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“Las administraciones públicas no han estado a la altura del Museo del Dique”

José María Molina | Historiador y exdirector del Museo del Dique de Matagorda

El historiador gaditano repasa la génesis y desarrollo del museo ubicado en los astilleros de Puerto Real, que ha dirigido desde su creación hasta su prejubilación hace unos meses

El historiador gaditano José María Molina. / Lourdes De Vicente

Hace solo unos cuatro meses que José María Molina (Cádiz, 1957) disfruta de su jubilación. Hasta entonces ha sido el director del Museo del Dique de Matagorda, un cargo desde el que este historiador licenciado y doctorado en la Universidad de Cádiz ha impulsado la recuperación de un patrimonio industrial e histórico de un calibre sobresaliente.

–¿Cómo surge el proyecto del Museo del Dique?

–Como todo lo que pasa en este país, este proyecto empieza de una forma muy extraña. Lo que había era un solar, con unas instalaciones antiguas en muy mal estado porque era el fondo de saco de la factoría de Puerto Real. Me llaman para ver unos materiales de archivo. La intención era ordenar un poco y buscar unos materiales para un evento que se iba a celebrar en octubre de 1990: se iba a botar el primer Copa América. Estaban adecentando esa zona porque el barco lo iban a botar en un dique del siglo XIX. Querían regalarle a la persona que iba a botarlo algún facsímil de publicaciones del astillero. Pero cuando me ponen aquello por delante, me enseñan lo que hay, enseguida nos damos cuenta, con el equipo de ingenieros que estaba trabajando en el arreglo del espacio, que aquello era más que un simple archivo, que había lo que después se convirtió en un archivo de casi un kilómetro y medio.

Había documentación, muchísima información, se había mantenido todo el archivo técnico de los barcos que se habían construido en el astillero desde el último tercio del siglo XIX, había un archivo fantástico con las reparaciones, una biblioteca muy importante desde el punto de vista técnico, había una hemeroteca de revistas magníficas, especializadas en la construcción y reparaciones navales, y había miles de piezas relacionadas con la construcción naval antigua; y después había un fondo fotográfico absolutamente espectacular, que cuando hemos terminado su ordenación estaba rondando el millón de negativos. De esos, unos siete u ocho mil eran negativos en cristal de finales del siglo XIX y principios del XX.

–¿Nada estaba catalogado?

–Nada estaba inventariado ni catalogado, estaba protegido, aunque no bien protegido, estaba guardado, y aquello sobrepasaba ese encargo de ordenar unos cuantos documentos. Además, todo se acumulaba. No era sólo lo que estaba allí, era todo lo que estaba disperso por el astillero, un espacio de un millón de metros cuadrados, y había muchos elementos, muchas piezas, muchos documentos, muchas fotografías que estaban guardadas en los despachos, y había que hacer un trabajo de recuperación de todo ese material.

–¿Es cuándo se propone dar forma museística a ese fondo?

–Con el tiempo, cuando decidimos que aquello sobrepasaba una simple operación de ordenamiento de un archivo, es cuando Astilleros Españoles decide que a aquello hay que darle un cierto cuerpo, que hay que dotarlo de una mínima plantilla y que hay que ponerse a trabajar en las distintas líneas que se habían ido descubriendo: la biblioteca por un lado, el archivo por otro, el fondo etnográfico por otro, el inmueble en sí mismo, el espacio de casi 80.000 metros cuadrados que había dejado de funcionar en 1978 pero cuyos edificios se conservaban, el dique que es una pieza magnífica del siglo XIX, estaban los talleres originales que necesitaban un trabajo de saneamiento.

–Estamos hablando de patrimonio industrial, económico e histórico.

–Sí, era una cosa muy sorprendente. Se pusieron en marcha de forma paralela proyectos que afectaban a otros campos, se establecieron relaciones con la Universidad de Cádiz y se puso en marcha un proyecto integral de recuperación del patrimonio industrial que en España, hasta ese momento, apenas se había hecho.

