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Al dictado de los monstruos

Literatura | Mary Shelley y Emily Brontë

Se cumplen 200 años de la publicación del 'Frankenstein' de Mary Shelley y del nacimiento de Emily Brontë

Ambas autoras crearon los perfiles de dos personajes que se han convertido en referencias dentro del imaginario de lo inquietante

La vida de Mary Shelley en imágenes. / Ilustración: Linda Bailey

Juntas forman dos de los más curiosos interrogantes de la historia de la literatura. Cómo Mary Shelley, una niña de 18 años, batió en su propio campo a autores como Shelley y Byron creando uno de los clásicos del terror, es una pregunta que aún intentamos responder. Idéntica cuestión es la que planea sobre las Brontë -especialmente, sobre Emily-: ¿cómo tres solteronas de mediados del XIX, que debían estar dedicadas a hacer puddings y quitarles garrapatas a los perros, concibieron un puñado de novelas tan tremendas y desestabilizadoras?

Curiosamente, la efemérides las reúne en distintos bicentenarios: en enero de 1818, salió de la imprenta Frankenstein o el moderno Prometeo. Este próximo 30 de julio, se cumplen 200 años del nacimiento de Emily Brontë. Oportunamente, varias novedades se unen para conmemorar a estas dos mujeres que crearon, sin saberlo, dos monstruos prototípicos: porque el Heathcliff de Cumbres borrascosas también constituía una aberración y su huella ha tenido, sin duda, más capacidad de ponzoña que la del renacido de Mary Shelley. La semana pasada se estrenó Mary Shelley, el biopic de Haifaa al-Mansour sobre la escritora; y la editorial Impedimenta traduce este otoño al castellano Mary, que escribió Frankenstein, el álbum ilustrado de Linda Bailey. Por su parte, Alba editorial recupera la traducción de Carmen Martín Gaite de Cumbres borrascosas, mientras que el sello Alma publica el próximo octubre una nueva edición del clásico en colaboración con la ilustradora Sara Morante.

Tanto la biografía de Mary Shelley como la de las Brontë tienen varios sustanciosos puntos en común. Todas ellas, las cuatro, vivieron una infancia alimentada por sus propias fantasías, en la que los límites entre imaginación y realidad podían llegar a ser bastante difusos. Y estaban, curiosamente, las tumbas. Tenemos la imagen icónica de Mary Shelley aprendiendo las letras sobre la lápida de su madre, como si estuviera convocando al hada primigenia de la Cenicienta -Mary Wollstonecraft era, sin duda, una presencia a ser convocada con urgencia-. En Haworth, la rectoría en la que vivían las Brontë, las tumbas del cementerio se veían desde las ventanas; y la muerte estuvo insistentemente presente en su vida, primero, con su madre; después, con Mary y Elizabeth, las hermanas que fallecieron durante la infancia.

Todas eran pues, también, huérfanas de madre. Y todas contaron con un padre que -activa o pasivamente- les dejó paso abierto en la biblioteca . Crecieron como en un vivero, alentadas por los vapores del romanticismo. Hay una diferencia, claro: Charlotte y Emily gustaban de la mitología byroniana, y desarrollaron protagonistas cortados según su perfil. A Mary Shelley no es que le gustara platónicamente lo byroniano, sino que desayunaba con el propio Byron -aunque hay que decir que Heathcliff, como personaje, se desayunaba a Byron. Dos veces-.

