"Lo corto es una cortesía con el lector, que siempre tendrá otras cosas que hacer"

enrique garcía-máiquez. escritor

El poeta y articulista del Grupo Joly publica 'Palomas y serpientes', un libro de aforismos editado por Comares en su colección La Veleta, dirigida por Andrés Trapiello

El escritor Enrique García-Máiquez.
J. A. L. Cádiz

04 de febrero 2016 - 05:00

-Llama la atención el título del libro, Palomas y serpientes, y la ilustración de la portada: una cebra. ¿Anticipa todo lo que encontraremos en su interior?

-El título advierte del carácter mixto de los aforismos, que quieren ser cándidos y astutos a la vez, tratando de seguir el extraordinario consejo evangélico. La cebra es una aportación del poeta Andrés Trapiello, el director de La Veleta, para avisar de lo mismo: un guiño a los trazos de los aforismos sobre un fondo blanco, blanco y negro, entremezclados. Estoy muy encariñado con esa cebra porque es un burro de fábula, se creería que es una mascota y es un animal salvaje, indomesticable.

-Creo que no es la primera vez que se enfrenta a los aforismos: ¿le aportan más personal o literariamente?

-Es la primera vez que los reúno en un libro. Pero, en efecto, tengo una querencia hacia lo aforístico. Prefiero, de largo, lo breve. Lo corto es, además, una cortesía con el lector, que siempre tendrá, como todos, otras cosas que hacer. Por eso, mis dos dietarios publicados tienen mucho de apenas apuntes y, en mis poemas, abunda lo epigramático y he escrito un cuadernillo de haikus. El columnismo me apasiona, y qué es un artículo de opinión, sino el haiku del ensayismo.

-¿Cuál es la clave de un buen aforismo?

-Que no se pueda decir mejor con más palabras.

-Prefiere sentencias que hagan pensar al lector, que le hagan reír. O un poquito de todo.

-Las sentencias tienen que ser justas, y no solo las judiciales. Aunque también se les llama 'fallos'; para avisar de que es imposible cumplir todas las expectativas de la Justicia. Para acertar, nada mejor que los clásicos, que decían que la justicia es dar a cada uno lo suyo. Así, los aforismos. Si uno tiene que hacer reír, que lo haga; si otro viene para hacer pensar, a ello. Pero los reflexivos tienen que tener gracia y los graciosos, fondo.

-¿Cuáles son sus influencias en el universo de las sentencias breves?

-Es una pregunta imposible, porque como usted dice es un universo. Pero me ayuda al recordarme a quienes he traducido. Porque lo hice por resultarme muy queridos y cercanos. Mr. Smith es único, con una gracia reflexiva de primera magnitud, entreverada de biografismo. También traduje los aforismos de los brasileños Mario Quintana y los de Millor Fernandes, que no le tienen miedo al chiste y al tono menor. Por vicisitudes editoriales, esas traducciones se quedaron en el cajón, pero también en mi almario. El año que viene saldrá en Renacimiento una extensa recopilación de aforismos de un autor que jamás escribió aforismos: G. K. Chesterton. Su obra completa está llena de ellos y hemos ido espigándolos. Chesterton tiene mucho peso sobre mí. Y luego están los aforistas que no he podido traducir o porque uno no habla sus lenguas (el francés Jules Renard, el polaco S. J. Lec…) o porque hablan la mía. Hay grandes aforistas españoles, también entre los vivos, pero como esta nómina de influencias es también una lista de deseos a los Reyes Magos, yo quisiera haber sido influido, sobre todo, por Juan Ramón Jiménez y por Nicolás Gómez Dávila.

-¿No le parece que en España ha entrado la fiebre del oro del aforismo? ¿Es una moda o algo más?

-La fragmentación es un signo de nuestra época. ¿Qué se hizo de la florida oratoria del foro? Los discursos políticos actuales son ráfagas de lemas inconexos y datos comprimidos, precocinados para caber en los titulares de prensa. La opinión pública se dispara en tuits de aire comprimido. La publicidad se contrae en eslóganes pegadizos. La cultura se dispensa en etiquetas. La música, en estribillos en serie. Las relaciones personales se jibarizan en sms, whatsapp, 'toques' o apresurados correos electrónicos. Ni podemos ni queremos renunciar a lo extenso, pero, hijos legítimos de nuestro tiempo, también nos debemos a lo corto. Al empacho de lo breve, hay que enfrentarlo, pues, con una doble estrategia. Defender como gato panza arriba un espacio para lo más ancho. Y entrenar a la vez nuestros reflejos para que lo breve no sea necesariamente insustancial e intrascendente. La ventaja es que la brevedad, cuando no es pobreza de pensamiento, es ascesis. A eso responde la fiebre de los aforismos. Redimir lo breve irremediable gracias a lo intenso inmejorable. Frente a la sobredosis de brevedad, una cura por homeopatía.

-¿El colmo de un aforismo es que se le saque de contexto? Parece imposible hacerlo.

-No se crea. Un común denominador de los aforistas que he citado como mis influencias es su discreto autobiografismo. Escriben desde su vida. Y, sin duda, con una voz propia, reconocible. Si un aforismo pierde su tono personal, sí que puede sacarse de contexto y hasta de sus casillas.

-La literatura está llena, repleta, de frases, sentencias, que se han convertido en aforismos (Quevedo, Cervantes...), ¿por qué entonces puede ser considerado un género menor?

-¿Son aforismos las citas extraídas de las grandes obras? En algunos casos, sí, aunque no en todos. Pero la clave está al revés y la desentraña Gómez Dávila cuando explicita que sus aforismos son escolios a una obra implícita. Esto es, a una obra mayor, de la que sólo se nos ofrecen las cumbres y que el lector tiene que ir reconstruyendo mientras lee. En ese caso, y en los que se le asemejan, no estaremos ante una obra menor, en absoluto. Otra cosa son las ocurrencias sueltas.

-¿Le atraen los aforismos políticos? Digamos que las declaraciones de sus protagonistas, claro.

-Me atraen por partida doble, por el cabo de la aforística y por el rabo de la política. Aunque me temo que estamos yendo a menos también en esto. No veo a ningún político actual cuadrando un aforismo moral como éste de Felipe II: "No hay hombre bueno que no pueda ser mejor, ni hombre malo que no pueda ser peor". Churchill tampoco era manco: "Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra, elegisteis el deshonor y tendréis la guerra". Ni Azaña: "En España la mejor manera de guardar un secreto es escribir un libro". Aunque tal vez el aforismo político de más actualidad nacional es éste, atribuido a Tarradellas: "En política se puede hacer de todo menos el ridículo"; y uno, por desgracia eterno, es el de Donoso Cortés que explica casi todo lo que nos pasa: "Ponen trono a las causas y cadalso a las consecuencias".

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