Castrati, el precio por la búsqueda del éxito
Historia de la música
Un paseo por la historia de estos célebres cantantes que eran operados de niños para conservar su voz aguda
La brillante historia de la ópera italiana no se puede narrar ni entender sin la figura de los castrati, cantantes dotados de una voz extraordinariamente aguda para los que se componían piezas musicales con las que exhibir sus inigualables dotes de soprano o contralto, imposibles para cualquier varón adulto.
Para lograr este ‘don’ antinatural, estos futuros cantantes habían de ser sometidos entre los nueve y doce años, siempre antes de la pubertad, a una operación de castración consistente en cortar los cordones espermáticos. De ese modo se atrofiaban los testículos que también podían extirparse. El objetivo de tan traumática intervención era provocar la carencia de testosterona, manteniendo el resto de su vida el timbre agudo, delicado y dulce de la voz infantil, pero con la potencia propia de la caja torácica y la capacidad pulmonar de un adulto.
Intentando reducir el agresivo impacto de la operación, realizada frecuentemente por barberos, se narcotizaba al niño suministrándole previamente opio y sumergiéndole en una bañera con agua o leche caliente que aumentaba su sensación de adormecimiento.
Los primeros cantores castrati de los que tenemos noticias se localizan en Constantinopla (Imperio Romano de Oriente) a fines del siglo IV y allí perduran algunos, a pesar de la ocupación otomana, hasta que ochocientos años más tarde la ciudad es ocupada por los cruzados occidentales. Varios siglos después, en 1588 el papa Sixto V prohíbe el canto de mujeres y niñas tanto dentro como fuera de las iglesias, siendo éstas sustituidas por la voz dulce y aguda de niños y sobre todo de falsetistas. Pero estos últimos, por tener que cantar de manera forzada y no siempre logrando el tono adecuado, fueron sustituidos pasadas varias décadas por los castrati.
Así, desde mediados del siglo XVII, muy especialmente a lo largo del siglo XVIII y hasta principios del XIX miles de niños, en su inmensa mayoría italianos, fueron sometidos a esta práctica por decisión de sus padres con la intención de convertirles en cantantes de ópera. De ese modo pretendían sacarles de la pobreza, posibilitarles un futuro e incluso lograr para ellos la fama y fortuna que por otros medios les resultaría imposible alcanzar.
Aunque lo cierto es que, después de cursar estrictos estudios de música durante años en conservatorios especializados de Roma, Nápoles, Bolonia y otras ciudades italianas, solo una minoría de estos conseguía vivir del ‘bel canto’. Un número aún mucho más reducido, como Pascualini, Cafarelli, Matteo Sassano, Francesco Rossi, Baldasare Ferri, Nicolo Grimaldi, Senesino, Giovanni Carestini o el inigualable e idolatrado Farinelli, lograron el éxito en todas las cortes y teatros de Europa, convirtiéndose en divos que despertaban pasiones, codeándose con lo más elevado de la sociedad europea y gozando del lujo y la riqueza que les ayudaba a compensar o al menos a soportar el sacrificio que para el resto de sus vidas suponía la castración. Pero la inmensa mayoría restante habría de abrirse camino impartiendo clases de música a más modesto nivel u ordenándose sacerdote para dedicarse a cantar en los coros de las iglesias. Por tanto, el nivel de frustración era importante en muchos de ellos por aspirar y no alcanzar el sueño de la fama, pero también por las secuelas a veces físicas y frecuentemente sicológicas derivadas de tan inhumana mutilación.
La intervención quirúrgica a que eran sometidos les provocaba infertilidad, por lo que la Iglesia les prohibió contraer matrimonio. Pero no siempre padecían impotencia sexual, pues algunos castrati de éxito, que habían sido intervenidos tardíamente, mantuvieron sonadas aventuras amorosas con jóvenes damas de la aristocracia europea cautivadas por su fama, sus voces prodigiosamente angelicales, sus elegantes aires afeminados y su inesperado furor sexual. Algo comprensible en la frívola sociedad aristocrática del siglo XVIII, siempre atraída por lo extraordinario, excesivo y extravagante.
Ya a fines del siglo XVIII los revolucionarios franceses condenaron la castración inspirándose en las críticas que al respecto habían realizado los filósofos ilustrados. El propio Napoleón Bonaparte, tras anexionarse Roma en 1809, impuso la pena de muerte para quien la practicase sobre los niños cantores. También por aquellos años de principios del siglo XIX la Iglesia empezó a cambiar su actitud, permitiendo a las mujeres actuar en los escenarios teatrales y reprobando aun tímidamente la castración salvo por necesidades médicas. Con ello y con la retirada de los escenarios en 1830 del famoso Giovanni Battista Velluti se ponía fin a la época dorada de los castrati en la ópera europea.
En 1870 se prohibía definitivamente en Italia la castración infantil con fines artísticos, pero algunos castrati que habían sufrido la intervención quirúrgica con anterioridad a aquella fecha continuaron cantando en los coros de las iglesias, concretamente en el de la Capilla Sixtina del Vaticano, hasta que en 1902 el Papa León XIII prohibió los castrati en todo tipo de ceremonia religiosa. Cuatro años antes el último castrato, Alessandro Moreschi, pasó de ser solista de la coral de la Capilla Sixtina a director de la misma hasta su retirada en 1913. Con su muerte en 1922 se ponía definitivo punto final a esta práctica que durante varios siglos había ofrecido el disfrute de dulcísimas voces a las cortes, teatros y capillas europeas, pero también había producido frustración y sufrimiento a miles de jóvenes condenados por sus progenitores a pagar involuntariamente un precio tan elevado por la incierta búsqueda del éxito.
… al cumplirse cien años de la muerte de Alessandro Moreschi, el último castrato.
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