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Con buenos genes

La bailaora gaditana Rosario Toledo cerró el XIII Festival de Música Española de Cádiz con 'ADN'

La bailaora Rosario Toledo por alegrías con el cante de David Palomar, las palmas de Roberto Jaén y el toque de Rafael Rodríguez.
Tamara García Cádiz

01 de diciembre 2015 - 05:00

ADN contiene la información genética de un pueblo y de una creadora. ADN. El título del último espectáculo de Rosario Toledo -que cerró el domingo el XIII Festival de Música Española de Cádiz- es lo que no hay que perder de vista cuando uno se acomoda en su asiento presto a recibir el trabajo de la coreógrafa y bailaora gaditana. En el nombre está la clave. Es lo que somos, no lo que dicen que somos, lo que somos, lo que Toledo exhibe sin complejos. Desde la herencia recibida, a la experiencia que da el camino y que, con el tiempo, también deja su huella en la cadena genética y en la memoria colectiva.

Así es ADN que busca como excusa -muy bien trabada por Ana López Segovia- una historia de desamor, y que culmina con una reivindicación de la autoestima, pero que custodia toda una serie de elementos que ponen al territorio y su legado como sostén principal de la pieza.

Y Rosario, claro. Que se descubre como una intérprete exquisita. Elegante y perfeccionista. Pero, sobre todo, como una creadora magnífica. Ingeniosa y ocurrente. Toledo como coreográfa e ideóloga es un portento. Tiene ideas (que ya es algo en un mundo que al final va a resultar que es plano). Nos sorprende en la milonga y en la rumba maremoto, tan flamenca y americana a un tiempo; nos divierte Soñando el Chacarrá y creando una escena íntima en complut con Roberto Jaén en la que se disputan unos tragos, una fiesta y sus propias soledades; nos enamora trazando las diagonales de su zapateado por tanguillos y en la alegría inicial con un David Palomar que abre la boca y cuenta Cádiz; y nos emociona cuando se emociona, por soléa y bulerías, ante el cante primario, arraigado y al límite de Juan Villar.

Porque, a las dotes de actriz de Toledo, que convence en su papel en esta tragicomedia filosófica, se suma la verdad más desnuda de una bailaora frente al cante de un maestro. Y ella está radiante y él la entiende y la encumbra. Y la emoción alcanza todos los rincones del coliseo que explota en oles. Y es que la contribución del artista invitado -Juan Villar- es también definitiva para fijar este montaje en las coordenadas donde Toledo quiere moverlo, las coordenadas del flamenco de Cádiz, del ADN, de los buenos genes.

Por eso no hace falta imprimir velocidad a las secuencias de pasos y sí incidir en las poses, las fotos fijas, el balanceo de la cadera, la actitud en el rostro y el movimiento de hombros y pecho. Porque hay que parar el tiempo, porque hay que construir un universo repleto de lugares comunes para que el espectador conozca y se reconozca. Y ahí entran también una escenografía tan sencilla como efectiva, un vestuario espléndido, un diseño de luces bien traído y una composición e interpretación musical a cargo de Rafael Rodríguez que vuelve a brillar con luz propia.

ADN es una aplicada intérprete, una genial creadora y su mundo, un lugar donde se pasa del llanto a la risa en una décima de segundo.

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