“Raphael merece acercamientos más rigurosos a su figura”
LUIS GARCÍA GIL | ESCRITOR
El autor gaditano analiza en la obra 'Digan lo que digan' (Editorial Milenio) la trayectoria vital y artística del cantante de Linares, icono durante seis décadas de la música popular en español
–A mí me molestan mucho las etiquetas. Lo que me gusta es la música popular en general y sus grandes figuras. Los géneros restringen a la hora de valorar la música. Esos estudiosos que se dedican a un campo concreto, los especialistas solo de la canción de autor, a mí no me interesan aunque sea importante, por supuesto, el trabajo de investigación y documentación hecho al respecto. Prefiero acercarme a artistas que a lo mejor no han sido mis referentes musicales. La investigación trata de eso, elegir una figura atrayente, que forma parte además de un periodo musical que me interesa como son los años 60, que es el gran tiempo de la música pop, y analizarla como figura sociológicamente trascendental que ha simbolizado la propia evolución de España. En este sentido, el libro conecta mucho con el que hice sobre Marisol (Marisol. Pepa Flores. Corazón Rebelde); fue un reto pop, analizar a una artista que sirve para ver cómo se pasó de la dictadura a la democracia. Raphael encaja bien ahí; es una figura compleja, que merece un análisis más amplio, no de fan sino riguroso, documentado, respetuoso al máximo por supuesto, pero analizando luces y sombras. Todo creador, todo artista las tiene.
–¿Algún prejuicio a la hora de analizar su figura?
–Reconozco que es un artista que me ha ganado al verlo en directo. Es de los más torrenciales, expresivos, un animal escénico... lo veo siempre con mucha escuela de la canción francesa. Es un animal escénico. Su etapa de los 60 es apasionante. Cuando hay artistas que no controlamos del todo siempre hay prejuicios. En cierta manera los asocias a una época determinada, un momento puntual. Pasar de alguien como Serrat a Raphael puede ser chocante porque también representan dos Españas diferentes aunque complementarias. Una de las cosas novedosas del libro es analizar esa rivalidad entre los dos en los años 60, algo muy desconocido. Si existía por mi parte algún prejuicio hacia Raphael, tras hacer este libro y profundizar en él lo que ha crecido es mi admiración hacia el artista.
–Esa rivalidad Serrat-Raphael de la que habla, ¿fue buscada como estrategia de marketing para beneficio de ambos artistas?
–Es creada pero también real. Serrat marca otra revolución, con un estilo propio y que enganchó al público joven. Se convierte en el artista de la juventud rebelde en los 70. También fue un artista de fans, como Raphael. Son dos estilos contrapuestos y la rivalidad ya estaba hecha. Era casi como una religión; parecía que al que le gustaba Raphael no podía gustarle Serrat y viceversa. En los ranking de popularidad de los 60 de la revista Mundo Joven, ambos se disputan los mayores votos. Aquella rivalidad también explica muy bien y de manera apasionante la música española popular del momento. Incluso se traslada a Latinoamérica. Ambos artistas supieron mantenerse un respeto mutuo.
–¿Qué ha aprendido usted sobre Raphael escribiendo este libro?
–A quitar ese posible prejuicio ideológico hacia ciertas figuras que consideramos que pertenecen a una España atávica o que están condicionadas musicalmente por la canción melódica, que se ha despreciado mucho pero que ha sido muy importante en este país. A los artistas se les exige un eterno compromiso político y reivindicación social, que evidentemente en el franquismo eran necesarios, pero creo que Raphael fue un hombre muy moderno, que revolucionó la música con su estilo. Su figura marca un antes y un después. Venimos de una música folclórica, con un andalucismo un tanto canoro, y él representa un estilo nuevo. Cuando se presenta al festival de Eurovisión dos veces, el franquismo utiliza esa imagen como apertura, con un artista diferente, con una magnífica voz, planta y canciones estupendas. Impone un cambio, un salto de calidad que la crítica no supo valorar. Siempre hubo una prevención hacia su arte, prejuicios que tenían más que ver con lo ideológico y con un tipo de estética. El personaje no siempre fue comprendido. Gracias a él también se abren muchos mercados. En Latinoamérica es un dios y abre paso para que después entren artistas como Serrat.
–Hoy parece que existe un consenso más o menos generalizado sobre la trascendencia de la figura de Raphael en la música. Es un artista totémico.
