Wicked | Crítica
Antes de que Dorothy llegara a Oz: la historia de Bruja Mala
V Premio Federico Joly
La figura del prestigioso arquitecto gaditano Rafael Manzano asoma por el patio de la casa que regenta en la calle Zaragoza de Sevilla. Nos recibe amablemente y empieza a mostrar sus cartas de gaditanismo, que no son pocas, como los fragmentos de vigas que adornan un rincón del patio “procedente de una finca gaditana”, o la histórica alcantarilla con el nombre de Manzano grabado “que era de la fundición que tenía mi abuelo antes de venderla a Vigorito”. Pero no le hacen falta, lo delata su gran sentido del humor gaditano, con el que hilvana una interesante entrevista con reminiscencias de su pasado en Cádiz, en la que vivió poco, pero de la que siente toda la nostalgia.
–Nos acaba de recibir y tiene a Cádiz muy presente. ¿Va mucho por la tierra?
–Voy mucho, no todo lo que quisiera ni lo que debiera, pero voy bastante. Tengo alumnos a los que quiero mucho y con los que me reúno periódicamente. La verdad es que necesito ver la luz de Cádiz.
-Los pintores, artistas y arquitectos de Cádiz que han vivido fuera hablan de esta luz. ¿Tanto influye en la obra?
–La luz de Cádiz es distinta. Es una luz marina, de reflejo sobre la Bahía, envía luz de abajo a arriba y es una luz un tanto trémula. Y sí que ha influido en mi obra. La arquitectura es espacio, volumen y luz, algo que sabía muy bien Gaudí, que en la Sagrada Familia de Barcelona nos dejó una lección magistral. Y Cádiz es una ciudad en la que he construido muy poco, pero en la que recientemente he tenido la fortuna de hacer una casa en la Alameda que creo que ha quedado bonita y en la que la luz tiene una importancia tremenda. Es la luz reflexa de la Bahía por la mañana que envía desde abajo, a modo de luz temblorosa que da diversidad de brillos, está moviéndose, no es estática.
–Precisamente se puede decir que usted es el arquitecto de la última torre que se ha construido en Cádiz, en esta bonita casa
–Sí, y para que se viera que no es de la época le hice algo sevillano. La envolví en cerámica. Hay una torre y un cupulín de iluminación de la escalera. Esta torre es amarilla en homenaje a la Catedral de Cádiz, que tenía la cúpula amarilla y yo estaba muy enamorado de este color. Es como el efecto que tienen algunas mujeres que sirven para realzar más su belleza.
–¿Intervenir en la Catedral es su espinita en Cádiz?
–En un momento dado el director general de Bellas Artes me era propicio y quise que me encargara la restauración de la Catedral de Cádiz, que hace 50 años tenía muchos problemas. Florentino Pérez Embid me dijo que no, porque eso supondría irme a Cádiz y quedarme allí y me quería aquí en Sevilla.
–En Sevilla ha realizado una gran labor como conservador del Alcázar
–Sí, era su director conservador, vivía dentro, le dediqué mucha atención y estaba todo el día viendo la obra. No me arrepiento de todo cuanto he hecho en el Alcázar. Además, estos días me han dado un llavuco simbólico que es una copia de la que abre la puerta principal del Alcázar. Nos la han dado a un grupo de antiguos directores, conservadores, alcaldes y alcaides.
–¿Es la obra de la que se siente más orgulloso?
–No. De lo que me siento más orgulloso es lo que trabajé en Medina Azahara, en Córdoba. Sigo creyendo que está muy bien y nunca he querido que lo corroborara nadie, pero al final lo han declarado Patrimonio de la Humanidad. Y lo que hay allí es lo que yo hice, esencialmente, al menos lo que se ve en la reconstrucción del Salón Rico, la anastilosis, la recolocación en las paredes de las decoraciones pétreas auténticas que salieron en la excavación. Esto ha devuelto al monumento el estado original, salvo pequeñas pérdidas.
–¿En este tipo de monumentos se puede ‘inventar’? Por decirlo de alguna manera...
