Café teatro Pay Pay de Cádiz: 20 años haciendo del silencio el mayor aplauso
Aniversario
El establecimiento del barrio del Pópulo celebra este año dos décadas de su segunda vida en la que se ha convertido en institución cultural de la ciudad
Cádiz/No se parece en nada a una iglesia pero cuando se atraviesa la puerta de madera de la calle Silencio, casi instintivamente, se comienza a hablar bajito. Puede que sea porque el Café Teatro Pay Pay, a su manera, es también un templo. Uno donde en los últimos 20 años se reza a la Belleza, a la Verdad y al Arte (¡vaya tres dioses!). Un templo con un pasado alejado de su presente, como todos los templos, pero al que mira y al que reivindica sin sonrojo. Un templo a la cultura, el Pay Pay, que hace de cada concierto, de cada presentación, de cada recital, un ritual en el que fieles y parroquianos saben que para quien se sube al escenario el mayor aplauso final nunca llegará a tocar el corazón como el silencio del respeto durante una actuación.
“Yo creo que ese ha sido nuestro mayor logro en estas dos décadas. Y no ha sido cosa de un día. Al principio lo hacíamos nosotros, pero ahora es el propio público el que manda a callar si alguien mete la pata”, se enorgullece Paloma García, gerente de la sala del Barrio del Pópulo y parte de aquel grupo de narradores que hace 20 años tuvieron “el sueño” de tener “una sala de espectáculo en Cádiz al estilo de otras que había por el país” donde poder proyectar los cuentos en su ciudad.
Porque así arrancó la segunda vida del enclave rehabilitado en el Plan Urban de aquel deprimido barrio que hoy, afortunadamente, está irreconocible para los chiquillos que jugaban en el montículo tras el que se ocultaba el Teatro Romano. Un coliseo cuya escena, por cierto, puede que respire bajo las tablas del coqueto café teatro conocido en los años cuarenta y cincuenta como popular sala de fiestas y alterne.
“Una noche vino un señor americano que no paraba de invitar a todo el mundo. Recuerdo que teníamos un espectáculo de danza del vientre y cuando terminó, se me acercó y me dio esta foto”, señala una de las instantáneas en blanco y negro que, prácticamente, tapizan las paredes de la Sala Roja, la sacristía (está situada tras el escenario, junto a camerinos) en la que el Pay Pay rinde tributo a su pasado. Entre cuadros de vedettes en posturas imposibles, un joven marinero y sus compañeros ríen con unas chicas sentados a la mesa. Es el Pay Pay de 1956...
Al comienzo de este nuevo rumbo no eran pocos los que llegaron al café teatro buscando un pasado que no existe para, sin embargo, encontrarse con un presente tan diferente como atrayente o, incluso, un futuro prometedor. No en vano, con ciclos como Esta Noche Toca o con el Concurso de Cantautores, muchos ha sido los artistas que se han fogueado en estas tablas.
Y es que además de conciertos inolvidables de primeras figuras del flamenco o la música contemporánea (Mayte Martín, Carmen París, Javier Ruibal...), en el Pay Pay hemos sido testigos de carreras, entonces, incipientes como las de Antílopez, El Kanka, Zahara, Andrés Suárez, Carmen Boza o, incluso, los primeros pasos de músicos gaditanos como Benjy Montoya, Miguel Rodríguez, David García Alba, Verónica Díaz, Jesús Bienvenido o Ares (Antonio Martínez Ares) de quien, por cierto, está registrado su bautismo en la canción de autor en el libro de firmas del local.
Un registro de huellas de noches imbatibles: Eduardo Galeano, Tito Alcedo, Ana María Matute, Chano Lobato, Mariana Cornejo, María Pelae, Felipe Benítez Reyes, Tabaré Cardoso... Escritores, flamencos y músicos que en la escena o en la barra, en un espectáculo o en sus ya legendarios after (ay covid, covid, ¿qué has hecho con nosotros?) han reído, cantado o se han confesado a media luz, atravesados por la mirada del neón rojo que hace que el nombre del local reine en el escenario. “Esos son los ojos del Pay Pay, cuando están encendidos es que hay vida”, dice siempre Paloma.
Ojos que han sido testigos hasta de enlaces, de grabaciones de videoclips (recuerdo como si fuera hoy el de La Reina del Pay Pay de Pasión Vega), de performance, de finales del Falla o hasta de propuestas circenses. “Yo creo que sólo nos falta ver aquí un tragasables”, ríe la mujer menuda, casi siempre de negro, un ser luminoso que se empeña en ser sombra para que sólo brille el artista que esa noche manda en su casa.
Y es cierto, en el Pay Pay en estos 20 años se ha visto de todo; en éste último, mucho Carnaval, atendiendo a la necesidad de coplas de una ciudad (a la que el bicho le ha intentado robar el latido de su alma) y a la necesidad de los propios carnavaleros de exponer sus repertorios en tiempos especialmente duros. “También han sido tiempos duros para nosotros y el Carnaval nos ha ayudado mucho a capear este temporal. Al final se trata de tejer una red entre todos los que formamos parte del mundo cultural de la ciudad, porque aquí somos de los que siempre hemos considerado el Carnaval como manifestación cultural en la que, además, ahora hay movimientos muy interesantes de nuevas formas y maneras”, explica.
Prueba de ello es el apoyo decidido (nunca ni una sala ni un artista en la ciudad han mostrado tal nivel de colaboración) al espectáculo El Balsero de Jesús BienvenidoEl Balsero, que con 33 representaciones en la sala desde su estreno en enero de 2020 (cuando todavía la pandemia era un buen cuplé) tiene la suerte de longevidad (exageración mediante) del Cinco horas con Mario.
Un hecho insólito, como casi todo en este rinconcito del Pópulo. En la calle Silencio. ¿Dónde si no?
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