Muere Isao Takahata, co-fundador de Ghibli, creador de Heidi y director de obras maestras

OBITUARIO

Manuel J. Lombardo

07 de abril 2018 - 01:37

Los niños españoles de mi generación crecimos viendo en la televisión única a Heidi y Marco sin saber que aquello era anime japonés ni que su creador se llamaba Isao Takahata (1935-2018). Aquella Europa idealizada de verdes prados, ovejas y abuelos de barba blanca o aquel viaje de los Apeninos a los Andes con el mono Amedio en busca de la madre curtieron una mirada infantil donde el exilio, la tristeza y la muerte no estaban eludidos u ocultos en unos relatos de iniciación protagonizados por figuras de ojos grandes, fondos casi fijos y una paleta de colores planos y elementales.

Volviendo a ver ayer La tumba de las luciérnagas (1988) tras conocer la muerte de Takahata a los 82 años, pude comprobar cómo sus películas de animación preservan un sentido del realismo y la emoción muy alejado de las convenciones del cine infantil de consumo o de los relatos edificantes y paternalistas de Disney e imitadores. Pocas películas más tristes y conmovedoras que ésta, réquiem antibelicista y elegiaco, odisea (de inspiración autobiográfica) de supervivencia, soledad y muerte de dos hermanos abandonados a su suerte tras los bombardeos norteamericanos durante la Segunda Guerra Mundial, tal vez el mejor retrato del desconsuelo infantil y la desolación de la orfandad que hayamos visto en una cinta de animación o de acción real.

La primera obra maestra de Takahata apuntalaba entonces el trazo más limpio, depurado y ortodoxo de la casa Ghibli, el popular y hoy ya mítico estudio-factoría que él mismo fundara junto a su amigo Hayao Miyazaki en 1985 (tras años de experiencia previa en la Toei Animation y en televisión) y que ha protagonizado algunos de los hitos más memorables del género en las últimas décadas siempre fiel a unos procesos artesanales y analógicos, entre ellos el que convirtió El viaje de Chihiro en el primer filme de animación en ganar un festival de categoría A (Berlín, 2002).

Ensombrecido en cierta medida por el carisma y el éxito de Miyazaki, Takahata desempeñó en Ghibli labores de producción (Nausicäa, El castillo en el cielo o la última maravilla de Dudok de Wit, La tortuga roja) y pudo así tal vez alejarse ocasionalmente de la ortodoxia, el perfeccionismo y la brillantez formal marca de la casa (que no obstante están presentes en otros títulos suyos como la melancólica Recuerdos del ayer o la fábula transformista Pom Poko) para aventurarse en proyectos más personales y de diseño y trazo más libres. Es el caso de Mis vecinos los Yamada (1999), donde destiló el dibujo para dejarlo literalmente en los huesos del esbozo y la monocromía a propósito de una excéntrica familia, pero sobre todo el de la que, sin duda, es su otra gran obra maestra, El cuento de la princesa Kaguya (2013), adaptación de uno de los cuentos fundacionales de la literatura japonesa, El cortador de bambú, en la que consiguió un hermoso, frágil y poético equilibrio entre una forma vibrante, la representación de los elementos de la naturaleza y su contenido mágico y fantástico forzando los límites de todo convencionalismo en busca de la disolución misma del trazo, el minimalismo expresivo y la evidencia de la materia en algunas de sus escenas más memorables: desde el nacimiento de la diminuta princesa de un tronco de bambú a esa enfurecida huida por el bosque en la que podemos percibir literalmente los trazos del carboncillo y la acuarela sobre el papel.

Takahata deja un legado fundamental para entender el arte de la animación no como un género menor o destinado únicamente al público infantil, sino para engrandecerlo y reivindicarlo a la altura de las mejores creaciones plásticas de la historia del cine, desplegando una sensibilidad humanista en vías de extinción y una idiosincrasia netamente japonesa en tiempos de relatos, estructuras y formas globalizadas.

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