Ruibal ilumina los días más aciagos del otoño madrileño
Concierto
El cantautor gaditano regresaba a la capital con su nuevo disco presentado el 22 de octubre en el Nuevo Teatro Alcalá de Madrid
Madrid/Si alguien andaba el jueves buscando las estrellas que faltaban en el cielo de Madrid, le diríamos que se encontraban sobre el escenario del Nuevo Teatro Alcalá. Quien fue testigo del acto sabe que no sólo hablamos del forillo azul marino al fondo, moteado de cuerpos celestes gravitando en torno a la luna llena. También de los protagonistas de lo que iba a suceder a continuación en las tablas. Sin atisbos de luz desde el pasado martes, la capital recibió lluviosa y encapotada el primer concierto de Javier Ruibal tras el confinamiento. Y para Madrid, un chotis, claro. ¿Se puede empezar más castizo? “Pero no sueñes que te lleve a la corrida / que soy flamenco pero yo no soy taurino”, decía con guasa la letra.
Ni siquiera las mascarillas impedían adivinar el entusiasmo del público, preparado para disfrutar de una gran noche. “Musa” sería la rumba elegida para no dar tregua a un concierto con mucho ritmo, sin apenas intervalos de pausa. Y en ese ajuste de cuentas con las ninfas de la inspiración, le ofrece a cambio de un verso “mesa y cama”. O para ser más exactos, según la negociación, “tú terminas esta estrofa y yo pongo el estribillo”.
Por cuestiones de longevidad, 65 recién cumplidos, el más heterodoxo de los cantautores podría jubilarse mañana, pero nada apunta a que eso suceda en mucho tiempo. Y que nos dure, suplicarían los que, como el que firma, se asombraron en sus butacas por esa capacidad insólita de innovación constante. Seguirían el repertorio “Amor en la red” y “Física cuántica”. La primera constata cuán consciente es el creador de su realidad, su hoy; mientras que la segunda, por tanguillos, confirma una tendencia hacia los mundos galácticos con un pretexto de amor: “pasiones moleculares”. Igual que las anteriores, ambas canciones forman parte del nuevo disco, escrito durante el confinamiento casi en su totalidad. Ruibal es un mosaico de ideas renovadoras que lo mismo levitan por el cosmos que bajan a la tierra para dar cuenta de las “cotidianidades” de una pandemia.
Con la flamante incorporación de sus dos hijos al show —Lucía al baile, Javi a la batería— Ruibal regresaba de lo universal a lo atávico con la integradora “Yo soy africano”, que reivindica nuestra identidad mestiza, “pozo de sabiduría”, ensalzando las virtudes negras para el compás y “el soniquete”. La jazzera “Sala de ausentes” terminaría, solo por el momento, con el recorrido por el nuevo disco, justo antes de la conmovedora “Baila, Lucía”. Con un manto azul vistoso como esencial complemento, la interpelada cumplía con el imperativo de su progenitor con una elegantísima danza, que parecía mecerse sobre la melodía profunda y los jaleos.
Solo una canción entusiasta podía devolvernos el aliento, después de la emoción desbordante del tema anterior. Así se llegó al single, “Soy ese que te cantaba”, precedido de una anécdota con la que explicar la parte mordaz de la letra, que escoge como blanco a los manifestantes “cayetanos” de Núñez de Balboa en pleno estado de alarma. Las bulerías de “Solo la dosis hace el veneno” y la eterna “Tierra”, uno de sus himnos, fueron los momentos para la exhibición de Lucía Ruibal, cuya incidencia en el acto fue casi tan arrebatadora como su temperamento, que no dejó de conectar con el respetable. Antes habría que pasar por “Sueños” y por “Astronomía”, donde el autor aprovecha para pedir la participación del público, más que dispuesto a corear un estribillo muy pegadizo.
Ruibal siempre ha considerado la importancia del latido poético en la letra de sus canciones. Tal vez los momentos más altos del espectáculo en este sentido llegaron con las interpretaciones de “Intemperie”, premiada con el Goya a la mejor canción original por la película homónima dirigida por Benito Zambrano, y la mítica “Un ave en el paraíso”. Si se rescataran de la primera los versos “La luna estaba en la cumbre / cuando se puso de parto / y tuvo un niño de lumbre / sobre cunita de esparto”, cualquiera no se atrevería a decir con rotundidad que no pertenecen al Cancionero y Romancero de ausencias de Lorca. Esta cuarteta, en octosílabos y deliberada rima consonante, revela el compromiso del creador con la tradición literaria española, lo que lo convierte en un artista total, explorador de todas las disciplinas convergentes con su oficio de autor de canciones.
Asimismo, si Ruibal es considerado un músico de culto es también por su vocación inconformista, obstinada en buscar espacios de encuentro entre géneros, que a lo largo de su carrera han confluido a propósito de las etnias —desde la India hasta El Magreb, pasando por la música sefardí— y han encontrado acomodo en el flamenco, el rock o los sones caribeños. Así propone su particular receta contra los dolores en la canción “Música en vena” para cerrar el acto antes de los bises. Los asistentes se negaban a aceptar un final después de escuchar que “para los malos humores, lo mejor es Lola Flores”.
“Baile de máscaras” sería el último corte del nuevo disco que escucharíamos en este repertorio. El himno trimilenario al Cádiz C. F. haría vibrar al público, que solo pudo rendirse al fin de fiestas con “Cines Macario”. Por bulerías, como se acaban con arte las cosas que nunca quieres que acaben.
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