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Los 'Viajes de Alí Bey', una mirada desde el rigor a un mundo prodigioso

Almed publica las crónicas de Domingo Badía, un científico español que recorrió África y Asia con la identidad de un príncipe abasí

1. Una de las ilustraciones de Alí Bey de un lugar sagrado llamado Safa, en una calle de La Meca, uno de los sitios que el viajero describió con exactitud en sus textos. 2 y 3. La Columna de Pompeyo, en la visión del explorador y en una imagen tomada en la actualidad: dos estampas que demuestran "la precisión absoluta del dibujo de Alí Bey".
Braulio Ortiz Sevilla

06 de enero 2013 - 05:00

Una tarde de julio de 2010, el escritor afincado en Marruecos Roger Mimó (Sabadell, 1962) finalizaba una larga y exhaustiva travesía que había emprendido años antes con el propósito de trazar los contornos de una figura esquiva, contradictoria y fascinante, la de Domingo Badía Leblich o más concretamente la de su álter ego Alí Bey. Ante su tumba, el investigador sintió que había llegado el momento de divulgar los miles de datos que había recopilado "por una docena de países y tres continentes" y que le ayudarían a desbaratar los malentendidos que rodeaban al héroe. "¡Había tantos temas por aclarar y se habían acumulado tantos tópicos a lo largo de doscientos años!", exclama Mimó, que se sirve de un arsenal de notas a pie de página, fotografías y mapas actualizados para proponer una nueva mirada a los Viajes de Alí Bey por África y Asia, un libro en tres tomos que aparece de la mano de la editorial Almed y que por primera vez desde 1814 incluye el texto completo escrito por el autor.

Los Viajes... ofrecen la crónica de las expediciones que Alí Bey realizó entre 1803 y 1808, que le llevarían de Marruecos a Turquía y a escalas como Trípoli, Alejandría, El Cairo, La Meca, Damasco, Jerusalén o Alepo, entre otros destinos de los que este hombre ilustrado ofrecería valiosísimas descripciones. Entre otros hallazgos, la última edición de su obra determina el verdadero itinerario que siguió este viajero, corrigiendo algunas imprecisiones en los mapas y reproduciendo con mayor calidad planos que en las anteriores publicaciones españolas eran, advierte Mimó, "prácticamente indescifrables".

Entre los equívocos que han desvirtuado la percepción de Alí Bey destaca su trabajo como espía al servicio de España. Fue Godoy quien financió el proyecto con el que Badía podría desplazarse, y a cambio le encargaba al explorador una misión política. En realidad, el encargo se limitaba al ámbito de Marruecos, que como señala Mimó no le tomaría al estudioso más que una cuarta parte de sus estancias en el extranjero, pero aquel episodio tendría un insospechado peso en el perfil con el que Bey pasaría a la posteridad. Su labor como agente "jamás debió hacer sombra -como haría en todos los prólogos, críticas y comentarios desde 1836 hasta hoy- a la inmensa labor científica desarrollada por el viajero". Es cierto que Bey "ejerció como espía una temporada", pero estamos ante una personalidad poliédrica que abarcó un inmenso espectro de actividades y que entre otras ocupaciones fue "funcionario, científico, bibliotecario, general de brigada, traductor, intendente y dramaturgo". Su sobresaliente capacidad intelectual y su dominio de las materias más diversas se refleja en numerosas escenas del viaje, como cuando asegura haber demostrado con razonamientos ante un astrónomo de Fez que "la práctica de la astrología es un pecado". El supuesto príncipe abasí manejaba su sabiduría ante su público a menudo con cierta insolencia: Mimó describe a Badía como un tipo "con un carácter y una testarudez excepcionales", alguien "soñador e irresponsable, capaz de comprometerse en quiméricas empresas sin saber muy bien cómo llevarlas a término y confiando sólo en su propio temperamento y su capacidad personal como garantías de éxito".

Uno de esos tópicos que el prologuista y editor de los Viajes de Alí Bey no comparte es el de que Domingo Badía fuera el primer cristiano que penetró en La Meca. Las investigaciones precedentes empujan a Mimó a pensar que cuando en 1807 Bey llega a la ciudad santa ese hombre "tenía mucho más de musulmán que de cristiano, aunque probablemente seguía siendo deísta en el fondo de su alma" y albergaba pesar porque también en el islam "las ceremonias exteriores del culto hubieran prevalecido por encima del fondo de la religión".

Otro de los frecuentes dardos que suelen lanzarse contra Badía es que su narración carece de veracidad, como han apuntado entre otros Goytisolo y el arabista Salvador Barberá. Pero Mimó dirige sus esfuerzos a demostrar lo contrario: que "la precisión científica de Badía en sus descripciones resultaba casi obsesiva". Hubo dos cuestiones en las que el viajero escondió no obstante la realidad, dos aspectos que no hacen sino añadir complejidad a un individuo ya de por sí lleno de luces y sombras: en lo referente a la misión encomendada por Godoy y en sus relaciones con mujeres, que Badía se guardó por respeto a la esposa que había dejado en España.

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