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El gran calamar andaluz, difuminada tras una nube de tinta. Con esta imagen tan potente describía Rafael Montesinos a Fernán Caballero, la escritora que el Centro Andaluz de las Letras ha escogido como autora del año para este 2022. A Fernán Caballero se la celebra en Cádiz y en Sevilla, pero no era gaditana ni sevillana. Ni de Jerez, ni de Chiclana: era suiza. Usaba seudónimo masculino. Al principio de su trayectoria literaria, escribía en francés. Para colmo, según han descubierto investigadoras de la Universidad de Sevilla, muy pocos de los retratos que atribuimos a la autora se le corresponden. Señora de sayo negro sobre fondo gris, sobre ella pesan todos los clichés de conservadora: “Y con razón –apunta la directora del CAL, Eva Díaz Pérez–. Incluso cuestionaba el papel de la mujer en el mundo de la creación, pero cuando empiezas a indagar, llueven las contradicciones”. Para la responsable, en el epistolario de la escritora es donde podemos encontrar al verdadero personaje, “alguien con una enorme voluntad creativa, y por eso escoge seudónimo masculino –desarrolla–. Luego hay temas en los que era muy progresista, por ejemplo, en la defensa de los animales. Y, sobre todo, es una autora brutal, un auténtico laboratorio literario, con audacias narrativas muy interesantes. Por ejemplo, ella se adelantó a Galdós en esa táctica de incorporar noticias de prensa; o sus descripciones del paisaje, que son bastante detalladas... Hay que asumir que, en muchas ocasiones, interpretamos a los autores dependiendo del ojo de la época”.
Fernán Caballero también “se adelanta a Valera en reivindicar Andalucía como tema, en conceder importancia a la realidad andaluza y al habla andaluz –completa la historiadora de la UCA Marieta Cantos–. Se adelanta a todos ellos en despegarse del romanticismo historicista y en reivindicar un tratamiento literario de la realidad objetiva, en utilizar el realismo daguerrotípico o fotográfico como técnica literaria, pero siendo consciente de que como escritora esa realidad tenía una reelaboración posterior que en su caso consistía en un tratamiento poético, idealizador, de esa realidad. Había que retratarla a una luz favorable”, añade.
El homenaje a la escritora comenzó con una serie de actividades el pasado Día del Libro. Día del Libro.Pero “el año Fernán Caballero” comienza realmente el próximo 2 de junio, con la exposición que, comisariada por Marieta Cantos, se inaugura en el Museo de Cádiz y que en otoño podrá verse en la Casa Murillo de Sevilla. Oculta a todo ojo profano. Cecilia Böhl Larrea, Fernán Caballero: ese es el título de la muestra, tomado de “una frase de la escritora en la que confiesa su nulo interés por ser objeto de atención de la opinión pública en tanto que mujer –explica Cantos–. De ahí que recurriera al incógnito, al seudónimo, para sentirse resguardada de toda mirada curiosa”.
Un proyecto que cuenta también con la aportación de especialistas “como Mercedes Comellas y con una experta en arte, Magdalena Illán, lo que significa poder intercambiar puntos de vista desde distintos ámbitos y discutir sobre un personaje tan complejo –continúa la especialista–. Además, el diseñador, Manuel Ortíz, ha sabido captar desde el principio el concepto de la exposición y le ha imprimido un toque muy especial”.
La comisaria ha querido rescatar también a la madre de autora, Frasquita Larrea, “porque ella no nació como Cecilia Böhl de Faber, sino que fue bautizada como Böhl Larrea”, indica Marieta Cantos, que precisamente está estos días en Gante para hablar de la tertuliana gaditana: “El apellido Faber es posterior, como resultado del ennoblecimiento del marido de la madre de Juan Nicolás, que había quedado viuda, el consejero von Faber, que le dio ese apellido. Si no usamos el Larrea –subraya–, nos olvidamos de ese legado matrilineal, que es fundamental para entender a Fernán Caballero”.
El homenaje se completa desde el CAL con la publicación de un catálogo científico y una antología. Además, el Centro Andaluz de las Letras editará un cuaderno didáctico sobre la escritora, elaborado por Herminia Luque, que se llevará a las aulas de los colegios y que podrá descargarse en la web de la institución.