–Tengo la impresión de que existe, a veces, mucha impostura en la crítica destructiva y en el elogio incondicional. Creo que llega un momento en el que Raphael está más allá del bien y del mal, con lo que eso significa de contradictorio porque toda figura merece que nos acerquemos a ella con respeto y con cariño, pero también reconociendo que en su discografía hay momentos sublimes y prescindibles. La inteligencia de Raphael merece que los acercamientos a su figura sean rigurosos y no guiados por la corriente de la mayoría. Al final, todas las críticas musicales que se le hacen se parecen entre sí. ¿En qué momento la música ha dejado de tener prescriptores? Como pasa con otros artistas, Raphael canta y todo son loas. En los 70 era todo lo contrario, había críticas. Para mí existía entonces una animadversión hacia el personaje que rozaba incluso la homofobia, a esa manera de moverse en el escenario, como parte de su estilo e impronta. El manierismo es consustancial a su arte. Se hacen chistes en la época, se cuestiona su masculinidad y estos son temas que hay que tratar. Por eso un libro escrito en libertad te da más margen para analizar ciertas cosas que en su momento fueron cuestionables y con las que hoy nos llevaríamos las manos a la cabeza.
–¿Raphael constituiría entonces lo que hoy se denomina una masculinidad disidente?
–Seguro que sí. Una de sus revoluciones es servir de referente a toda una comunidad. Puede que no lo hiciera de manera consciente pero el "digan lo que digan" está muy claro. A pesar de los dimes y diretes, él está convencido de que su arte tiene que ir por esa línea. También es importante su público femenino, los clubs de fans. Raphael tenía el mérito de atraer por igual a ambos sexos. Pemán decía que era el yerno ideal. En él hay una lucha entre lo camp, lo tradicional, y la innovación que tenía el personaje, seguido por un público joven que lo veía como un punto de referencia.
–En este país maniqueo, de extremos, ¿piensa que el carácter de personaje apolítico que pesa sobre Raphael le ha podido beneficiar de alguna manera?
–En cada época él fue lo que fue. No se señalaba políticamente aunque es cierto que en los 60 se le vincula a la sociología del régimen franquista, como cantante popular que se desenvuelve bien en una España que no es la que representan los cantautores. Pero eso no quiere decir nada a favor o en contra, era su camino. Sus canciones son de corte amoroso y no requieren de implicaciones políticas. Estaba claro que esto había que estudiarlo en el libro porque todo tiene una evolución. No se puede pasar de la noche a la mañana de que se te vincule a un determinado régimen político, hacia el que no muestras ningún posicionamiento en contra, a ser el cantante de la democracia. Es mérito suyo adaptarse a los tiempos. Al final se ha impuesto su talento innegable y su inteligencia para no meterse en determinados charcos para caerle bien a todo el mundo. No obstante, aún hoy se detecta una cierta desconfianza hacia su arte por lo que se representaba de él, muy a su pesar, en el franquismo. Con todo y con ello, sus compañeros de profesión, que pertenecen a una época de mayor compromiso, el pop español y el mundo indie lo reivindican. Ha conseguido un consenso ciertamente significativo y ha sabido, en circunstancias complicadas, reinventarse. Sobrevive en un mundo de cambio. Tiene un disco muy bueno llamado En carne viva que le lleva a entrar muy bien en los 80. Al final se trata de figuras musicales que viven por y para el escenario, que tienen una manera de ver la música muy personal que hace que sobrevivan hasta en circunstancias adversas a su propio estilo. Raphael es muy gatopardiano. Incluso cuando lo vemos en una supuesta decadencia, en los 80 y en su enfermedad en los 90, esa manera de surgir de sus cenizas lo lleva a que aparezca un nuevo Raphael, que canta incluso mejor que antes y fue el que a mí me enamoró en directo. Impresiona por ello también que tenga tan poca bibliografía. Siempre me pregunto por qué no se hacen más libros sobre él. Hace falta un tipo de análisis que enriquezca esa parca bibliografía existente.
–Volvemos al mito. Digan lo que digan ha sido cuestionado incluso antes de salir a la venta. Fans de Raphael critican su publicación sin que el ídolo le haya dado la bendición. ¿Entiende esas reacciones extremas?
–El libro primero hay que leerlo y no ha habido posibilidad de que nadie lo haga antes de tiempo. Ahí tiene que ver mucho el raphaelismo, que es como una religión, y el fenómeno fan. Las hagiografías no son buenas para nadie, no tienen interés y no son mi objetivo. Creo que mi libro puede acercar a Raphael a gente que no tiene interés a priori por el personaje pero que puede encontrar una obra más rigurosa, que profundiza, donde encontrar una vía de admiración hacia él que es la que yo tengo. No escribo sobre algo que no me interese. Raphael siempre está ahí, en la memoria familiar, forma parte de la banda sonora de mucha gente. Yo no soy nadie para derribar un mito. Lo importante es que la obra aporte, que marque distancia frente a lo publicado y enriquezca al personaje. Ser sublime sin interrupción es imposible. Raphael ha grabado discos realmente malos pero otros que han marcado la música popular en España, sobre todo con Manuel Alejandro, su factótum a nivel compositivo. Y también ha tenido la capacidad de hacer suyas muchas canciones ajenas.
