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En defensa del libro y su encuadernación

Día del libro | el trabajo de los artesanos

La familia Galván, una institución en Cádiz, resalta la necesidad de proteger las obras literarias. Advierten de los trabajos "mediocres".

José Galván y su hijo José María, junto a dos obras realizadas en su taller.
José Galván

23 de abril 2014 - 05:00

¡CUÁNTOS libros raros, cuántos bellos ejemplares han envejecido prematuramente y desaparecido por no haber sido dotados a tiempo de una adecuada encuadernación!

Ciertas tendencias actuales, iniciadas y propuestas, según dicen, por libreros americanos y extendidas y, lamentablemente, aceptadas por algunos con la mayor naturalidad y tolerancia, aconsejan conservar los libros, unos en su estados original, tal como salen de la imprenta, a lo más dentro de una caja o estuche, otros respetando y conservando una encuadernación que, en muchas ocasiones, no es la más apropiada e idónea para la perfecta conservación del ejemplar.

No olvidemos que fue precisamente el amor al libro lo que dio lugar al nacimiento y desarrollo de la encuadernación, con la finalidad de vestirlos y protegerlos del deterioro ocasionado por los años o por un mal uso.

Si tan desafortunadas propuestas hubieran proliferado en tiempos pasados, ¿habrían sobrevivido tantos bellos ejemplares con encuadernaciones que son el orgullo y disfrute de sus propietarios y que gracias a ellas hoy están en sus manos?

Este respeto hacia la encuadernación original, por supuesto, que en muchas ocasiones compartimos, es pues una demostración del aprecio, admiración y reconocimiento que sentimos por la obra de nuestros más ilustres antepasados, Grolier, Maioli, Clovis Eve, Derome, Sancha, Simier y Thouvenin entre muchos, pero de eso a creer y proponer que cualquier encuadernación debe ser respetada es una desconsideración y ofensa al libro, pues en su historia nunca se concibió como lógica esta propuesta, ya que la mayoría de los libros salían al mercado encuadernados en pergaminos, que entonces se consideraba la más vulgar e inapropiada para protegerlos, mientras llegaba la ocasión de dotarlos de una más apta encuadernación que le diese mayor estabilidad y duración y que fuese más significativa, apropiada y de mayor calidad.

La encuadernación, que ha nacido antes que la imprenta, tiene la importante y honrosa misión de preservar el libro de los avatares de un uso inadecuado durante años o siglos.

El libro en rústica apareció en el siglo XIX, ya que hasta entonces los libros se distribuían a libreros y mercaderes encuadernados, son los editores románticos los que por economía introducen y divulgan esta nueva presentación con cubiertas de papel o cartulina impresa, reemplazando así a lo que hasta entonces había sido una verdadera encuadernación.

Hoy se habla de la cotización y aprecio que han adquirido las primeras ediciones de los autores del 98 y del 27 y lo más que se merecen y lo único que necesitan, según algunos, es protegerlo con papel cebolla y una funda a pesar de su endeble presentación.

Por supuesto, siempre es preferible un ejemplar en rústica a una mala encuadernación que no respete y conserve los elementos, márgenes, dedicatorias y otros importantes detalles, ahora bien, la existencia de profesionales poco responsables y capacitados no justifica esa tendencia, de igual forma que no podemos prescindir del médico, aunque los haya poco cualificados, pues en muchas ocasiones existen y se prodigan por la atención y confianza que les prestan quienes únicamente tienen en cuenta el precio de la encuadernación y no el ingenio, buena realización y acabado.

Con respecto a los libros en rama, ¿qué finalidad tiene el presentarlos así? Darle la oportunidad al bibliófilo de encuadernarlo según sus gustos y posibilidades, donde sus cuadernillos sean dotados de unidad para formar un cuerpo, que será cubierto para conseguir protección y permanencia. Es, precisamente, la misión del encuadernador, tras largo camino de aprendizaje, oficialía y magisterio, lleno de inquietudes, adecuar a cada libro su encuadernación: desde las selectas holandesas o media piel con puntas, nervios, correctos títulos, papel de aguas, etc... llamadas de bibliotecas, pasando por las jansenistas en plena piel, exentas de ornamentos, hasta llegar a las ricas y plenas decoraciones.

Conocida es la sentencia de Henri Beraldi, bibliófilo francés del siglo XIX, de que la bibliofilia comienza con el amor a la encuadernación, pues adquirir o comprar un libro es sin duda el primer acto del bibliófilo, pero ello sólo no justifica este título ya que esta adquisición puede ser realizada por otros, sin merecer por ello tal consideración.

El verdadero bibliófilo tiene sus gustos personales y los manifiesta en el libro al dotarlo de una acertada y correcta encuadernación, realizada con buenos materiales y exigente mano de obra, otorgándole una personalidad única y propia, diferente de todos los demás, y la forma de llegar a ello es buscar un profesional competente y con su ayuda, colaboración y experiencia, escoger una encuadernación adecuada al libro, pues su destino lógico y normal es ser encuadernado.

