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Don Quijote sube los 173 escalones de la Torre Tavira

CRÓNICAS CERVANTINAS (8)

El gaditano José Alberto López expone sus 'Retratos cervantinos' con la voz y la música de Pablo Maestro Bueno

Las obras se pueden ver en la gaditana Torre Tavira.

20 de agosto 2016 - 05:00

L pasado 27 de julio, víspera de la Gran Regata, tuvo lugar la inauguración de la exposición Retratos cervantinos de José Alberto López en la Torre Tavira.

La primera idea de la Real Academia Hispano Americana fue una exposición de pintura en seda que se habría podido titular Pañuelos para Dulcinea. Entonces pensamos en José Alberto López, cuyos trabajos de diseño y estampación son sobradamente conocidos (en la pasarela Cibeles, Gaudí y South 36.32N; en los disfraces de camaleón de la comparsa de Martínez Ares, el pasado Carnaval). La obra de José Alberto me había llamado la atención desde Fin de Milenio (Unicaja, 1999), donde retornaba a la imaginería de los códices medievales. Más adelante pude comprobar su predisposición a dialogar con la literatura, tanto en su revista digital (Cromomagazine), como en exposiciones planteadas con textos poéticos: Al Este de Atlántida (Mercado Central de Cádiz, 2013), y, con Mª Ángeles Robles, Paisaje interior. Arte y sueño en kimono (Castillo de San Sebastián, 2014).

José Alberto propuso una serie de rostros de estética entre fauvista y expresionista, en la línea de los que recreó uno de los Costus (Juan Carrero), y envió algunas imágenes, empezando por el Retrato de la raya verde de H. Matisse. Finalmente las obras se hicieron con técnica de collage sobre tabla. El soporte rígido permitió que las piezas se fueran 'estrenando' de manera singular, acompañando a algunos de los conferenciantes (Rogelio Reyes, Elisa Ruiz, José Montero, Javier Gomá y José Manuel Lucía). Así es como fueron naciendo los rostros de don Quijote y Dulcinea, Sancho Panza y Rocinante, la sobrina Antonia Quijana y el cura Pedro Pérez, el morisco Ricote y la pastora Marcela. La elección de los personajes partió del artista, con la excepción de un personaje femenino que me permití sugerir: Marcela.

Gracias a Belén González Dorao, el resultado de aquella iniciativa se expone hoy completo en la Torre Tavira de Cádiz. El espectador, al subir hasta la sala I, va viendo en los rellanos un despliegue seductor de formas y colores. De la misma manera que Cervantes fue metiendo en su novela lo que se le ocurría sobre la marcha, José Alberto utiliza en sus collages los materiales más insospechados: los rostros están hechos con muestras de tejidos con los bordes dentados; la armadura de don Quijote recuerda al papel albal; la piel de Rocinante es una yuxtaposición de encajes blancos; el sombrero de Sancho Panza es un piqué que parece barquillo de canela... José Alberto echa mano del tesoro de retales preciosos que le facilitan habitualmente los diseñadores con los que trabaja (María Vernal, Torres & Cosano, Manuel Odriozola). Tiene también un arsenal de revistas antiguas y dibujos calcados, herencia de una tía de Cosano que era bordadora, y un ordenador Apple de última generación con el que accede a la imaginería de todas las artes y artesanías del mundo. Preferentemente orientales.

Telas y tablas se funden armoniosamente con la pintura acrílica en un efecto de ambigüedad muy cervantino: el collage es técnica que se acompasa al sentido contemporáneo de fragmentación y escisión de la realidad. Pero los colores puros, las formas quintaesenciadas y las texturas sensoriales constituyen un canto al gozo de vivir, en el más puro estilo de Matisse. De hecho, la raya verde del famoso retrato homónimo es la misma que inspira la nariz de este Quijote. Tenía razón Paco Cano cuando notaba, a propósito de las piezas de Al Este de Atlántida, el afán del artista por retornar al mundo idealizado de la infancia mediante un ingenuismo naif donde lo "lo bello no está solo en lo formal, también lo está en la acción, en el impulso, en el soplo vital". No en vano el Quijote es algo que todos asociamos a nuestra iniciación en los universales de la cultura: un icono de mocedad que desde 1979 entra en la cultura pop con la serie de dibujos animados de TVE. El Quijote de José Alberto es luminoso y profundamente vital.

Los retratos se acompañan de unos textos extraídos del Quijote que dan una perspectiva de los retratados. Don Quijote aconsejando a Sancho, camino de la ínsula Barataria. La pensativa mirada de una mujer que es un enigma: Dulcinea/ Aldonza. Sancho intentando animar a su señor en el trance de la muerte, porque es "cosa ordinaria derribarse unos caballeros a otros y el que es vencido hoy ser vencedor mañana". Un Rocinante fantasmal conversa con el caballo del Cid: "-Metafísico estáis", "-Es que no como". Antonia Quijana, la niña del clavel, frunce el morro sintiéndose un poco culpable de haber desatendido a su tío. El licenciado Pedro Pérez, alias el Cura, charla con el canónigo de Toledo sobre los libros de caballerías: lo malo y lo bueno de la escritura desatada. La pastora Marcela, mujer hermosa y libre, se sacude a los babosos que la recriminan y acosan. El morisco Ricote explica a Sancho cómo es dulce el amor de la patria. Si lo vamos a ver, todos estos autorretratos son espejos dialogados, instantáneas de conversación.

En la sala II de la Torre está lo más espectacular: tres de los ventanales están cubiertos por estores de seda traslúcida pintada. No roban luz: añaden a la luz un azulado sueño de mares antiguos cruzados de mapas, galeones, rosas de los vientos y grandes peces. Las siluetas de don Quijote y Sancho se asoman a la ciudad. El texto que acompaña a esta visión es el famoso discurso de don Quijote sobre la libertad, "uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos".

Sonaba música antigua en la inauguración de los Retratos cervantinos. Pablo Maestro Bueno, de Sanlúcar de Barrameda, se trajo su zanfona (un extraño instrumento medieval, especie de gaita en forma de laúd, conocido como el 'órgano de los pobres') y cantó canciones de las que pudo escuchar Cervantes: el romance de la Cristiana cautiva, el Marinero soy de amor que se incluye en el Quijote y unos versos musicados por él de La Galatea. Decir que aquello fue mágico es quedarse muy corto. Iba cayendo el sol. Esto habría que repetirlo antes de que finalice la exposición, el 4 de septiembre.

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