas formas gestuales que van extendiéndose y creando espacios de pureza plástica. Caligrafía que no transcribe relato alguno ni responde a una estructura con ansias de significación; es un juego visual que abre los horizontes de la mirada para que ella encuentre una línea de inquietante emoción plástica. En sus lienzos, la caligrafía va abriendo espacios formados por una línea ondulante y sin fin que, a veces, se llena de mínimos desarrollos cromáticos o de manchitas que se expanden por los soportes entre las líneas serpenteantes para abrir la máximas expectativas de la verdadera emoción artística. Ahora, también los cuadros encierran sugerentes efectos luminosos que se pierden en la maraña compositiva de la caligrafía y que van a apareciendo, como por encanto, cuando se iluminan con luces especiales.

La exposición en Omorfia nos sitúa en esos espacios de pura introspección a los que Willie acude para expandir esa sinfonía lineal, apenas rota por tenues imprimaciones de color. Una obra que nos vuelve a situar en los medios de una pintura total que , además es absolutamente diferente y alberga los estamentos específicos donde anida la máxima emoción artística.

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