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San fernando/No, no existe el libro, el documental, la reunión ni la mesa que hoy día resuelva esta pregunta: ¿Cómo era José Monje Cruz? De hecho, ¿quién quiere saberlo?, ¿quién quiere desvelar el truco del mago, si es que ama la magia?, ¿quién pretende arrebatar el misterio al mito? Ni aunque quisieran. No lo hicieron ni su viuda, Dolores MontoyaLa Chispa, ni sus amigos del alma Alonso Núñez Rancapino y Curro Romero, ni aquel con el que tanto compartió dentro y fuera de los estudios, Pepe de Lucía, ni aquella con quien viviera los escenarios, Manuela Carrasco, durante el encuentro vespertino del Congreso Leyenda Camarón. Si alguien lo conoció fueron ellos, y su madre y sus hermanos, ¡qué duda cabe!, pero los integrantes de esta mesa de arte y postín tuvieron la delicadeza, como aquellas actrices antiguas, de enseñar el telón pero no la función. De trazar el boceto, el dibujo a vuela pluma, del José más humano pero dejándonos esa sensación de que nunca lo llegaremos a conocer del todo. Como su cante, que lo intentamos asir, imitar, encajar, tipificar, pero siempre se escapa algo, siempre hay algo más allá, a lo lejos, al fondo.... Será que se es como se canta (reflexión hermana de las palabras del acertado conductor de la mesa, Alberto García Reyes, que se acordaba de Juan Belmonte: Se torea como se es). Quizás, no hay más. No debe haber más.
No hay más y hay de todo en esta reunión "de mesa de camilla", "esta reunión de cabales", "este cuartito recogío" (volviendo a tomar presentadas palabras del moderador) que durante una hora y cuarto se enfrentaban a la complicada tarea de desnudar al cantaor Camarón para mostrarnos a José persona. Y hubo alguna anécdota familiar, dos o tres correrías de chiquillo, alguna historia como profesional y, sobre todo, tres absolutas certeras de la persona José: Un hombre de pocas palabras, un gran padre y un verdadero compañero de sus compañeros, a los que no criticó nunca en su vida (en su corta vida). Y échale papas a ese desafío a los monstruos de la envidia y los celos... "En nuestra profesión eso no es nada común...", acertaba Pepe de Lucía.
De hecho, a través del hermano de su compañerito Paco se descubrieron los celillos que el gran Caracol le tenía a Camarón (hasta que tragó) y el respeto que al isleño universal le infundía ese torrente de la naturaleza que era Manuel. "Un día Caracol le dijo que cuando dejara Torre Bermejas que se fuera a donde él dos o tres días, cuando quisiera. José le dijo que sí, pero cuando salimos a la calle me dijo, Ranca yo no voy que a mí Caracol me da miedo". El de la voz oscuracasinegra reía a boca llena al contar la anécdota contagiando al respetable que casi llenó el Palacio de Centro de Congresos de San Fernando.
El chiclanero fue quien, quizás, con pequeñísimos detalles en sus historias nos acercaba esa cara tan íntima del genio como aquello de poner un alfiler en los bolsillos cuando los tenía llenitos de billetes al final de una gira, o su parte más desenfadada descubriendo como una vez José metió su propio dinero en los pantalones de Rancapino porque sabía que Alonso iría a registrar los de su amigo para cogerle unas perrillas prestadas. Eso sí, Camarón se vengó bien de esos siseos cuando se quedó "para toda la vida" con aquella guitarra de Santos Hernández que el Niño de los Rizos le había regalado a Rancapino. "¡Se llevó hasta la funda, por la gloria de mi madre, no la vi más!".
"Es que le volvían loco las guitarras. Cuando nos íbamos de viaje él cargaba con ellas y allí donde fuéramos las colocaba todas", recordaba minutos antes su mujer que siempre lo imaginará con esos cascos puestos en los oídos, "¡hasta en la cama!", donde escuchaba para aprenderse las letras de los temas. "¿Cómo te has aprendido esa letra en un día? -le preguntó cierta vez Pepe de Lucía- Porque he estado toda la noche escuchándola -le contestó Camarón- ".
Le gustaba el cante, sí, "pero no escuchaba flamenco todo el día", precisa Chispa aunque corroboró eso que se dice de que su marido se desplazaba donde hiciera falta a escuchar a un cantaor si alguien le había dicho que era bueno. "Iba, lo escucha y lo grababa", dijo ante el gesto de asentimiento de Pepe de Lucía y Curro Romero. En lo poco que estuvieron de acuerdo ambas figuras, según se denotó en varias correcciones que De Lucía apuntó al torero, dejando también caer que José admiraba mucho a otros maestros como Manzanares... García Reyes cambiaba entonces de tercio con la habilidad del mejor diestro, incluso, cuando De Lucía le tiraba un apetecible guante a La Chispa sobre ciertas grabaciones inéditas de su marido que podrían salir a la luz ("a ver si hablamos tú y yo de proyectos...")
No se habló de negocios, no. Se habló del hombre y del artista. De su carácter reservado y educado hasta el punto que ni se atrevió a pedir el pescado (del que estaba antojado) que comía Manuela Carrasco en vez del potaje que la madre de la bailaora preparaba para el resto de artistas porque le daba apuro (Manuela se tuvo que dar cuenta). Se habló de lo bien que imitaba a otros cantaores (al Chaqueta le encantaba). Se habló de cierta noche legendaria en el Morapio donde no quedó gitano con camisa. Se habló, como dice Rancapino, de que Camarón fue "el cantaor del siglo pasado, del presente y del futuro". Se habló de José largo y tendido en una bonita mesa que no se debería haber perdido pero, ¿quieren conocerlo?, escúchenlo, que se canta como se es.
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