Julián Ochoa, oficio pulcro y exquisito
El fotógrafo isleño muestra en la Sala Caja Inmaculada imágenes del subcontinente asiático
Poco, diría que nada, ha cambiado el fundamento del retrato desde sus primeras configuraciones creativas, mágicas y estetas. Sirve de hilo orientativo las conocidas tablas egipcias de Fayum; varios cientos de rostros pintados con dos mil años de antigüedad, y que de forma nada ingenua (eran retratos de la clase media urbana destinados a ser enterrados como objeto de mortaja) pretendían convertir lo que por naturaleza es efímero en algo con sustancia eterna.
En los inicios del medio fotográfico los retratos se hacían para ser observados en la intimidad, pero con el paso del tiempo ese hábito se tornó público, el cuerpo sin ningún tapujo se transfiguró indiscriminadamente en mapa social. El fotógrafo Julián Ochoa (San Fernando, 1961) tiene una especial virtualidad para este registro, lo demuestra la exposición que ha colgado en la Sala Caja Inmaculada de El Puerto; una selección de imágenes del proyecto que lleva por título El Tercer Ojo realizadas en India, Nepal, Sri Lanka, Birmania, Tailandia y China.
Este hombre de sonrisa plena, cuerpo espigado, pelo plateado y voz y gestos cautelosos, lleva una década visitando el subcontinente asiático para constituir a modo de ensayo un proyecto épico en lo extenso pero también en la narrativo. El esquema de trabajo de Ochoa puede tener una apariencia sencilla en su ejecución (predilección por los formatos cuadrado y panorámico, película, objetivos de foco normal), sin embargo no es difícil entrever un oficio pulcro y exquisito y lo más importante una tenacidad a machamartillo. Si algo tiene claro y predica Julián Ochoa, es que se necesita mucho peregrinar y constancia para obtener buenos resultados.
No es impropio decir que Julián Ochoa tiene ese marcado estilo de la fotografía humanista, respetuosa con lo antropológico y de cuño renacentista, que dejaron bien asentada de manera indeleble autores como W. Eugene Smith, Walker Evans o Helen Levitt, por solo citar algunos.
Impresa en gran formato, la muestra nos enseña con formas poéticas y en un matizado blanco y negro a pobladores de los países visitados, donde de común acuerdo se han dejado fotografiar en sus lugares cotidianos cumpliendo con sus quehaceres diarios. La complementa un grupo de paisajes inquietantes, de composiciones arriesgadas y luces espirituales que dejan de manifiesto la amplia y completa cultura visual del autor.
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