Costumbrismo y belcanto en Cádiz
Crítica de zarzuela
En noviembre de 1849 se estrenó en Sevilla la ópera cómica El Tío Caniyitas. Su estreno, con gran éxito, fue seguido de 130 noches consecutivas de representación en los tres teatros de Cádiz de la época. De ahí pasó a toda la provincia, a Andalucía, a toda España y América.
La ópera, tras su estreno, no estuvo exenta de un duro tratamiento por parte de los críticos musicales de la época.
No es de extrañar esta contradicción de éxito de público y de crítica, en una España inmersa en plena época de transición y de vaivenes políticos, reinada por Isabel II, bajo una constitución, la de 1845, que borraba el concepto de "Soberanía Nacional" e instauraba una soberanía compartida entre nación y monarquía. No es raro, como digo, que hubiera opiniones de todos colores y críticas de todas intensidades.
El Tío Caniyitas se encuadra, no obstante, dentro del costumbrismo español del siglo XIX, muy influenciado en lo musical por lo italiano, y con un romanticismo incipiente que quiere abrirse paso en España. En realidad, estamos hablando del renacimiento de la zarzuela, en tanto que género musical español, donde se entremezclan las canciones, dúos, tercetos y cuartetos con las partes habladas, el baile y los coros, y donde sobre todo, se busca el entretenimiento del espectador.
La representación repuesta en el Gran Teatro Falla de Cádiz, más de un siglo y medio después de su estreno, iniciativa de un grupo de trabajo a cuyo frente está Juan Manuel Pérez Madueño, nos trajo como resultado un espectáculo simpático, amable, y, al menos en lo que a mí concierne, con la agradable sorpresa de descubrir una música estupenda, con dos introducciones musicales, en cada uno de los dos actos, y con una importante riqueza de motivos, canciones, dúos, tercetos, cuartetos y coros.
El Tío Caniyitas tiene una escena en la que se interpreta El Vito por la protagonista femenina, la gitana Catana (Cayetana). Esta escena del primer acto, junto con el coro de los herreros del segundo acto y algún pasaje musical más, son la contribución de la música folclórica española a la obra de Mariano Soriano. El resto de la obra recurre a melodías de influencia italiana, tanto de corte clásico (Mozart) como de corte belcantista (Rossini, Donizetti, Bellini). Melodías y canciones verdaderamente hermosas, que sorprende oírlas en medio de una trama costumbrista en la Plaza de San Antonio de Cádiz, y cantadas por personajes populares de nuestra capital en la época.
La Orquesta Álvarez Beigbeder, instrumentada con algo más de cuarenta músicos, tuvo una correcta intervención, sobre todo si tenemos en cuenta las dificultades añadidas que presenta un reestreno de estas características, y de la coordinación con la coral de la Universidad de Cádiz y los cantantes. En mi opinión, quizá hubo un poco de exceso de metales en algunos pasajes.
De los cantantes, destacar a Carmen Jiménez, que le puso gracia y dramatismo al personaje de Catana, y que llevó a muy buen término los dúos con Pepiyo y con el Tío Caniyitas. Juan Manuel Sancho, que encarnó a Pepiyo Repampliyao tuvo sus mejores momentos durante el segundo acto. A Jorge Tello, Tío Caniyitas, barítono, le tocó asumir un papel que tiene la tremenda dificultad de tener que cantar en el lenguaje utilizado por la obra, es decir, el caló de la época, que a duras penas logra entenderse por el público.
El también barítono, David Lagares, Mr. Frinch en la obra, le dio comicidad al personaje inglés, (lo que hoy sería un "guiri" que no se entera de nada), ayudado con el toque rossiniano que Soriano imprime a las canciones de este personaje. El proyecto hubiera estado redondo si se hubieran podido seguir en un par de monitores los diálogos para que el público entendiera con facilidad la trama y las expresiones "calós" de los personajes.
La coral de la UCA estuvo correcta, con falta de voces masculinas, pero desenvolviéndose bien por el escenario, y recreando la acción en las calles del Cádiz decimonónico.
El público del Falla, que llenó por completo el teatro, lo pasó bien y aplaudió con ganas al final de la representación.
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