–Inventar no. No hay nada inventado. Todo está sacado de la excavación arqueológica, que como era un revestimiento pétreo decorativo que llevaba sobre los muros originales, no se han deteriorado y está casi todo. Si hubiera sido yesería no hubiera quedado nada. Era un puzzle que había que hacer, el más maravilloso que ha existido jamás, de decoración árabe auténtica del siglo X, y esto es único e irrepetible porque en los monumentos islámicos la decoración suele ser en yeso. Pero en Medina Azahara todo es auténtico, todo el revestimiento visible, salvo alguna piedra que se haya reproducido en algún otro material. En conjunto es auténtico y esto no pasa en casi ninguna excavación del mundo, salvo en las romanas.
–Volviendo a Cádiz, sí que intervino en la Santa Cueva
–En una primera consolidación, para lo que trabajé sobre todo en el aislamiento de las humedades que daban los muros a los Goya, pero la actuación la completó posteriormente Fernández Pujol, en una obra que costeó Caja Madrid.
–Ahora que por fin parece que empiezan las obras para integrar el puerto de Cádiz en la ciudad me gustaría recordarle el anteproyecto de la estación marítima que ideó para aquel puerto y un espaldón para ocultar el tráfico de contenedores. ¿Ya entonces veía que no era el mejor contexto?
–Efectivamente hice un espaldón, una especie de muralla falsa para decorar por así decirlo y para que desde la Alameda las vistas fueran más razonables. También realicé el anteproyecto de la estación marítima, que conservaba un almacén del puerto y que era modernamente muy interesante desde el punto de vista constructivo. Lo forraba de una columnata neogriega y daba un volumen bellísimo, como en el muelle de Mileto. En conjunto conformaba una visión muy integradora y dibujé los alzados con estos dos dedos personalmente, pues me acaban de operar un tumor óseo que era benigno, pero tenía dificultades. Ahora no encuentro el dibujo de aquel proyecto, que debe estar en la junta de obras del puerto.
–¿Fue un error histórico instalar allí el muelle de contenedores?
–Sí que fue un error, pero a Cádiz le beneficiaba mantener vivo el muelle porque era un lugar de paso, aunque en realidad perjudicaba la correcta circulación urbana, pues introducía en la ciudad un elemento industrial que hoy es incompatible. Creía sinceramente que no era bueno para Cádiz, que debía estar en el bajo de la Cabezuela. Finalmente hubo cambios en la dirección de la Autoridad Portuaria y no se realizó mi proyecto.
–¿Qué le hubiera gustado proyectar en Cádiz?
–Haberle dado un final feliz a la Catedral. Hubiera actuado de una forma distinta en la modificación de las acróteras, que son las piezas de remates y decorados de la coronación de las torres y la cúpula. De hecho, la cúpula está inacabada y yo no concibo la arquitectura inacabada. Y luego, las torres tenían su remate, sus flameros fantásticos que se han sustituido por elementos que no se van a oxidar que son de bronce. Desde mi punto de vista, la ortodoxia clásica del acabado de las torres era reponerle tanto la cruz de remate como los flameros, incluso con algún material sintético que pueda resistir mejor que el mármol y que tenga una apariencia marmórea, pero el volumen es fundamental. Lo hubiera hecho de otra manera. Hay que tener en cuenta que la Catedral es muy complicada de mantenimiento fundamentalmente por la proximidad marítima, que es un factor de corrosión inevitable e inexorable.
–¿Cómo es hoy día defender los valores clásicos de la arquitectura frente a varias generaciones ya de arquitectos cuyo lenguaje fundamental es la modernidad?
–Ya sabes que esto es un drama en mi vida, soy un poco raro en mi especie, aunque en un momento dado me contagié de algo de modernidad. Los arquitectos siempre han tenido el prurito de la modernidad y yo, que pronto me convertí al cristianismo y al clasicismo, me he dedicado a trabajar en esto en algunos monumentos, ante los que no tenía más tratamiento que responder a sus propias formas clásicas. Creo que se puede hacer un nuevo clasicismo. Como sabes, doy un premio que lleva mi nombre y que me dieron antes a mí. Un obsequio prodigioso de un americano que ha muerto en la pandemia, pero que sigue dando mi distinción, y deseo que así siga.
–¿Y qué opina entonces de los grandes cubos con ventanales que salpican nuestros paisajes?