–¿No había ejemplos en otros astilleros?

–Sí, sí había ejemplos pero no se había actuado. Recuerdo un proyecto que se puso en marcha ocho o nueve años después del nuestro, que fue en el astillero de El Ferrol, y otro sobre la ría de Bilbao. Pero siempre años posteriores al nuestro. Ellos vinieron a ver cómo lo habíamos organizado nosotros.

–Y desde entonces, hasta esta jubilación reciente, ¿qué se ha conseguido?

–Pues, mira, así a nivel general aquello ha pasado de ser un proyecto de recuperación de patrimonio industrial, ha ido mutando en el tiempo y se ha convertido en un proyecto de desarrollo turístico y cultural. Porque pasado una serie de años, a mitad del proyecto, nosotros teníamos ya ordenados los fondos que había allí, había alguno que no, pero la mayoría sí: estaba ordenada la biblioteca, el archivo, el fondo de piezas, el fondo de bienes inmuebles, el espacio estaba declarado BIC y el fondo fotográfico. Pero en ese tiempo la empresa también había ido cambiando, de Astilleros Españoles a Izar y de Izar a Navantia, entonces en los primeros años de Navantia, aprovechando que Izar vendía una serie de astilleros, la presidencia en Madrid quería que nosotros, como proyecto referente, asumiera esos archivos. Y empezó a llegarnos materiales del astillero de Sestao, de Sevilla, de la fábrica de motores de Manises, de algunos astilleros gallegos, el fondo fotográfico del astillero de Euskalduna y del astillero de Sestao… Y empezamos a catalogarlo y a incorporarlo al fondo.

–Y el museo se abre.

–El museo oficialmente se abre en el año 1998, aunque estábamos abiertos desde antes y entonces nosotros seguimos trabajando en la misma línea, ya con el museo abierto al público. No teníamos muchas visitas porque el proyecto era tan grande y tan amplio, que no podíamos centrarnos en una sola cosa, era un museo muy específico, tenía unas visitas muy limitadas, el espacio también es extraño a la hora de llegar, pero se puso en marcha ese proyecto de museo.

–¿La ubicación es un hándicap para ese museo?

–En mi opinión, no. Y esto lo he hablado yo con muchas personas de dentro y de fuera del astillero. Hay espacios que son muy complejos de llegar y tienen muchas visitas, como las ruinas de Bolonia. No es un museo que esté en el centro de una ciudad pero está en un espacio aislado de la zona operativa, nosotros estamos trabajando al final del astillero y el único inconveniente que hay se salva con una lanzadera o con el propio autobús. Lo que no podemos entrar es con coche particular. También tenemos una entrada que es muy atractiva, la del barco, que no se está utilizando porque tenemos unas grúas que se están arreglando. Y esa entrada por mar es muy bonita. También tuvimos unas jornadas de la Autoridad Portuaria y en un día entraron mil personas. Tiene una capacidad grande de admitir gente, pero necesita una cierta promoción, una serie de impulsos que nosotros, lamentablemente, no hemos recibido.

–¿Hay algo que lamenta haber dejado a medias, sin hacer, sin lograr…?

–Mira, el astillero ha hecho lo que tenía que hacer, que era ceder y facilitar las instalaciones para que se desarrollase un proyecto cultural de esta envergadura. No han estado a la altura las administraciones públicas porque no hemos recibido prácticamente ningún apoyo. Y no estoy refiriéndome sólo a apoyo económico, no se ha recibido apoyo. En todo este tiempo hemos recibido, sin exagerar, unas 200 visitas de políticos de todo tipo, desde Carmen Romero cuando fue diputada por Cádiz… por allí ha pasado todo el mundo, de la Junta de Andalucía, todos los delegados posibles, y absolutamente nadie ha cumplido sus compromisos de apoyo.

