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Unas fiebres inoportunas impidieron a Antonio Gómez Rufo inaugurar El Arte, a juicio, la segundas jornadas sobre Arte y Crimen que se desarrollan en el Palacio Provincial. Una cita que tiene este año en la censura su principal pivote, y que tuvo en el cine durante el franquismo al principal protagonista del día de ayer.
El magistrado del Tribunal Supremo, José Antonio Martín Pallín, resaltó que durante la dictadura, el cine, como medio de masas absoluto, "era lo que más preocupaba al Gobierno. Se sabía que no se leía mucho y aquellas lecturas que podrían tener algún interés estaban absolutamente prohibidas", comenta. El resultado fue que, durante años, los españoles se lanzaron a las peregrinaciones "como en plena Edad Media". "Pero unas peregrinaciones paganas -apunta Martín Pallín- , a Biarritz y Perpignan. Curiosamente, ninguno de los que íbamos pasábamos por Lourdes. Y mira que está cerca".
Una de las más curiosas malformaciones que puede haber acarreado el corsé de la censura franquista es la actual pobreza idiomática de la sociedad española: el cine extranjero se doblaba, entre otras muchas excusas cerriles, para ejercer un mayor control en lo que se decía. "Una falta de costumbre en el uso de otros idiomas que ha sido desastrosa para muchas generaciones", apunta Martín Pallín.
Tras la Guerra Civil, la mayor parte de la gente del cine salió del país. Quienes se quedaron, lo hicieron bajo el compromiso de hacer cine "como una forma de combatir la miseria a través de la cultura de la felicidad", indica Mª Jesús Ruiz, organizadora de las jornadas, retomando la conferencia de Gómez Rufo. El escritor, que envió su ponencia sobre la censura en la obra de Berlanga, señala que los problemas del director valenciano a este respecto no "fueron excesivos ni determinantes". Durante los cincuenta, García Berlanga realizó "cinco películas y media": Esa pareja feliz, Bienvenido, Mr. Marshall, Novio a la vista, Calabuch y Los jueves, milagro. Además, está el mediometraje que dirigió para televisión titulado Se vende un tranvía.
De ellas, Mr. Marshall fue la primera en experimentar la tijera: su estreno coincidió con la llegada de un nuevo embajador estadounidense que había sido sospechoso de prácticas antiamericanas, y que "ahora era más papista que el Papa". Para colmo, el embajador aparecía en el NODO que se emitía justo antes de la película -algo verdaderamente berlanguiano-, con lo que desde Información y Turismo se eliminaron escenas como la de la bandera americana arrastrada por el río. Y estuvo también el caso de los falsos billetes de dólar que se imprimieron con la efigie de Pepe Isbert -y que le costaron a Berlanga una visita a Comisaría-.
Esa pareja feliz se estrenaría al rebufo del éxito de Mr. Marshall, y no levantó suspicacias a pesar de su evidente contenido de crítica social. Pero en Novio a la vista hubo que rodar toda una escena de nuevo: aquella en la que los chicos ganan a varios generales en una batalla playera. La razón fue parecida a la que le dieron a Borau en Furtivos: "El Ejército español/La Guardia Civil nunca pierde una batalla/nunca falla cuando dispara".
En Los jueves, milagro Berlanga ya contaba con fama de director problemático y llegó a tener al lado a un sacerdote que escribió 200 páginas de modificación sobre el guión original. Incluso así, se cambiaron diálogos y se añadieron escenas a la cinta una vez terminada. A partir de ese momento, Berlanga vio cómo ninguna de sus historias era aceptada en el cine. "Se vende un tranvía -explica Ruiz- se realizó con la idea de hacer una serie completa que se llamara Los pícaros. Pero en cuanto los responsables la vieron, decidieron finiquitar película y proyecto".
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