–Hay buena arquitectura antigua, buena arquitectura clásica, buena arquitectura moderna de un clasicismo actualizado y creo que también hay una buena arquitectura moderna. Yo creo en la buena arquitectura con mayúsculas y, por lo tanto, creo en todo lo bien hecho desde el punto de vista arquitectónico. Ahora bien, es muy difícil hacer buena arquitectura contemporánea porque hay que sacarla de la nada. Yo la saco de modelos que tiene el clasicismo para todo y creo que es más fácil transmitir este clasicismo al joven arquitecto y que luego hiciera lo que quisiera. Cuando domine la arquitectura del clasicismo le ayudará mucho a hacer buena arquitectura contemporánea y tendría una guía segura, sobre todo para actuar en los conjuntos históricos.
–Pero el clasicismo se estudia en las escuelas de arquitecturas
–Más bien se enseña a despreciar el clasicismo. A todo alumno se le anima a ser ultramoderno y creador y creador no hay más que Dios en este mundo y en el cielo. Es muy difícil crear de la nada.
–¿Qué edificio supone para usted el paradigma del clasicismo?
–Pues en Cádiz, por ejemplo, la cárcel vieja (Casa de Iberoamérica), donde han hecho varios toques no muy ortodoxos, y eso que se conservan planos de Torcuato Benjumeda y hubiera sido fácil restituirla a su pasado glorioso.
–¿No cree entonces en la evolución de la arquitectura hacia un lenguaje moderno?
–Yo creo que los arquitectos hemos perdido el sentido crítico que obligadamente debemos tener y que todo lo que se nos ocurre lo pasamos de las musas al teatro, como diría Lope de Vega, y esto es un nido de errores y horrores. Por ejemplo en Cádiz el paradigma del anticlasicismo sería el Teatro de Títeres, me parece que han destruido un fragmento de Cádiz y seguramente el arquitecto será un alumno mío al que pido perdón por esta crítica. De hecho, me gustaría ver el edificio con él por dentro.
–¿Un edificio moderno no puede, por tanto, dialogar bien con un entorno histórico?
–Creo que cabe el milagro, pero tiene que ser un milagro (ríe). Hay arquitectos capaces pero muy pocos, tan pocos como arquitectos que sepan hablar correctamente con el lenguaje clásico de la arquitectura. Lo que ocurre es que yo siempre veo que es más fácil acertar con lenguaje clásico en las ciudades históricas.
–¿Tiene algún proyecto entre manos?
–He terminado una casa campestre en una finca en Portugal, en el bajo Alentejo y ha sido una obra de reforma. Un edifcio del XIX que no me gustaba mucho y al que le he dado un toque, una transformación que ha quedado aceptada. Han quedado muy contentos.
–Como docente que ha sido. ¿Qué le diría a los nuevos arquitectos?
–Que ánimo y que sigan con la vocación. Es una carrera vocacional y todo aquel que esté ejerciendo sin vocación debería dedicarse a otra cosa.
–¿Qué era aquello que quería decirnos de Cádiz?
–Pues que la gente de fuera que me conoce relativamente como arquitecto siempre dice que Manzano es un arquitecto de Jerez, y es verdad. Pero luego otros más conocedores de la verdad dicen, bueno, Manzano es de Cádiz y digo sí, es más cierto aún, aunque también me gusta ser de Jerez. No era tan exclusivista como mi madre, pues Jerez nunca llegó a penetrar en ella, pero para mí Jerez fue una gran maestra en arquitectura, complementaria a la de Cádiz. Si se pudieran sintetizar en una sola pieza Jerez y Cádiz sería la ciudad más bella del mundo sin dudarlo. Porque cada una tiene su belleza pero absolutamente dispar, y la belleza de ambas es ser tan distintas y estar tan cerca y unidas por otras poblaciones tan bellas y hermosas que conforman el entorno y el marco perfecto para unir una con la otra. Pero volviendo a aquellos dos que discutían sobre si era de Cádiz o Jerez, pues vino un tercero que decía que no era de un sitio ni de otro, sino de Puerto Real y lo soy. En la casa que tenía mi abuela en Puerto Real aprendí la mejor arquitectura, ha sido mi mejor escuela, aunque después he tenido muy buenos maestros. También me siento de Granada y Alhama, de donde era mi mujer Concha, son parte de mis ancestros, me siento muy granadino también.
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