María Moreno, la soleá de rompe (que rompe) y rasga
Flamenco
La artista gaditana triunfa en casa con el comienzo de la gira de un espectáculo donde disecciona su renombrada soleá
María Moreno: "Parece que hay gente a la que le cuesta no verme con la bata de cola"
Cádiz/Cuando Ángeles Toledano le templa la soleá casi al oído, María Moreno cierra los ojos, hunde sus uñas en los volantes que agarra como quien se quiere abrir las entrañas y se alza brevemente sobre sus tacones, a saltos muy pequeñitos, reteniéndose las ganas de ese "que no me puedo aguantar" que se reza para los adentros si el deseo se cruza en nuestro camino. Y cuando por fin se alza, cuando se deshace en su baile, en esa soleá que adora, que la persigue, que la eleva y que le exige, un crujido nos quiebra a nosotros, los espectadores, y nos rompemos como se rompe el círculo que centra la escena, como los tonos y compases, como esa sola soleá que es o../o../.o/o./o, esa única soleá que la artista gaditana lleva dentro, que la rompe y la rasga, que ella rompe y rasga, que nos rompe y nos rasga. Soleá de rompe y rasga que este martes comenzaba su viaje al mundo desde el Gran Teatro Falla.
Estrenada en esta Bienal y alumbrada, de alguna manera, en la anterior, o../o../.o/o./o es la respuesta a una pregunta (¿no te molesta que te resalten tanto la soleá?) que llama a su premio Giraldillo al Momento Mágico. Por una soleá, claro. Una respuesta que no ha podido ser más contundente en su mensaje ("¡viva la soleá, no la mía, la del Güito, la de Carmen Amaya, la del cantaor Juan Villar!"), y más sorprendente en su caligrafía (donde la pluma flamenca se moja con recato en los lenguajes contemporáneos), y que los aficionados gaditanos que el primer día de noviembre se juntaron en el Gran Teatro Falla recibieron con la mente y el corazón abiertos, como demostró la unánime puesta en pie.
No en vano, la verdad y la emoción de esta soleá de María Moreno derriba muros y prejuicios. Ahí reside su fortaleza, con permiso del baile personal, arrebatado, siempre generoso de la artista. Porque que María baila, que baila por derecho, ya lo sabíamos; así, los apuntes más vanguardistas de o../o../.o/o./o (soleá) no ocultan ni un ápice de su flamenquería ni de su técnica sino, por el contrario, suman un nuevo aspecto a la intérprete y coreógrafa. En o../o../.o/o./o (soleá) la escuchamos pensar, entramos en su cabeza y, no se engañen, es ahí donde vive la emoción.
María Moreno nos invita a su pensamiento, circular, sobre el palo que, en cierta forma, la define y la mide. No esconde la complicada relación con el ritmo (ese machacón un, dos, tres, cuatro, cinco y seis..., "y así toda la puta vida") que es sostén pero también dictadura; no huye de los diferentes colores que le proporciona una cuerda (guitarra o zanfona); muestra los estados de ánimo a los que te puede llevar una letra; nos habla del legado pero también de las ansias de novedad; nos cuenta que está en una espiral, mejor, un círculo, que rompe para buscar su centro. Aspectos, en potencia, que no suponen la cuadratura del círculo en cuanto a novedad pero que, como todo lo que toca la gaditana, se tornan frescos bajo su mirada. Que es sólo suya.
Bajo esa lupa personal, la bailaora tomo su soleá, la desmiembra y nos la presenta troceada (pero es una, fíjense cuando la vean) con su entrada, su desarrollo, su salida, en este caso, mirando a la bulería, para explorar en cada una de las partes las posibilidades de esos doce golpes benditos (o malditos) que marcan el ritmo del palo. Un puzzle que monta y desmonta con otras inestimables cabezas como son la de Ángeles (caramelo) Toledano; Eduardo (maravilla) Trassierra; y Raúl (magia) Cantizano. Con ellos, y con sus pies y respiraciones, forma un armónico quinteto sonoro, que está más que a la altura de la intensidad, profundidad y dramatismo que requiere una soleá, y que reposa plácido en una elegante dirección escénica, sencilla y efectiva, de Rafael Villalobos.
María con Ángeles (que me tiro pabajo) pero también María retándose con la percusión de Masaedo, o dejándose seducir por la picardía de Cantizano, o meciéndose en el refugio que le ofrece ese maestro con mayúsculas que es Trassierra. María chillando (casi sin que nadie la escuche) en las postrimerías del espectáculo que viva la soleá y clavándose de rodillas una y otra vez ("¡así, no!, ¡así!") remarcando la exigencia que requiere la búsqueda de la perfección. María sin mantón pero con kimono (con igual de maestría lo mueve). María sin bata de cola, con bata de raso. María con transparencias, desnuda de artificios. Deshaciendo el círculo para quedarse en él y compartiendo con el público su dolor (¿qué es si no la soleá que un lamento?) con su rictus cuando Toledano le canta el Stabat mater de Vivaldi... Las habrá más puras o las habrá más originales. Las habrá más clásicas o las habrá más modernas. Pero la de María, la soleá eterna de María, entera o por partes, rota o rasgada, es emocionante. Es verdad.
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