La Habitación Roja y Tanhäuser abren fuego en el día grande
Pop acústico de toda la vida y kraut post-rock sevillano en los primeros recitales de ayer
Pocas ojeras (aún) y menos poniente en el arranque de la jornada fuerte del Festival Mirador Pop. Paellada, un eterno documental sobre la industria musical, La Habitación Roja y Tanhäuser. Suficientes argumentos para arrancar al personal de las sombrillas y las olas y arrastrarlos hasta el recinto del Baluarte de la Candelaria, donde se fueron dejando caer con cuentagotas siguiendo un misterioso reloj interno.
La Habitación Roja, parapetada tras tres guitarras acústicas y perfectamente ensamblada a través de unos coros precisos y necesarios, empezó con Scandinavia para darse cuenta al instante de que el público estaba mohíno, distraído y lejano. Así que Jorge Martí corrió a pedir a la asistencia que se acercase al escenario, aunque infructuosamente: el sol apretaba y los gaditanos llevamos siglos driblando el sol y guareciéndonos bajo las islas de sombra que se dibujan bajo los árboles.
Dedicaron Nunca ganaremos el Mundial (que deambula a través del concepto de imposibilidad) "a los locos que se atreven a organizar festivales", con lo que se ganaron la aquiescencia de un público que aplaudió la dedicatoria y empezó a abandonar los árboles para entregarse al sol y a las melodías poperas del trío valenciano.
Ya con una asistencia más numerosa, el grupo hispano pop por excelencia preguntó al público qué quería escuchar y vinieron Febrero y Disneylandia, una canción inédita que pertenece a su próximo disco de versiones, Para ti (volumen 2).
Las voces, bien. Los coros, también. Las canciones, como no podía ser de otra manera desde que Family y Nacha Pop reinventaron el pop español, melancólicas, inmediatas, efectivas y tal vez algo superficiales (como exige el género en España). Amor y más amor. En ocasiones un poco de parvulario. Pero amor al fin y al cabo.
El trío terminó con "unos minutos para complacer" a los asistentes, aceptando sugerencias. Voy a hacerte recordar arrancó al fin ovaciones y silbidos (animosos) y se despidieron con Cajas tristes, no sin antes lamentar la ausencia del resto de los integrantes de la banda.
Un cuarto de hora después, Tanhäuser se subió al escenario sin ocultar el cansancio que acarrean desde que actuaron hace un par de semanas en el pasado Festival Primavera Sound.
Al igual que la jornada del viernes, la programación del Mirador quiso que pop y música menos convencional se pisasen los talones sin dejar apenas tiempo para asumir qué significa cada cosa.
El cuarteto de Sevilla entiende poco de inmediateces o empatía. Ellos llevan consigo un escenario interior que transmiten con sombría a través de perfectas progresiones que apuntan al corazón del kraut y el post-rock. No en vano, sus conciertos, aun estando cargados de emoción, funcionan como un metrónomo.
El público menguó levemente, y Tanhäuser empezó con Turmalina, perteneciente a su primer álbum Para entonces habrás muerto, para continuar con la inmensa Disturbio: batería contundente, guitarras atmosféricas y una alfombra de sonidos que te arrastraban fuera del Baluarte para plantarte en un terreno resbaladizo.
Hay que aclarar que ni una sola de las canciones de Tanhäuser (al menos por ahora) tiene letra o voz. Ellos se expresan a través de atmósferas perfectamente abstractas articuladas con sus instrumentos. La inteligibilidad de su música depende de la sensibilidad de los oídos de quien la escucha. Pocas concesiones a la galería y un talento descomunal que les ha valido la atención de la discográfica catalana Foehn Records, que no es poca cosa.
El concierto continuó con Tanhäuser, Ártica o 125, dejando a algunos fríos (y locuaces) y encandilando a otros que sabían por dónde iban los tiros.
La banda, que incurrió en calculadas estridencias y en episodios de esquizofrenia ruidista se despidió a los tres cuartos de hora con Arcanoid, demostrando su valía y cómo los géneros musicales sí que entienden de geografías.
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