Imágenes para la novela de Emily Brontë / Ilustración: Sara Morante

Alrededor de estas mujeres, el mundo cambiaba, y la incomodidad que registran en sus textos surge de ese vértigo. La revolución industrial -con no poco quebranto: ahí estaba el pasado ludita de Patrick Brontë- empezaba a alterar para siempre los modos, los tiempos, el paisaje. Sin olvidar la fascinación temblorosa por la electricidad y el galvanismo, tan definitivos en la historia de Mary Shelley. El mundo cambiaba, sí, pero no lo suficientemente rápido: ninguna de las cuatro firmaría con su propio nombre sus primeras publicaciones. Frankenstein apareció como una obra anónima -se creía que el autor era Percy Shelley- y las Brontë publicaron, tanto sus poemas como el triple-decker que constituían Jane Eyre, Cumbres borrascosas y Agnes Grey, bajo los seudónimos de Currer, Ellis, y Acton Bell. De hecho, en cuanto se descubrió su género, lo primero que hicieron fue disculparse: Mary Shelley repetía una y otra vez que no entendía cómo se le había podido ocurrir algo tan impropio como un zombie eléctrico -la imaginación de la gente empezó a correr, y entre los rumores que la rodeaban estaba el de que viajaba con el corazón de su marido guardado en su escritorio portátil-. Y Charlotte, que sobrevivió a sus dos hermanas, excusaba cada vez que podía la brutalidad de la novela de Emily, que consideraba un trabajo "falto de madurez". La creencia generalizada era que Cumbres borrascosas la había escrito un "depravado". "Muy bien pudiera haberlo escrito un águila", decía Chesterton, rendido de admiración. Hay maltrato animal, maltrato a la infancia, terror psicológico, Heathcliff castiga de todas las maneras posibles a la mujer con la que se casa y a sus descendientes -el desprecio con el que trata a su propio hijo es pornográfico-. La novela recrea la evisceración de (y a manos de) un monstruo. En los dibujos que ha realizado para ilustrar la historia, Sara Morante ha escogido dos tintas, en negro y amarillo mostaza, para plasmar "esa estela de azufre y bilis que deja Heathcliff allá por donde pasa. Creo que estos dos colores, junto a los cardos y demás vegetación agreste, han conseguido reflejar esa atmósfera gótica, oscura, angosta emocionalmente hablando".

La dibujante distingue entre la lectura lúdica y la profesional, "que has de realizar estando mucho más pendiente de todos los detalles: los escenarios, la época, las estaciones, la personalidad de los personajes o sus tribulaciones, porque todo esto afecta a su aspecto físico". Aun así, confiesa que el acercamiento a Cumbres borrascosas le ha "sorprendido": "Toda la vida he escuchado que era una historia de amor y lo que yo he leído es una maravillosa historia de rencor y locura; es la vida de un hombre que decide vengarse y dedica más de treinta años a hacerlo. En clave de broma, siempre pienso que, si hubieran seguido juntos, Heathcliff y Catherine podrían haberse convertido en la primera pareja de los Moors (Moor´s Murders) -explica-.La perturbación de ella y la mezquindad de él los convierten en una pareja excepcional: son dos personajes difíciles de olvidar. Uno de los logros de la historia, de hecho, es que su protagonista te revuelve el estómago, pero la lectura tiene tal magnetismo que no la abandonas. Aunque mi empatía e interés van, sin embargo, hacia aquellos personajes que resisten y protegen o se protegen de la negra sombra que es Heathcliff, a pesar de tener una presencia más delicada y menos potente que los protagonistas".

"Merece la pena pensar cómo ha podido influir en la novela esa etiqueta de 'romántica'. Si la hubiera escrito un hombre, ¿se la habría calificado así? -continúa Morante-. No lo creo. Brontë narra sin juzgar y sin censurarse; deja que los personajes lo hagan. Construye unas personalidades, especialmente la de Heathcliff, coherentes y solventes: esa infancia de desapego y maltrato, esa falta de empatía y sadismo que viene después".

¿De dónde sacó Emily Brontë el retrato de un psicópata tan despiadado? Ella misma pasaba por ser una misántropa con momentos de crudeza insufribles -según testimonio de Charlotte, Emily se cauterizó al rojo vivo la mordedura de un perro; en una ocasión, llegó a pegar tan brutalmente a Keeper, su mastín (la criatura a la que más quería en el mundo), que casi lo dejó ciego, aunque luego lo veló y le curó las heridas-. Branwell, el hermano alcohólico y adicto al láudano que agonizaba de delirium tremens, podía también ofrecer un modelo bastante certero. Branwell bramaba, desquiciado, justo cuando las tres hermanas escribían sus obras maestras. Qué mejor refugio: quien ha sido rey de Gondal (o de Angria, o de Narnia), no deja de serlo nunca.

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