–Estamos hablando de todas las administraciones…

–Estamos hablando de todas, lo que pasa es que yo realmente insistiría en la Junta de Andalucía, en la administración autónoma y en la provincial, en la Diputación, que hemos tenido con ellos proyectos que no sé porqué no se han podido desarrollar, y no lo entiendo porque no era dinero que pagaran ellos, sino que era dinero que venía de Europa, las trabas administrativas que hubieran se podían haber solucionado con un poco de margen, pero no salieron adelante proyectos que eran muy interesantes. Teníamos un proyecto sobre el vapor Matagorda, el barco que llevaba a los operarios desde Cádiz, que cuando lo teníamos ya con todos los trámites técnicos hechos y con el proyecto técnico elaborado por el equipo de reparaciones de San Fernando, y puesto encima de la mesa, y que ni llegaba a cubrir el presupuesto que nos daban, ni aún así la Diputación ayudó, siempre había algún problema que echaba para atrás el proyecto de colaboración. Y la Junta de Andalucía, nada, cada vez que hemos llamado a sus puertas, a todas sus puertas, ha sido imposible; no han sido sensibles al proyecto.

–Es un reto entonces para los que se han quedado allí...

–Bueno, espero... yo tengo poca fe, la verdad en que se vaya a conseguir. Pero sería importante que todas las administraciones se dieran cuenta de que tienen allí un proyecto que prácticamente está terminado, está hecho, que no les ha costado dinero a ninguno, porque el coste económico lo ha soportado siempre la propia empresa, que no les va a costar dinero y que lo único que tienen que hacer es impulsarlo.

–¿Algún programa de visitas?

–Sí, y poco más... Mira, uno de los últimos proyectos en los que estaba trabajando antes de mi prejubilación era organizar un tema relacionado con una fundación, porque nos parecía que es el modelo de gestión más propicio para aquello. Se había encargado a un equipo jurídico externo al astillero que valorase las posibilidades de aquello, y el equipo jurídico terminó entusiasmado con el proyecto. Eso se ha quedado parado. En mi opinión, y no me toca decidirlo a mí (ríe), ese es el futuro. Creo que es el modelo de gestión más adecuado sería una fundación y que entren las administraciones públicas.

–¿Cómo funciona la parte investigadora?

–Tenemos mucha gente, muchos investigadores, especialmente del País Vasco y de Cataluña, porque tenemos una parte del archivo de la Compañía Trasatlántica que, sorprendentemente, no tienen en Barcelona. Era una compañía de allí, pero su centro operativo estaba en Cádiz. Una parte estaba en la Biblioteca de Temas Gaditanos, en Unicaja, y nosotros tenemos el fondo técnico, los barcos de la Trasatlántica se construían muchos en el astillero de Matagorda, y tenemos muchas fotografías de los procesos constructivos y de los barcos.

–Una vez jubilado, ¿a José María Molina le quedan ganas de entrar en museos?

–(Ríe) Sí, claro ese es mi tipo de turismo. Cuando salgo por ahí, no tengo más remedio que visitar los museos que me encuentro. Por supuesto, y se hace con un ojo distinto, crítico, con la idea de aprender.

–¿Siguen siendo una buena reserva cultural?

–Yo creo que en España hay magníficas piezas a la hora de exponerse, lo que pasa es que, salvo en algunos museos que todos conocemos, no está cuidada la forma de exponerlas. A los museos les falta un poco de museografía, el hecho de exponer una pieza que sea atractiva. Tampoco tenemos ese sentido de la museografía británica de enseñar, tenemos tantas cosas y tantas piezas que nos dedicamos a ponerlas pero no las mimamos.

–¿A veces son aburridos?

–Cada vez menos, cada vez hay museo más atractivos. Por ejemplo, un museo que parecía un bazar era el Museo Militar de Madrid, y ahora que se ha llevado a Toledo es magnífico. Pero falta en España un museo naval. En Cataluña lo están haciendo poco a poco, falta un buen museo naval, el de Madrid, que tiene unas magníficas piezas, está situado en el patio de la capitanía marítima, y no parece que sea el sitio más adecuado.

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