El buen bibliófilo no se puede ni debe contentar y conformar con adquirir un libro en rústica o en trama, pues verdaderamente lo hace suyo al dotarlo de una buena encuadernación, ya que al comprarlo cumple un deseo satisfecho, encuadernarlo es una demostración del aprecio y estima en que lo tengamos.

Por supuesto, como decíamos anteriormente, que si el libro que adquirimos tiene una encuadernación de época mucho más si está firmada por un notable encuadernador, es nuestra obligación respetarla, restaurándola, si fuera necesario, para que así la encuadernación cumpla con esa doble misión que le fue encomendada de proteger y embellecer al libro, pero de ahí a pretender que a raros y bellos ejemplares del XVI y XVII se les respete y conserve la encuadernación´ en holandesa que posteriormente le hicieron, me parece ridículo, absurdo y exagerado, mucho más sabiendo que esa forma de encuadernar no existía cuando se imprimió el libro ya que hizo su aparición a mediados del XIX.

Recientemente ha llegado a nuestro taller esa joya bibliográfica del XVI español, como es la Biblia Políglota Complutense del cardenal Cisneros, encuadernada en una vulgar y mediocre media piel y planos de tela, excesivamente enguillotinada, por un encuadernador del siglo XIX., ¿debemos conservar y proteger con un estuche esa desafortunada encuadernación? Ello significa un respeto excesivo a la obra de ese desconocido artífice, pero al mismo tiempo es una grave ofensa a esa ingente labor propuesta e iniciada por el cardenal Cisneros, y en la que intervinieron los más ilustres e importantes humanistas, filólogos, traductores, correctores, grabadores y tipógrafos que con tanto esfuerzo, ciencia, amor y entrega llevaron a cabo la realización de tan magna obra.

Aceptemos estas nuevas propuestas de conservación con dudas y mucha prudencia, pues lo único manifiesto en este último caso es un desconocimiento y mezquindad total por parte del propietario, bibliotecario, encargado o encuadernador hacia la joya que tenía entre sus manos.

Seamos precavidos al aceptar y divulgar tales ideas, pues con ellas sólo contribuimos a desprestigiar y devaluar la obra de tantas mentes y manos como intervienen en la confección de un libro y cuyo aprecio, estima, respeto y consideración es la más clara manifestación de nuestra cultura y amor hacia él.

No sé qué intención puede haber con la aceptación y divulgación de conservar el libro en una caja, pero desde luego son poco afortunadas para la vida del ejemplar.

¿Estaban equivocados los que durante siglos demostraron su amor al libro, protegiéndolos y encuadernándolos como se merecen y necesitan? Con esta mentalidad poco favor les hacen y poco amor les tienen, aunque lo parezca, y que no intenten convencernos diciéndonos que el libro "pierde" aunque esté bien encuadernado.

El verdadero amante del libro y de la encuadernación nunca puede permanecer ajeno a esas únicas y especiales sensaciones físicas y espirituales cuando tiene entre sus manos un buen y único libro recubierto de un bello marroquín. Esas sensaciones no las transmite ni proporciona un indefenso ejemplar en rústica o en rama.

Es una moda poco justificada y convincente, pues el origen y desarrollo de la encuadernación, lo originó no un gusto o un capricho sino la necesidad de proteger y conservar lo que le había servido al hombre para perpetuar los sentimientos y las ideas a través de los tiempos.

Nuestros ilustres antepasados consideraban que ese objeto tan preciado, escaso y frágil como un libro debía encuadernarse para que así pudiese llegar a generaciones posteriores.

Tener un libro bien encuadernado es la única forma de conservar y respetar un valioso ejemplar, una edición rara o un manuscrito único.

Eminente defensor de la lengua, el libro y de la encuadernación ha sido el premio Nobel colombiano Gabriel García Márquez, escritor y bibliófilo, genio y figura de la literatura universal, recientemente fallecido.

Siempre recordaremos sus amenas y afectuosas palabras de elogio y sentimiento de admiración pro la labor realizada como encuadernadores artísticos sobre los más selectos e importantes tesoros bibliográficos de la biblioteca de don Federico Joly, reconocido bibliófilo gaditano, y que hoy se encuentra suficientemente protegida y custodiada por la Fundación Joly en el Centro Cultural Reina Sofía; y también por las encuadernaciones realizada para él.

Hoy, Día del Libro, tengamos un especial reconocimiento y afecto hacia ellos, por haber sido la obra más grande y más fecunda, y por ser la supervivencia de sabios y artistas, de historiadores y literatos y, por supuesto, hacia la elevada misión encomendada al arte de la encuadernación como salvaguarda y permanencia de los valores de la inteligencia, del saber, de la voluntad y del espíritu.

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