Una catedral de canciones

Serrat es un artista en constante búsqueda, como lo prueba su próximo disco sobre Miguel Hernández

Luis García Gil

15 de julio 2009 - 01:00

Después de haber escrito Serrat, canción a canción y de haber participado a finales del año pasado en Algo personal, su Cancionero Oficial, sigo encontrando nuevas revelaciones en la obra de Joan Manuel Serrat que no podrá ser nunca un capítulo cerrado para quien se adentre en las claves de sus canciones. El cantautor catalán es una fuente inagotable de poesía, un artista plural e irrepetible al que siempre se regresa. En lo personal nunca podré olvidar su participación en el documental En medio de las olas que Pepe Freire y yo hemos realizado sobre mi padre, el poeta gaditano José Manuel García Gómez. Que Serrat haya recitado junto a Javier Ruibal una elegía dedicada por mi padre a Antonio Machado en los años cincuenta es un regalo cargado de simbolismo y de complicidad hacia mi persona, un regalo que me hizo viajar en el tiempo hacia esa primera vez en la que escuché Pueblo blanco o Barquito de papel y en el que todo cambió para aquel adolescente que se buscaba a sí mismo.

Se equivocan aquellos que piensan que Serrat es un artista clausurado que vive de las canciones del pasado, de la época gloriosa de la que nacieron discos como Dedicado a Antonio Machado o Mediterráneo. Sus recitales no han sido nunca una perezosa invocación a la nostalgia y esta última gira le ha permitido ofrecer una antología de su obra que abarca todas las épocas. Por eso al lado de Mediterráneo o de Penélope (sometidas a nuevas lecturas) han asomado De vez en cuando la vidaBienaventurados, Y el amor, La bella y el metro o algún capítulo de su último trabajo, el lírico que muchos ni se han preocupado en escuchar porque la obra de Serrat en catalán sigue siendo ignorada por muchos de sus seguidores.

Los recitales de esta última travesía de Serrat han servido también para darle su sitio preferente a quien ha vestido tantas veces y tan prodigiosamente sus canciones. Me refiero al maestro Ricardo Miralles que ha significado lo mismo para el cantautor del Poble Sec que Rauber o Jouannest para Jacques Brel. Estos recitales de Serrat con Miralles muestran al artista sin máscaras ni efectismos y con ese modo suyo de entender el oficio, de hacer que sus canciones tengan esa calidad fosforescente y suave de sueño recordado como a él le gusta decir citando a Gil de Biedma y su poema Desembarco en Citerea.

Cuando el cantautor catalán sale al escenario sabe que sus canciones han traspasado todos los ámbitos y fronteras que puedan imaginarse, latiendo en el corazón como coplas arrebatadoramente modernas que se miraran en la galería de espejos de la vida. Pero esa verdad tan absoluta jamás le ha llevado a los caminos de la autocomplacencia y cada nuevo trabajo lo ha defendido como si fuera el primero. Serrat, ya se sabe, es un clásico y lo es desde hace tiempo. Pero nunca está de más reivindicar al artista del presente, al de ahora mismo, al que sigue proyectándose hacia el futuro. La vigencia de Serrat, su modo de compartir con su público la catedral de sus canciones, constituyen una excepción en unos tiempos en los que se ha impuesto la superficialidad en tantísimos órdenes de la vida. ¿Cuántos artistas de hoy en día que venden millones discos ignoran los secretos que encierra una canción que vibra en los rincones del alma con el mismo efecto de un buen poema?

Que Serrat es un artista en constante búsqueda lo prueba el último disco que está grabando en el que regresa a la obra de Miguel Hernández. Fue en las postrimerías de 1972 cuando apareció su disco dedicado al poeta de Orihuela, un trabajo de asombrosa coherencia y unidad, espléndidamente arreglado por Francesc Burrull. Treinta y siete años más tarde llegará Hijos de la luz y de la sombra que tendrá como arreglista de excepción a Joan Albert Amargós que ya había trabajado con el cantautor en Serrat Sinfónico. Hijos de la luz y de la sombra tomará su título de un tríptico de poemas amorosos de Miguel Hernández que los estudiosos del poeta sitúan en lo más alto de su obra. Este trabajo se fundirá de manera especial al centenario del poeta y supondrá la segunda parte de aquel disco inolvidable dedicado al autor de El rayo que no cesa. Será muy hermoso volver a sentir a Miguel Hernández en la voz de Serrat con la madurez del tiempo transcurrido, con las tres heridas del poeta, la del amor, la de la vida, la de la muerte, acurrucándose nuevamente en los acordes de su guitarra.

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