Desayuno con Diamante

El cineasta gaditano Julio Diamante. / Jesús Marín
Francisco Correal

02 de agosto 2020 - 06:00

FUE la última edición de Alcances con Carlos Díaz como alcalde de Cádiz. Las proyecciones tuvieron lugar en el teatro Falla del 9 al 18 de septiembre de 1994. Para mí fue un verdadero privilegio formar parte de un jurado en el que estaban Fernando Quiñones, el eterno discrepante en todas las decisiones del sanedrín cinematográfico, la pintora Lita Mora, el poeta Jesús Fernández Palacios y el cineasta Julio Diamante, que acaba de fallecer. Era el que de verdad jugaba en casa. Apasionado y profesional del cine, volvía a la ciudad en la que había nacido en 1930. Cada sesión, cada paseo, cada comida en alguno de los bares del barrio de la Viña era asistir a una lección de cultura, de bonhomía, de cine, de flamenco, de labios de Julio Diamante, sin desmerecer al resto de componentes del jurado.

A él le debo parte de mi extraña pero innegociable fascinación por el cine japonés, del que era un auténtico especialista. Hace casi cuatro décadas, en 1972, fundó el festival de cine de Autor de Benalmádena. Le comenté que yo tenía familia en ese municipio de la Costa del Sol, una familia que ha ido creciendo exponencialmente en este viaje a una Alcarria del Sur llamada Arroyo de la Miel. Cádiz no tenía secretos para él, muy pocas cosas lo tenían, pero he conocido pocos enciclopedistas tan humildes, tan desprendidos, capaz de contarte mil historias sobre Glauber Rocha o sobre Pericón de Cádiz. Sus discusiones sobre cine con Quiñones eran divertidísimas. Jesús, Lita y yo asistíamos entusiasmados a esos duelos dialécticos entre dos gigantes del rigor y de la imaginación. Andaba Quiñones con el sueño de ver convertida en una superproducción cinematográfica La canción del pirata, la novela con la que fue finalista del Planeta, aunque su autor es mucho más recordado que el que ganó el certamen.

Ha pasado un cuarto de siglo desde aquellos paseos por la Cádiz trimilenaria según las cuentas de Antonio Domínguez Ortiz. Cada vez que vuelva a ver una película de Kurosawa, de Ozu o de Oshima recordaré a ese Marco Polo gaditano que le dio la vuelta a la ruta de los samuráis, atuendo que suena a una chirigota de los Carnavales de Cádiz cuyo templo del Falla abrió el telón el otoño de 1994 para convertirse en la Meca del cine. El centenario del séptimo arte sirvió, parafraseando una película de Fritz Lang, para proyectar en el ciclo Mientras la ciudad duerme un serie de cintas imprescidibles: ¡Bienvenido,Mr. Marshall!, de Berlanga; Sed de Mal, de Orson Welles; Los cuatrocientos golpes, de François Truffaut; El apartamento, de Billy Wilder; Viridiana, de Luis Buñuel; 2001: una odisea del espacio, de Stanley Kubrick; Amarcord, de Federico Fellini; Manhattan, de Woody Allen; y Blade Runner, de Ridley Scott.

La muerte de Julio Diamante se produce poco después de volver a Cádiz para participar como jurado en el premio de Periodismo Agustín Merello que ha recaído en Fernando Santiago, que tuvo ocasión de participar en aquellas sesiones que para nosotros fueron como una película de Blake Edwards con guión de Truman Capote. Desayuno con Diamante.

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