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Y la Dama era un caballero...

Investigación sobre el sarcófago fenicio femenino de Cádiz

Un hombre robusto, fuerte, de estatura por encima de la media y de entre 45-50 años en el momento de su muerte, así era el ‘gadirita’ que reposaba en el sarcófago fenicio femenino

El sarcófago fenicio femenino del museo de Cádiz. / Julio González

Cádiz/“Lola, esto es un hombre”. La paleopatóloga Mila Macías observa el contenido de la caja y mira de frente a la conservadora que se la facilita (Lola López de la Orden) pronunciando la aseveración con toda seguridad. Los huesos son de un hombre, no hay más que verlos. La técnico del Museo de Cádiz, hoy jubilada, no termina de creerse la apreciación sobre los restos del esqueleto que descansaban en el sarcófago fenicio femenino y decide llamar al mayor experto en la materia, quien los encontró, clasificó y... ¿publicó?: Antonio Álvarez. “Así es, yo también me di cuenta entonces, es un hombre”. Macías y Ana María Niveau, la directora del proyecto que, entre otros restos, les llevó a los huesos de la Dama de Cádiz, lo tuvieron claro. Es un hombre, pero hay que demostrarlo.

Demostrarlo científicamente, se entiende, que es lo que han logrado las especialistas que la tarde del jueves en el Museo de Cádiz hicieron públicos los resultados de un estudio que se llevó a cabo entre mayo y julio del pasado año y que una pandemia ha querido que se presenten pocos días después del 40 aniversario del descubrimiento de una de las señas de identidad de la ciudad.

La Dama de Cádiz era un caballero, no hay duda. Así lo indican todos los marcadores utilizados por las investigadoras que han aplicado al esqueleto el método científico más recomendado por todas las sociedades científicas del ramo, una inspección macroscópica completada por una osteometría que determinarían edad, sexo y patologías del esqueleto.

Que determinarían, al fin, que la Dama de Cádiz era un caballero robusto, fuerte, que podría medir entre 1,68 y 1,72 centímetros –una estatura considerable teniendo en cuenta que “la media de un ciudadano romano era de 1,60”, ejemplifica Niveau– y que en el momento de su muerte podría tener entre unos 45-50 años de edad.

Un “¿hondero?”, tienta la arqueóloga, que se lanza a la hipótesis teniendo en cuenta las microlesiones que el individuo presenta en el codo (“donde se aprecia una depresión y una pérdida de hueso muy habitual en personas que hacen deportes de lanzamiento como el tenis o el voleibol”), el comienzo de artrosis en el hombro, y, más definitivo, el carabeo que el gadirita (permítanme el heterodoxo gentilicio) llevaba, presumiblemente, colgado al pecho ya que se encontró en el interior del sarcófago sobre su esternón.

Los signos de incipiente artrosis (hallada también en dedos de las manos y en las vértebras lumbares) y esa pequeña lesión en el codo (además, el fémur tiene “un recrecimiento óseo que corresponde a una persona que ha ejercitado mucho esa zona”) no son las únicas patologías que se han descubierto de la Dama de Cádiz a la luz de este estudio. Así, sus artífices también hablaron de una antigua fractura costovertefral, “causada bien por una caída de una altura considerable o de un golpe violento”, aprecia Macías, de la que esta persona se recuperó aunque “la costilla no se soldó del todo”.

Y si el cuerpo del esqueleto proporciona toda esta información, el cráneo, a pesar de estar bastante dañado –Antonio Álvarez, presente entre el público, recuerda cómo el operario que se topó con el sarcófago en el solar de la calle Ruiz de Alda “extrajo con su mano la cabeza antes de llegar nosotros”– también nos habla de quién era este personaje inmortalizado como mujer en la Historia gaditana.

“Pues es en el cráneo donde se sitúan muchos de los marcadores anatómicos (crestas nucales superiores, apófosis mastoidea, prominencia de la glabela, borde orbitario, arco supraorbitario) que utilizamos para asignar el sexo en un esqueleto”, informan las especialistas mostrando que todos los valores analizados están por encima de la media en este sujeto.

El cráneo y, claro está, la pelvis. Otra pieza que no todo lo bien conservada que quisieran pero que sirve, con creces, para determinar el sexo del individuo ya que los marcadores, en este caso el ángulo escoladura ciática mayor, el surco preauricular, el arco compuesto, la morfología faceta auricular y la cara medial de la rama isquiopública, no dejan lugar a dudas.

La Dama de Cádiz era un caballero. Un caballero que acabó en este privilegiado lecho para el descanso eterno –Niveau habla de la exclusividad que suponía ser enterrado en un sarcófago de este tipo, sólo al alcance de la familia real o de la élite cercana a la realeza– por motivos que todavía son un misterio.

Porque es aquí donde se abren varias puertas como una invitación a seguir investigando sobre esta Dama que, 40 años después de aparecer en nuestras vidas, nos sigue sorprendiendo. Así, planea la oscura sombra de la reutilización en el tiempo. Es decir, la reutilización romana de este elemento fenicio. Algo que sólo el Carbono 14 podría determinar (“mandamos una muestra a los laboratorios Beta de Estados Unido, que son todo un referente, pero no tienen colágeno suficiente para tener resultados, con todo, tenemos un par de muestras todavía por ahí que quizás sirvan”. O una reutilización familiar (en la necrópolis de Qoubbet el Haoua, en Asuán, los investigadores de la Universidad de Jaén han encontrado dos ejemplos de este tipo). O, por la que se inclina Niveau, que habla del especial sarcófago como “un don”, un regalo “que acompañaría a algún tipo de tratado comercial pues, como saben, en esa época Cádiz dominaba el mercado internacional con los salazones de pescado y hacían un comercio directo con las ciudades fuertes del Mediterráneo oriental”.

Tesis que pueden encender la curiosidad de otros especialistas, al igual que las dudas sobre el sexo de la Dama iluminó a las investigadoras mientras estaban trabajando en un estudio sobre los restos óseos fenicios encontrados en la provincia de Cádiz que, rizando el rizo, forma parte de un trabajo internacional que busca mapear las relaciones entre esas poblaciones fenicio-púnicas que durante el siglo IX a. C. se movían por estos mares.

Y es que el conocimiento alumbra conocimiento. Y la curiosidad llama a la curiosidad. Por eso, hay más de dos pares de ojos que se encienden cuando la presentación se cierra con otra pregunta: ¿Y quién está en el sarcófago masculino...? Continuará...

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