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Manuel de Falla y lo flamenco

Extraído del libro 'El cante flamenco (las claves de su música)', de Juan Antonio Castañeda

El músico Juan Antonio Castañeda, autor del libro.

17 de noviembre 2013 - 05:00

El término flamenco, sin entrar en consideraciones en cuanto a sus orígenes, tema sobradamente debatido aunque no resuelto, define todo aquello que tiene que ver con el cante el baile y el toque. Lo flamenco en cambio, dicho así, en abstracto, es un concepto instalado en la memoria colectiva andaluza ajena a cualquiera realidad concreta. Cuando Manuel de Falla compone música de extracción andaluza, no incluye en ella ni un solo palo flamenco y, sin embargo, lo flamenco está presente en su obra de principio a fin. El deseo vehemente del gaditano por universalizar la música española le llevó a desestimar todo lo que pudiera convertirse en icono de un nacionalismo español hecho de pintoresquismo y de falsa gitanería, bien distinto del que se practicaba en los nacionalismos del resto de Europa, y, por lo mismo, abocado al fracaso en el supuesto de que lograra traspasar nuestras fronteras. Falla pone en juego entonces un flamenco imaginado que logra mediante procedimientos melódicos y armónicos provenientes de las escalas modales, algo que está presente ya en Noches en los Jardines de España, si bien influenciado ahora, técnica y estilísticamente, por el impresionismo francés, puesto que ya conoce la Iberia de Claude Debussy y la Rapsodia Española de Maurice Ravel, obras en las que late un andalucismo trascendido. El estilo de Falla, como el de Bartok, es el de un folklore imaginario. Falla ha dejado dicho: "El carácter de una música verdaderamente nacional no se encuentra solamente en la canción popular y en el instinto de las épocas primitivas, sino también en el genio y en las obras maestras de las grandes épocas del arte" (Manuel de Falla, 'Felipe Pedrell', La Revue Musicale, 1 de febrero de 1923).

Las influencias que se detectan en Falla van más allá de la estética flamenca, por más que haya quien piense que se está ante un músico folklórico. Su gran deseo fue siempre el de unificar nacionalismo y universalidad. Luis Campodónico, uno de sus biógrafos, aunque admite la influencia de la tradición popular española en el gaditano, no descarta la culta de Scarlatti, Barbieri, Chapí, Bretón, Chueca y Albéniz, así como la teórica de Pedrell, Dukas y la tradición europea del romanticismo de Chopin, Liszt, Fauré y Puccini, amén de la más evidente del impresionismo de Debussy, Ravel y Satie, influencias que, como afirma Campodónico en el libro Panorama de la música contemporánea, corrieron paralelas a épocas bien determinadas de la vida del músico. Que Falla en su última etapa vital le volviera las espaldas a lo popular-andaluz y fuera entonces la sobriedad castellana el germen de su obra (piénsese en El retablo de Maese Pedro basado en un capítulo del Quijote, en el Concierto para clave y siete instrumentos, o en el Oratorio La Atlántida) obras que dejan ver a las claras la personalidad inquieta y el deseo de universalidad de quien ha sido el más grande músico español desde el Renacimiento a nuestros días. Alejo Carpentier diría de él: "Qué nos muestra la obra entera de Manuel de Falla, sino el proceso de una liberación gradual del folklorismo". Es bien conocido que con la Fantasía Bética (1919), Falla le pone el punto final a su música de raíz andaluza.

Así y todo, y pese a lo dicho, es fácil caer en la tentación de identificar a Falla con un músico folklórico. Su nacimiento en Cádiz, los temas andaluces de varias de sus obras, la amistad con García Lorca, y sobre todo, su vinculación con el tan traído y llevado Concurso de Cante Jondo celebrado en Granada en 1922 (que tantos disgustos le dio y que bien pudo haber influido para que no volviera a escribir nunca más sobre temas andaluces) son datos que han favorecido a aquella tentación. Eso, y los equívocos que se derivan del torpe análisis que de su música y de su biografía se hace a veces, llegándosele a incluir entre los 'purificadores' del cante jondo.

Que se sepa, Falla no compuso ni un solo palo flamenco en su vida; si acaso la farruca de El Sombrero de tres picos (1919) podría acercarse algo al cante flamenco, aunque ese estilo tiene más apariencia de copla que de cante. "El Cante Jondo -diría nuestro músico- como arte que es, debería estudiarlo los artistas. Háganlo, pues, los músicos". Cierto, el flamenco, más allá de las formas y estilos de sus palos, es música, y su análisis, que es algo más que recurrir a las conjeturas y a los supuestos, debería hacerse en gran parte desde la música.

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