Tras la inauguración de la muestra, el CAL también organizará paseos literarios por el Cádiz de Fernán Caballero, “como también haremos en Sevilla, con fecha aún por confirmar”, indica Eva Díaz Pérez. La exposición sevillana se ampliará con la aportación de documentos y material como el escritorio de Cecilia Böhl de Faber, pertenecientes a la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, que también participará en el evento como sede, y donde se realizarán posteriormente unas jornadas sobre la escritora.
Precisamente, la elaboración del catálogo científico, a cargo de Mercedes Comellas, ha abierto el camino para ir despejando parte de la nube de tinta que rodea a Fernán Caballero. Por un lado, el descubrimiento de un retrato de la joven escritora cuando aún no llegaba a serlo. Una imagen que era conocida por la comunidad científica pero que “gracias a la familia Osborne", ahora se ha "podido localizar dónde se encontraba el original”, comenta la propia Mercedes Comellas. El retrato, estudiado por Magdalena Illán, forma parte de un encargo realizado por Nicolás Böhl de Faber para cada una de sus tres hijas. Era común que, en esta clase de pinturas, se mostraran objetos u alegorías de la personalidad del retratado, y ahí ya aparece la joven Cecilia Böhl de Faber con una pluma. Esa es la imagen, además, que ha utilizado Manuel Ortiz para la cartelería que se está realizando desde el CAL en torno a la autora.
“Era la época –continúa Comellas– en la que se cruzaba cartas con Washington Irving, en las que este le dice que tiene que publicar”.
El tema de la iconografía relacionada con Fernán Caballero ha resultado estar, de hecho, terriblemente emborronado. La búsqueda en Google, por ejemplo, tiene predilección por arrojar, en su nombre, óleos de otra escritora decimonónica, Carolina Coronado.
Un desorden que se debe, en parte, al propio juego de la escritora, que “disfrutaba, aun cuando aquí era reconocida, con las incógnitas que su figura despertaba en otros países”, añade Mercedes Comellas.
“El problema es que, como resultado de ese deseo de que no se la identificara con Fernán Caballero, han surgido numerosos equívocos sobre su persona, su personalidad literaria e incluso sobre su figura física –coincide Marieta Cantos–. También en su época, muchas veces, se pensó que Fernán Caballero era un hombre y ella no lo desmintió, aunque otros lo hicieran por ella. Para Cecilia era una ventaja que tomaran a Fernán Caballero por hombre, porque estaba convencida de que así juzgarían la calidad de su obra y no su figura, algo que todavía ocurre hoy en día con muchas escritoras”.
A más colmo, Fernán Caballero detestaba uno de los retratos indudablemente asociados a ella, el de Federico de Madrazo, “porque la hacía parecer vieja”, añade Mercedes Comellas. De hecho, La Ilustración Española quiere reproducir un grabado suyo, dos años antes de su muerte, ante la petición de sus lectores, y laautora responde mandado un retrato de cuando era joven. “Ya en su época eran comunes las confusiones –subraya Comellas–. El cuadro que consta a su nombre en el Museo del Romanticismo Museo del Romanticismode Madrid se vendió ya como retrato de Fernán Caballero pero, realmente, se trata de Manuela Monehay, madrina de Bécquer”. De hecho, esa es una de las complicaciones –el haber sido ingresado como tal– a la hora de cambiar la nomenclatura.
Toda esta confusión viene a probar, también, el desconocimiento que existe en torno a la autora. Un tremendo interrogante que contrasta, por ejemplo, con la figura de Pardo Bazán, vindicada en los últimos años: “Se nos presenta como una mujer más audaz, más feminista, aunque también tuvo épocas en que era totalmente carlista –apunta Díaz Pérez–. El poner etiquetas puede llevarnos a ciertas injusticias. Por eso mismo, el lema al hacerla autora del año ha sido el de traerla a la modernidad.”
“Si se la quiere comparar con Pardo Bazán, escritora buenísima y minusvalorada por los autores de su época, podemos decir que las dos eran señoras perfectamente en contacto con lo que se hacía en Europa, cuando España siempre se ha caracterizado por ser un país muy cerrado, muy cateto. La Pardo sabía lo que hacían los rusos y lo que se hacía en París”, indica Mercedes Comellas.
