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"Lo hermoso es ir buscando el hueso roto, la cicatriz"

javier ruibal | compositor, poeta

El portuense publica su primer poemario, ‘Coraza de barro’ (Aguilar), donde defiende el encuentro con uno mismo a partir de la ternura

El autor portuense Javier Ruibal. / Fernández Hortelano

–”Con la poesía no vamos a ninguna parte”, dice, nada más empezar. Malos tiempos para la poesía. O quizá nunca fueron mejores.

–Es coincidente pero claro, el momento de ese poema era muy diferente: va en la línea de que parece que todo tiene que tener un rédito y un motivo exacto. Con este poemario mismo: ¿por qué? ¿está usted realmente preparado para esto? Ya no es el currículum, sino la competitividad tan absurda, cuando las cosas hay que hacerlas cuando uno las siente.

–La otra pregunta evidente es cuál es la principal diferencia entre verso y canto.

–Pues el componer es casi un trabajo de orfebrería: la canción busca un objeto bello que merezca la pena no sólo una vez, sino muchas. Un poema puede ser tan efímero como una sola lectura, si te deja algo, ahí quedó; si no, no pasa nada. El poema mira un poco hacia adentro, y la canción mira hacia dentro pero buscando el encuentro con los demás.

–El título de la antología es ‘Coraza de barro’. Pero es un material más resistente de lo que parece: mire las tablillas sumerias.

–Pues mira, ojalá: ojalá mis versos sobrevivan a todos los fuegos. Se llama ‘Coraza de barro’ por uno de los poemas, porque así de alguna forma me presento, haciendo un libro de poemas por primera vez, protegido por algo que se puede quebrar en cualquier momento. Con emoción e ilusión por hacerlo, pero también superando temores y pudores al respecto, no es algo que me haya hecho menos vulnerable.

–La inspiración, la musa, es uno de los referentes del poemario. ¿Es algo que nos hemos inventado para que los autores no se lo crean demasiado?

–Podría ser. Pero es verdad que es el anhelo más grande que tiene cualquier creador: ese momento que es como si un dedo te señalara y te dijera, hazlo así, escribe, pinta. No le pertenece a uno del todo, es una especie de regalo, o de recado. Aunque, por supuesto, bajo el dicho de Picasso: que te encuentre trabajando.

–Otro de los temas es el ego, y la conclusión de que el encuentro con uno mismo no es tan terrible... ¿ha visto algo que no esperara en el espejo?

–Al contrario, una de las cosas hermosas que ha tenido para mí esto es ir buscando precisamente el hueso roto, el músculo flácido, la cicatriz: buscar dónde están las carencias más allá de las virtudes, basta de esa exigencia de tener que ser guapos, altos, ricos, inteligentes... Ese barullo infame que nos han metido en la cabeza. Hay que aprender a asumirse.

–Y en ese análisis, ¿qué certezas quedan?

–Cada vez menos. Las verdades absolutas no nos llevan a buen puerto. Yo creo en el individuo y en su duda permanente, y en asumir nuestra pequeñez. Esas posibles certezas que uno cargaba tambaléandose se van rápido por el sumidero cuando aprendes a mirar con ternura, porque te sabes indefenso. Te dices:“ Esto que llevas torcido desde hace tanto, tienes que empezar a hacerlo bien, o esto que hacías bien, lo hacías muy bien”.

–En uno de los versos dice: “Entre la necedad y la necesidad sólo hay un sí de diferencia”. Eso que dijo Ricardo Darín de que la economía se va al garete porque sólo compramos lo necesario.

–Y no creo que estos días que hemos estado sin consumir hayamos sido menos felices, dentro de lo que está ocurriendo. Esta experiencia también sirve para valorar todo lo que tienes y decir: “Esto lo voy a afilar yo hasta que se rompa”. Para las cabezas reflexivas, ha venido muy bien. Entre lo superfluo y lo esencial, pues depende de lo tonto que estés ese día, cómo te quieras ver. Lo malo es que lo mismo terminas viéndote, siendo, ridículo.

–Y aparece también el ruido.

–Ese cacareo continuo del que formamos parte... Todos tenemos que tener una opinión, que no se diga que hoy no he soltado un pensamiento inteligente. Yo me digo lo mismo a mí mismo, ¿eh? Si digo algo en Twitter: “Pero, ¿a ti quién te ha pedido tu opinión?”. Las redes sociales son como esos laberintos de espejos, deformes a veces, en el que estamos todo el tiempo viéndonos y caemos en soliviantos inexplicables. Por otro lado, también te llegan pensamientos muy elocuentes, y te encanta porque te ilumina el día. Pero ni todos podemos ser brillantes ni es, de verdad, necesario estar todo el tiempo filosofando.

–Durante el confinamiento, ha ofrecido varios conciertos virtuales... ¿cree que el encierro habrá servido para que le demos valor tangible a la cultura?

–Quien sabe valorar la creación, va a seguir valorándola, lo mismo con un poco más de estímulo. Quien no se lo haya planteado, no creo que esto le haya servido para dar un estirón tan grande. Sí que espero, sin embargo, que salgamos fortalecidos en la compasión y la solidaridad. No hay que dejar que nos arrebaten el derecho a la salud y los pocos derechos laborales que tenemos. Me encantaría soñar que va a cambiar la apreciación de la cultura, pero tengo mis dudas: hay cierto sector de la población que piensa que los artistas somos unos vividores: que tendrás tu patrimonio, porque evidentemente de eso no puedes vivir... Aun cuando llenamos horas y horas de su vida con creaciones. Ojalá de ese desprecio que es el no hacer aprecio, nos sientan como algo más cercano y humano.

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