Fallece Paco Algora, el valleinclanesco actor cascarrabias 'exiliado' en Vejer
Fue un artista fetiche de las películas de Garci y se formó con los míticos Goliardos, con Carmen Maura y Félix Rotaeta Alcanzó la fama como el fraile de Curro Jiménez
La voz rota de cascarrabias de Paco Algora, un actor de los de antes que saltó a una inesperada popularidad como el lugarteniente con hábito de Curro Jiménez y que desde hace 24 años era un personaje imprescindible del paisaje de Vejer, se apagó ayer a los 68 años en el hospital de Puerto Real, fulminada por un cáncer de pulmón diagnosticado hace un año. Ya no volverán a escucharse sus célebres "al carajo", ya no volverá a gritar más desde lo alto del pueblo, junto al molino, como vía de escape. Pocas gente gritaba como Algora, pero sólo lo hacía en soledad o en compañía de los íntimos. En caso contrario, era más de los de blasfemar, ironizar o patalear. Paco Algora era un quejica mágico.
Tras haberse convertido en un secundario imprescindible del cine español de los 70 y los 80, pasó sus últimos años casi en la indigencia, pero fiel a la cita con sus libros, con los que leía y con los que le dio por escribir en sus últimos años. Poemarios, reflexiones. También se dedicó a dar clases de teatro, pero él mismo ya se consideraba un personaje de otro tiempo, siempre y cuando se le diera carta de naturaleza al tiempo. Al carajo el tiempo. "Hubo un tiempo en que el teatro era muy peligroso para el poder, hacía pensar. Ahora ya no, claro. Ahora ya está todo subvencionado. He llegado a pensar que lo han matado deliberadamente", me dijo en una charla de atardecer largo en Vejer con una indecible nostalgia.
Hacía ya mucho tiempo que nadie le llamaba para trabajar. José Luis Garci le fue siempre fiel y le encontró papeles en casi todos sus proyectos. De hecho, Sangre de mayo, la última película de Garci, sin apenas valor, fue su penúltima aparición en la gran pantalla, si bien también tuvo un hueco en la serie televisiva Amar en tiempos revueltos. A partir de ahí, definitivamente, tocata y fuga. Fernando León de Aranoa contó con él para su magnífica Barrio, lo que le permitió optar a un Goya que no ganó. Fernando Fernán Gómez, como no podía ser de otro modo, no se olvidó de él para su despedida en Lázaro de Tormes. Yendo de pícaros, Algora era imbatible.
Aunque pasó los años 70 ganándose la vida (bien) con el cine de destape -"¿Que hice españoladas? Pues claro. Si hubiera nacido ruso, habría hecho rusiadas"-, hubo muy pocos de los grandes directores españoles con los que no trabajara. Estuvo con Gutiérrez Aragón -Habla mudita, nada menos- , Carlos Saura, Vicente Aranda (magnífico en una joya algo olvidada llamada Fanny Pelopaja), Manolo Matjí, Berlanga o Pedro Olea, que le hizo partícipe de uno de los grandes éxitos cinematográficos de la transición, Un hombre llamado flor de otoño.
Pero este madrileño valleinclanesco que hablaba a borbotones con una tierna y rebelde humanidad idealizaba el teatro, del que se apartó en 1984 tras una agarradera con Lluis Pasqual a cuenta de los criterios sobre Luces de Bohemia. "¡Había castrado a Max Estrella!".
Había empezado con Los Goliardos, dentro del núcleo fundador en torno a Ángel Facio, allá por el año 64, con poco más de 18 años. De esa misma cantera saldrían luego algunas de nuestras últimas grandes figuras de carácter como Félix Rotaeta, Santiago Ramos o Carmen Maura. En esta compañía independiente Algora se familiarizó con Chejov, Beckett y Brecht, mientras se ganaba unas perras curtiéndose nada menos que con Carlos Lemos, uno de los grandes señores de la escena de mediados del siglo XX. También recordaba orgulloso haber trabajado con Rodero y Agustín González. De los nuevos, de pocos hablaba bien.
Su exilio voluntario en Vejer, en 1991, fue a lo Fernán Gómez cuando dice en Viaje a ninguna parte aquello de "esto del cine es una mierda". Se escondió asqueado para hacer teatro desde abajo después del accidentado rodaje de El Dorado, de Carlos Saura, del que contaba cosas sabrosísimas acerca de lo que era el cine en el dorado socialista del cine subvencionado.
Sus últimos años los pasó escribiendo, recibiendo amigos y algún premio, como el que en 2013 le recordaba, el Actúa, que anunciaba su desenlace. La editorial Quorum le publicó Me llamo Jonás, su homenaje a León Felipe, También publicó tres poemarios. Recibía una pensión de 700 euros al mes y apenas observaba el mundo en el que él había participado. Ya no le interesaba el cine español, ni la televisión. No lo veía. Hoy será enterrado en Vejer.
Algora se marcha en silencio. Con lo que a él le gustaba gritar...
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