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Concert Music Festival
CHICLANA/Juró el pasado año en Sancti Petri que volvería por la madre que lo parió. Y cumplió la palabra. Ella, Lola, su madre vivió en primera persona la reedición del éxito. Y su hermano en el backstage, su ahijada Lucía, su tía Mari Luz y todos los suyos que le acompañaron en la noche inmensa del Concert Music, una más tras la apoteosis de su edición de 2018, la que para el que escribe estas líneas dio forma al mejor concierto que se pudo escuchar en este festival andaluz hace doce meses.
Y quizá también, eso ya es aventurarse demasiado, tenga Pablo López uno de los mejores directos del país. Al menos uno de los de mayor fuerza. Fuerza y corazón. Corazón y piano, un instrumento que en sus maneras de artista son un único concepto que no le cabe en el pecho.
Una fuerza incontrolable desde que pisó el sábado noche el escenario chiclanero. Al primer golpe rotundo de teclas, se paró la música. El malagueño logró sacarle punta al desaguisado y enfilar El camino a capela ante un público que no daba crédito a lo que sucedía frente a sus oídos nada más dar comienzo el recital. Solucionado al fin el imprevisto, la banda compuesta por los Fanlo (Kim y Félix) y Matías Eisen desató la furia del acompañamiento y regaló un espectáculo grandioso, en el que un Pablo López pletórico estuvo soberbio en lo melódico, descontrolado en su parlamento -se le percibía a gusto en nuestra tierra- y delicioso en la fragilidad de los sentimientos que exhalan sus canciones. "Esto solo puede pasar aquí, ¡carajo! Esto es Cádiz y aquí hay que mamar", afirmaba mientras la gente le seguía con ahínco.
Era el concierto de Chiclana verdaderamente especial para el músico. Y tiene mucho mérito porque "con éste llevamos ya 87", confesaba. Toda una proeza que no ha hecho mella en las ganas por dejarse la piel de todo su equipo. Pero Cádiz... Ahí hay algo mágico. "¿Sabéis lo que me dice siempre Kim (Fanlo)? Que Sancti Petri fue irrepetible. Aquella vez que volamos libres como este viento de ¿poniente?". La respuesta afirmativa de la audiencia corrió rápida como el aire. "Bien, 'ponientémonos' esta noche. Hemos venido para estar libres. La libertad sale del pecho", aseveraba.
La libertad, Santa Libertad, y la voz. Alguien comentaba minutos antes de empezar el show que Pablo López venía de su anterior concierto, en Badajoz, con la voz cascada. Ojalá regresara siempre así porque su garganta sonó más apabullante que nunca durante dos horas y media de espectáculo. Ahí es nada.
Una voz que juega libre, a piano descubierto, en El Patio. ¡Qué maravilla de pieza! No se puede cantar tanto con tan poco. Inevitable la piel de gallina a cada nota. Piano y corazón. Como un jinete que le da brío a las blanquinegras y las frena a su antojo para amansar la desmesura. Las acaricia, les exige rendir cuentas, las rasguea como si fuesen una guitarra y las acuna como a ese niño pequeño que nunca dejó de ser y se le escapa noche tras noche en el escenario. El público de frente, entregado. No había otra.
Y a su espalda, la familia. No paró el artista durante todo el recital de dirigir la mirada a la zona oculta a los ojos de sus seguidores y mostrada a través de una cámara perenne que captaba cada gesto, cada cerrar y abrir de ojos, cada gota de sudor, cada emoción arrebatada. Quiso López compartir velada tan irrepetible con sus afectos directos. A su madre la invitó a acercarse al instrumento, que es lo mismo que decir cerca de su corazón. Piano y corazón. Le cantó a la verita El invierno nos guarda, en una cita de verano azotada por el frío vencido al calor de su garganta. Se emocionó Lola y nos hizo emocionar a todos. "Escribí en 2015 esta canción pensando en que había hecho algo sin darme cuenta de que se la escribía a ella", relataba.
De afectos conocidos y anónimos fue además la velada. Una jovencísima fan, Lorena, quiso entregarle en mano al artista un gato de peluche. El gato, como su canción. López la subió al escenario para delirio del respetable y descubrió con sorpresa que el felino llevaba en su pecho una foto de la madre del artista. Pecho, piano y corazón. Una muestra de cariño incondicional que el cantante y compositor selló con un sentido beso a su seguidora. "¿Y qué hago yo ahora con mi vida?", se preguntaba López tras ese momentazo que a buen seguro su admiradora nunca olvidará.
"¡Apaga eso, haz el favor. Estoy aquí!", le espetaba el artista a un asistente que no paraba de grabar su actuación con el móvil. A Pablo López hay que disfrutarlo sin filtro alguno porque su música de ellos carece. Y su lengua también. No se las calla. Honestidad brutal, incluso para parar el concierto e interesarse por un asistente al espectáculo que sufrió un leve incidente físico. Se aseguró de que todo estuviese en orden antes de reanudar la marcha: "¿Está todo bien? No puedo estarlo yo si alguien del público se encuentra mal", confesaba.
Su talento felino e imprevisible le llevó también a ejercer de padrino orgulloso por partida doble. Con la pequeña Lucía, "una hermosa niña gaditana", hija de un buen amigo del artista. Fue ella la destinataria final del gato de peluche de la otra tierna infante y protagonista voluntaria de uno de los instantes más hermosos de la noche. Padrino y ahijada, al piano, ella jugueteando con las formas de su regalo ajena a todos los focos y miradas, él ejecutando como podía con la niña en su regazo El gato. "Ella no tiene prejuicios, va a su bola, como los gatos. Los gatos no son malos, ni las personas, no hay nadie bueno ni malo. Me ha pasado de todo aquí esta noche...", decía sonriendo el artista, pletórico, cercano, a corazón batiente y piano descubierto.
Otra ahijada, de distinta edad pero las mismas ansias salvajes de expresarse en escena fue invitada por Pablo López a cantar en Sancti Petri, una plaza importante, un reto para las primeras veces. Sara Ráez demostró con su guitarra templanza y garganta con Debería y dejó al descubierto un talento por descubrir. "Algún día la conocerán. Ella vio como yo escribía esta canción. Me gusta que alguien que tenga que enfrentarse a un monstruo hermoso lo haga aquí". Cádiz reconoció con entusiasmo el arrojo.
Pablo López juró que volvería y lo hizo cubierto de grandeza y aplausos, sacándose de la boca el corazón y poniéndolo, en carne viva, a disposición de la audiencia. Pablo y su piano al descubierto. Pecho, corazón y talento en el mismo porcentaje que el éxito ganado en Sancti Petri.
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