"Uno empieza a escribir para explicar y entender todo lo que le rodea"
El autor publica 'El anillo en el agua', una repaso por sus memorias de adolescente en el que refleja el Cádiz de la Transición. "Con 'Jaramago' ha sido la única vez que me sentido parte de algo", afirma
Son sus recuerdos pero él no es el protagonista. O, al menos, no es el protagonista absoluto: de ser algo, Rafael Marín sería el cronista. Marín saca a la luz, tras años de maceración, las memorias del adolescente que fue. Editado por el Servicio de Publicaciones de Diputación, El anillo en el agua lleva como epígrafe Memorias de la Transición en provincias. Una transición que tuvo la peculiaridad de ser triple: personal, política y social.
-¿Por qué la adolescencia, como marca de inicio, y no la infancia?
-Quizá porque era una especie de homenaje a mis amigos y a aquella época que nos hizo personas. Una época bonita, la de mitad de los setenta, que ha sido romantizada.
-Es curioso ver cómo, desde el principio, comienza una fuerte relación con las palabras. Desde ese preocupante 'Libertad no fascismo' sin coma a la experiencia con la revista, con 'Jaramago'....
-Y luego uno se dedica a ser profesor, movido en gran parte por ese amor a la palabra, y empieza a escribir para explicarse lo que le rodea, para cambiar lo que le rodea... Eso que dicen tantos autores, de que se escribe una primera novela en gran medida, para tratar de explicarse a sí mismo.
-Una curiosidad: ¿cuánta gente había en ese coro?
-(Risas) Al coro de la iglesia de Santo Domingo iban algunos amigos míos . Allí estaba también Juan José Téllez que con 17 años ya era un monstruo... Lo que tenía de excepcional para nosotros es que había niñas, claro. Más que un coro, aquello era una especie de asociación juvenil con música y buenas intenciones... Hoy en día, sería una ONG o algún grupo de scouts.
-Si hay algo más extraño que Téllez cantando, es Téllez disfrazado de Darth Vader....
-Bueno, cantar no cantaba mucho. Y a esa edad parecía, curiosamente, más mayor que ahora... Esos Carnavales, que además fueron los primeros Carnavales recuperados, fueron de los mejores que recuerdo. Ese momento surrealista, con los niños persiguiéndole porque en realidad creían que era Vader, malvestido con una capa verde porque entonces no había, por supuesto, disfraces 'oficiales'... es una de las cosas más increíbles que he vivido.
-Es significativo que el mejor ejemplo de que los tiempos estaban cambiando se lo diera ver cómics en otro tiempo impensables.
-Los cómics llegaron a España, como siempre, con retraso y con censura. Para colmo, fue el quince de junio del 77, el día de las elecciones generales, cuando yo me encontré con un cómic de Moebius y otro en el que se veía a Valentina desnuda, y tebeos de los que había oído hablar, pero que no había visto nunca... y supe que, a partir de ahí, todo sería diferente.
-El metalenguaje de Moebius en Rafa Marín...
-Fue un shock. Claro que ya antes había cómics muy buenos, Spiderman, el Capital Trueno, que yo amaba... Pero entre los setenta y ochenta se vivió una eclosión del cómic en España; la juventud más diferente y la gente contracorriente leía tebeos. Después, todo eso se inclinó hacia la música pop.
-"La ciudad no estaba ni viva ni muerta. Estaba medio zombie". ¿Lo sigue estando?
-Pues sí, lo sigue estando. Ese ombliguismo nuestro de "nos hundimos pero lo hacemos en alcohol", etc. Pero en esa época parecía que vivíamos un cambio profundo en la ciudad. La gente acudía a los recitales de poesía, tal vez por la novedad. Poco después, sin embargo, volvía a no ir nadie...
-El Rafael de 17 años se encuentra con el Rafael de casi 50, ¿qué piensa?
-Me he doblado, piensa. Yo soy el doble de lo que era yo, sobre todo, en tamaño. El Rafa Marín de ahora me diría que no hiciera dos o tres cosas, aunque sé que no me haría caso a mí mismo... Entonces, era muy idealista y ahora soy un cínico. Realmente, creía que el mundo podía cambiarse.
-La Generación del Choco Frito sonará mal, pero es más divertida que la Generación Nocilla...
-Fue algo tan surrealista como lo del Téllez de Darth Vader. Tú imagínate cuatro chavales en Puntales, dando una charla, que no habíamos escrito ni dos cosas cada uno, y nos dice el progre de turno: "¿Vosotros os consideráis una generación?". Y entonces Manolo Ruiz Torres suelta: "Sí, la generación del choco frito". Por supuesto, en la presentación del libro, pretendo invitar al personal a choco.
-Realmente, en la época había muchísimas revistas artesanales, como ahora foros y blogs...
-Sacar una revista literaria o un fanzine tenía una labor artesanal, de recortar, pegar, de gente que te paraba por la calle y te daba sus textos.... Era algo poético, muy bonito. Después llegaron programas como el Pagemaker, y creo que el último paso de todo lo que era aquello, ahora está en internet...
-Hombre, Internet da lugar a muchas más voces, pero tampoco el filtro iba mucho más allá antes...
-No, no iba mucho más allá en esas revistas, te lo aseguro. Y también permitía el feedback. Pero hacía más posible el sentido del grupo: tú firmabas dentro de un todo y lo mismo te tocaba defender algo que te daba igual. De hecho, yo creo que con Jaramago ha sido el único momento en mi vida en el que me he sentido parte de algo.
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