“Es verdad que Pardo Bazán está siendo con todo mérito muy reivindicada –añade Eva Díaz Pérez–, pero Fernán Caballero es fundamental para entender cómo se construye y se empieza a escribir la novela moderna, y experimenta con todas esas cosas. Cuando llega Pardo Bazán, se encuentra con que esa maquinaria ya está montada, y sobre ella puede tejer sus temas, la problemática de las mujeres, etc”.
Para Mercedes Comellas, aunque Fernán Caballero no es muy clara al respecto en sus novelas, “en su manera de enfrentar la dicotomía entre lo masculino y lo femenino se parece más a Pardo, que decía que de los dos órdenes de virtudes que rigen el género humano, ella escogía los del varón, ‘y en paz’. Fernán Caballero escoge directamente un nombre masculino y hace literatura reservada a los hombres”.
En su opinión, a Fernán Caballero se la ha despreciado, entre otras cosas, porque “se la ha comparado con autores del realismo, cuando ella por generación está entre el romanticismo y el realismo –reflexiona–. En su primera época, fue una máquina de descubrimiento interesantísima, cuando sus primeros títulos se publicaron supusieron una novedad increíble: era una obra europea por lecturas y conocimientos. Luego, hay que tener en cuenta que todas las autoras decimonónicas que escribieron lo hicieron gracias al apoyo de grupos masculinos, y quienes apoyaban a Fernán Caballero eran los liberales conservadores que mentaban y promovían un tipo de escritos a los que ella, ya de mayor, se fue sometiendo. En la década de 1860, ya está entregada a lo que se espera de ella”.
“El rescate de escritoras como Pardo Bazán procede de una voluntad y esa voluntad es la que ha tenido el CAL para Fernán Caballero con Eva Díaz al frente y de las personas que hemos hecho la exposición y el catálogo”, corrobora Marieta Cantos, que también destaca la forma en que Fernán Caballero ficcionalizó la “realidad de su época, en vez de cultivar la novela histórica que estaba de moda, en conceder importancia literaria a la cultura popular, al folclore, y concretamente al andaluz; fue maestra en literaturizar los diálogos tanto los del pueblo como los de la aristocracia y, muy particularmente, en representar los diálogos andaluces con una “naturalidad” que era inusitada en su época. Sólo se pueden entender sus logros –prosigue– si los comparamos con los objetivos que perseguían los escritores europeos de su tiempo, Lady Morgan, Staël, Balzac, Walter Scott, Dickens, pero también americanos como Irving o E. Poe, porque ella estuvo atenta a las novedades que aportaron todos ellos”.
“Escritores del XIX a los que aprecio literariamente, como Juan Valera, se permitieron criticarla cuando, aun sabiendo mucho de teoría y crítica literaria, aún no habían sido capaces de producir cuentos o novelas que estuvieran su misma altura literaria –aporta la historiadora–. Desde La familia de Alvareda o La Gaviota a Pepita Jiménez, por ejemplo, va casi un cuarto de siglo, que no es poco. Ella sabía que, con o sin obra creativa, los críticos literarios y, especialmente, los masculinos, iban a encontrar cualquier argumento para minusvalorarla”.
Fernán Caballero, Cecilia Böhl de Faber, es resultado de la “cultura cosmopolita que se generó a principios del siglo XIX en Cádiz, con unas redes europeas impresionantes –opina Mercedes Comellas–. El padre era alemán, una de las hermanas estaba casada con un inglés, otra con un francés... Su padre fue cónsul en la capital gaditana, y la relación con los Osborne comienza porque ambos empezaron a llevar negocios juntos”. Marieta Cantos apunta que el matrimonio de Böhl de Faber con Francisca Ruiz de Larrea, “gaditana de origen mixto alavés e irlandesa, no se entiende sin el Cádiz dorado, multicultural, cosmopolita, que surge después del traslado de la Casa de Contratación desde Sevilla a Cádiz en 1717”. “Eso implica –continúa– que Cecilia Böhl de Faber viajó mucho, aprendió diversas lenguas, conoció varias culturas y, desde ese conocimiento y experiencias, supo apreciar y hacer valorar la cultura española y andaluza. Creo que con esos mimbres, con esos hilos, pudo conseguir su objetivo de desligar lo español de ese imaginario sureño, más próximo a “lo africano”, que fascinaba a los viajeros extranjeros, europeos y americanos, por su exotismo, pero al mismo tiempo minusvaloraban como menos moderno, incluso incivilizado, inferior”.
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