El deslumbramiento en la noche como boca de lobo

Homenaje a carlos edmundo de ory El mundo de la cultura se reúne en la Facultad de Filosofía y Letras

La luz de la vida y la obra del poeta gaditano encendió la cita 'La memoria amorosa' en la que diferentes personalidades, de Aute a Félix Grande, se rindieron al escritor

José Ramón Ripoll, José Manuel García Gil, Rafael de Cózar, Félix Grande, Jaume Pont, Juan José Téllez y Jesús Fernández Palacios, en la mesa.
Tamara García / Cádiz

21 de diciembre 2010 - 05:00

Tenía que ser una noche como la de ayer. La noche oscura como boca de lobo. Una noche que sucedió la última vez en 1980 y que no se volverá a repetir hasta 2094. Noche de eclipse lunar. De solsticio de invierno. "Noche oscura como boca de lobo", juegos divinos de la astronomía que nos narró Jesús Fernández Palacios. Noche de lluvia y cerrada que el recuerdo de Carlos Edmundo de Ory violó con su haz de luz. El deslumbramiento de su vida y de su obra de labios de sus amigos y de sus estudiosos. Deslumbramiento. ¿Quizás fue la palabra más repetida? Sus ojos chispeantes de niño-viejo, de niño-pillo, su sonrisa grande, polisémica, como la del gato de Cheshire, sus juegos delirantes, su ternura... De boca en boca, de labio en labio, en un molinillo que agitaba su voz... El homenaje al poeta gaditano encendió la tarde noche de ayer en la Facultad de Filosofía y Letras de Cádiz durante una celebración de amor y vida.

De Félix Grande a Luis Eduardo Aute. De Fernando Polavieja a Jaume Pont. De Juan Luis Pineda a Rafael de Cózar. De Fernando Lobo a José Ramón Ripoll. De Alejandro Luque a José Manuel García Gil. A Juan José Téllez. A Jesús Fernández Palacios como perfecto maestro de ceremonias. Y Laura Lacheroy, su viuda, y Solveig de Ory, la hija, y José Antonio de Ory, el sobrino. Y su hermano y su nieta, y su familia... Y las autoridades de un bando, de otro. De todos los bandos. Conmemorando al "ser sensible", al poeta al que "sólo lo extraño" le era "familiar", al escritor que dijo que "sin alma no se puede hacer poesía y sin vida tampoco", al "rabiosamente hereje", al gaditano cuya bandera es "la del viento". Celebrando a Carlos Edmundo.

Con la música y con la palabra dando vueltas por el Aula Magna durante cerca de cuatro horas. Tiempo para todo. Para anécdotas, para emoción, para risas, para reflexión. Incluso para escuchar al propio literato fallecido hace algo más de un mes a través de un extracto de un documental que editó la Diputación de Cádiz y que lideró Téllez, presente en la mesa de ponencias.

Anécdotas... Tantas... Nos quedamos con su fascinación por el espiritismo que fue la que incitó a De Cózar a quien convenció para aparentar ser un médium y gastarle una broma a unos amigos parisinos que estaban de visita. Ay, Carlos Edmundo... Carlos. El mismo Carlos que "te podía despertar a las cuatro de la mañana para pedirte que te hiciera un cocido andaluz", comentaba el amigo y estudioso.

El mismo Carlos protagonista de la hermosa, hermosísima, carta que Paquita Aguirre, mujer de Félix Grande, escribió para la ocasión y que fue leída por la hermosa, hermosísima voz, del poeta y "descubridor de la obra de Ory", tal y como apuntaron la mayoría de los congregados. "No hay manera de recordar a Carlos sin pensar en los sueños" (...) "Carlos había nacido para vivir, para convivir, para contagiar la vida" (...) "Carlos reía y el mundo aumentaba"... También Grande recordó al "picapedrero de aerolitos", que definiera Téllez, y sus avatares con la censura en una graciosa historia de obstáculos.

"Ser poesía es ser sorpresa". Lo dijo Ory. Lo recordó Pont quien se encargó de la tarea de desnudar, en unos pocos minutos (las intervenciones tenían que ser muy breves) la base de la poesía del escritor total. Unos pilares donde el amor es "principio esencial", donde el amor "late como fundamento activo en todas las cosas". El amor como "imán" como "encuentro de contrarios". Amor y poesía "como proyecto de vida". Poesía abierta a la iluminación y al conocimiento interior. Su poesía, dijo al fin, "es una autobiografía espiritual".

Espíritu. Amor. Elementos (agua y viento, siempre). Y "ternura", que nos rememorara García Gil. La ternura del hombre y del escritor. Su "verdadero poder" no era otro que "esa mezcla entre dignidad y ternura" que disipaba toda sombra en una España oscura. Humor, velocidad. Como la de sus aerolitos, destacados por Ripoll que ve un paralelismo con su muerte que "cae" como uno de ellos, dejando "un hueco insondable en este planeta", una "brecha que no está vacía, sino llena de sus gestos y sus palabras".

Una brecha llena, para su hija, del "ruido de una máquina de escribir", el primer recuerdo de su padre y como siempre lo imagina, confesó. Llena, para el sobrino, de logros: "Él devolvió a la poesía de donde nunca debió salir, del corazón del hombre". Llena de cosas que no se dicen para Laura, su mujer, que emocionadísima sólo logró dar gracias, gracias y gracias. Y Polavieja y Aute, cantándole. Deslumbrados todos ante tanta lucidez.

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