–¿Sin el encuentro providencial con Manuel Alejandro hubiese existido el Raphael que conocemos?
–Todos los artistas necesitan en su carrera de momentos trascendentales y, sin duda, el encuentro con Manuel Alejandro fue fundamental. Un hombre con una formación musical estupenda que, de pronto, entrega su arte a la canción, considerada un género menor. Hay una conexión brutal entre los dos, clave para entenderlos a ambos. De ahí surge la grandeza de ese binomio. Manuel Alejandro entiende a la perfección la manera de entender la música de Raphael.
–En una carrera de seis décadas, ¿cree que Raphael en algún momento puso el piloto automático?
–Es muy complicado encontrar a otro Manuel Alejandro. Hay muchos intérpretes maravillosos que necesitan compositores y cada vez los hay con menos personalidad. A Raphael todo el mundo le quiere componer y una de sus virtudes es buscar a autores jóvenes. Raphael se retroalimenta mucho de sí mismo, necesita proyectos nuevos y el fan se los compra. Lo que vende es su personaje en el escenario y eso está a prueba de bomba. Un artista tan grande, que brilla por sí mismo en el escenario, no necesita poner el piloto automático. Los años son los años evidentemente, no se puede pedir que cante como en los 60, pero su profesionalidad está fuera de toda duda. Es el primer artista en este país que exige tocar dignamente, que dignifica el oficio. Empezó desde muy abajo. Para convertirse en un solista de primera categoría hay que recorrer un camino y desde muy joven fue consciente de las exigencias del oficio.
–Aparte de servir como título, en el libro se menciona Digan lo que digan como el epítome del estilo de Raphael.
–Tiene varios himnos pero ésta es una canción que vale para todas las épocas. Incluso en esa construcción inteligente que él ha hecho del personaje, quiere hacernos ver que es como la primera canción protesta. Discrepo porque no nace con esa intención y no se sostiene como canción protesta. Es, eso sí, una gran canción como manifiesto del cantante, imbatible a los años.
–Cuando Raphael visitó a los concursantes de la I edición de Operación Triunfo, recuerdo que les dio un gran consejo: "escuchad a todo el mundo y luego haced lo que os dé la gana". ¿El mejor resumen de su longevo éxito?
–Desde el principio fue un artista libre. En la búsqueda de la suerte se rodeó de un equipo fantástico, el clan Raphael, su representación artística fue una piña, con personas de confianza que le ayudaron. Muy pronto él se erige en productor de sí mismo, fundamental para entender su arte desde una independencia absoluta. Para ser el número uno hay que someterse también a una agenda brutal. Él entiende que su figura no solo se tiene que quedar en España y Latinoamérica sino ir más allá. Toca un mercado muy complicado, el anglosajón, y triunfa en la URSS, algo muy significativo. Él sabe que la mejor manera de construir una carrera es que nadie se entrometa en ella. La lleva de manera rigurosa y en sus espectáculos está todo calculado y la producción es brillante.
–¿Existe hoy algún continuador de las maneras de Raphael?
–Es inimitable aunque se le haya imitado muchísimo. Los artistas fundamentales tienen características que los hacen únicos, en su caso su manera de moverse en el escenario. Quien pretenda seguir su estela fracasará estrepitosamente. No creo que haya un continuador porque es complicado encontrar otro artista de su dimensión. Otra cosa es que sea un referente para otros artistas. El prólogo de este libro lo hace Enrique Bunbury y creo que quizá sea lo más parecido a él siendo totalmente diferente. Me encantaría escuchar un disco de Raphael escrito por Bunbury. Es quien mejor ha sabido entenderle después de Manuel Alejandro. Ese estilo de crooner desaforado y trágico encaja muy bien en Raphael.
–En unos días Raphael publica nuevo trabajo, titulado Victoria y con la composición y producción de Pablo López. ¿Cómo vislumbra usted su futuro musical?
–Hubo un momento en que era muy imprevisible discográficamente. El disco Maldito Raphael marcó un poco un cambio de maneras de entender su música. En los 80 y 90 el concepto de balada romántica, el tipo de canción hecha a la medida de Raphael se agotaba de manera tremenda y sus regresos con Manuel Alejandro no podían ser iguales que los discos rutilantes de los 60 o En carne viva. Raphael ha encontrado en Pablo López un referente a la hora de componer y creo que hace bien en buscar a gente joven que le escriba.
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