"Pelayo Quintero Atauri estaba al nivel del descubridor de Tuntankamon"
El historiador Manuel J. Parodi publica un libro con los grandes hitos de todo un pionero de la arqueología española que desarrolló su carrera en Cádiz y Marruecos
Cuando Pelayo Quintero Atauri excavaba en Cádiz la importatísima necrópolis fenicio púnica en Santa María del Mar que venía a confirmar que los fenicios tuvieron aquí todo el peso que hoy sabemos, Howard Carter sacaba a la luz la tumba de Tutankamon, Schulten buscaba a los tartessos en Doñana y Pier París extrajo muchos de los grandes secretos de la ciudad romana de Baelo Claudia. Este era el nivel en el que se movía Pelayo Quintero, “pues fue uno de los pioneros de la arqueología española ”. Así lo cuenta de forma apasionada el historiador Manuel J. Parodi, autor de la obra Pelayo Quintero. La aventura de un pionero de la arqueología en España y Marruecos a principios del siglo XX en España, que acaba de ver la luz ahora que se cumplen 75 años de su muerte.
A lo largo de sus páginas reconoce que su figura ha estado siempre envuelta en la imagen más bien icónica y literaria que legaron escritores como Fernando Quiñones, Pilar Paz y Felipe Benítez Reyes. La de una incesante búsqueda del sarcófago fenicio femenino que tras su muerte apareció bajo de su propia casa y que derivó en otro tipo de leyendas más oscuras alejadas de la mera casualidad.
Pero lo cierto es que aparte de arqueólogo, fue un gran gestor cultural y patrimonial con una trayectoria que lo encumbró en el top ten de la arqueología nacional. Para entendernos, “era el Indiana Jones de la arqueología española colonial”. Hasta él llegó “precisamente por una noticia de la sección de efemérides del Diario de Cádiz, que hablaba de un arqueólogo de principios de siglo”. Fue en la década de los 90, en la que apenas encontró mucha información de su trabajo, pero años más tarde Parodi se topó con abundante documentación en el Museo Arqueológico de Tetuán, al hilo de un proyecto de investigación.
Precisamente Quintero Atauri dirigió aquella institución, una vez que fue trasladado desde España “y condenado al olvido a partir de la guerra civil por no tener ninguna vinculación con el régimen, siendo demócrata de la órbita de Sagasta, de Segismundo Moret y estrecho colaborador de Cayetano del Toro”. Pero no fue afín al alzamiento, algo que, sumado a las envidias del entorno, pagó caro.
Pero antes de irse, llegó a Cádiz. Cuenta Manuel J. Parodi en su obra que un jovencísimo Quintero Atauri vino desde Cuenca en 1893 con apenas 25 años. “Vino de forma puntual para un cometido de la Real Academia de la Historia, por el encargo de unos calcos de inscripciones romanas que estaban apareciendo”. Con el tiempo fue director de esta misma academia, y aunque estuvo a punto de ser nombrado director del Museo Arqueológico (“se recoge en los boletines de la Real Academia”), nunca se materializó, “probablemente por las mismas envidias”. Sí que lo fue del Museo de Bellas Artes, además de ostentar múltiples cargos muy decisivos para el devenir cultural y patrimonial de Cádiz.
En esta ciudad no sólo excavó la necrópolis de Punta de la Vaca y la de Santa María del Mar, también fue catedrático de Dibujo y director de la Escuela de Bellas Artes de Cádiz, fue nombrado presidente de la Comisión Provincial de Monumentos y Delegado Regio de Bellas Artes y Turismo. “Destacó en la labor de la administración cultural de la provincia desde 1.900 a 1.939, tocó muchos palos y todos en el ámbito de la excelencia”, dice.
“En España estaba al más alto nivel, se codeaba a niveles nacionales e internacionales hasta el punto de que al morir le llegaron a su viuda telegramas de condolencias de todos numerosos países”.
Llegó a lo más alto, trabajó con gran pasión y hasta renunció a tres de los cuatro sueldos públicos que le pertenecían. “Pero se lo quitaron de encima obligándole a dimitir de casi todos sus cargos aquí, hasta que se lo llevan a Marruecos”. Allí firmó la segunda parte de una prolífica carrera como director del Museo Arqueológico de Tetuán y responsable de la inspección general de excavaciones del protectorado. De aquella época junto a César Montalbán también se hace eco en el libro, para hacer justicia a una brillante carrera que todavía hoy no es del todo conocida.
El monumento de las Cortes o el Falla, algunos hitos como gestor
Pelayo Quintero Atauri se casó ya bastante tarde con una gaditana mucho más joven que él, “de modo que tuvo fama de solterón”. Fue socio de El Pitorreo de Cádiz, donde concurrían “los señores de bien de aquella época”. Pronto se hizo con esta tierra, cosechó grandes amigos, lazos institucionales y consiguió numerosos hitos para la ciudad como presidente de la Comisión Provincial de Monumentos y Delegado Regio de Bellas Artes. Sin su aportación, hoy no se erigiría en la plaza de España el monumento a la Constitución, “pues el proyecto se abandonó, pero insistió tanto desde el cargo público que ostentaba que consiguió que se montara y finalmente se terminó en 1929, nada menos que bajo la dictadura de Primo de Rivera”. También intervino en la construcción del Gran Teatro Falla, “fue íntimo amigo y compadre del pintor Felipe Abarzuza y de Álvaro Picardo, que fue el concejal impulsor del teatro”.
Del mismo modo, se empeñó en el lapidario de los padres doceañistas que lucen en la fachada del edificio del Oratorio de San Felipe, “pues tenía un fuerte vínculo con el mundo latinoamericano y fue representante consular de varios países de allí”, explica Manuel J. Parodi.
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