La “enorme fortuna” de Helena Pimenta
Artes escénicas
La directora, que estrenó esta semana su visión de ‘Historia de una escalera’, visita Festivalada, el Festival de Directoras de Artes Escénicas de Andalucía.
La vida de los objetos
Un repaso a las últimas décadas del teatro español tendría que citar por fuerza el fabuloso trabajo de Helena Pimenta en este tiempo, pero la directora entró en contacto con la escena por casualidad, cuando sacó una plaza de profesora en Rentería y pensó que los diálogos de algunas obras servirían como “instrumento de aprendizaje de un idioma extranjero”, ayudarían a que “los chavales sintieran que una lengua es algo vivo, no una cosa encerrada en un libro”. Pimenta (Salamanca, 1955) tuvo entonces “la enorme fortuna de descubrir una profesión que me ha hecho muy feliz”, aunque “a veces me asusto, y cuando estoy montando un espectáculo me digo: Nunca más, esto es un sufrimiento increíble”. Pero, más allá de esas renuncias momentáneas “ante las que se ríen mis hijos y mi chico”, la veterana sabe que no puede desligarse de una labor apasionada que percibe ya como parte de su identidad. “Yo era graciosa y expansiva en el autobús cuando iba a jugar a balonmano, no puedo decir que fuese una persona reservada, pero donde empecé a expresarme frente al mundo, realmente, fue en un escenario”, declara.
Pimenta visitó ayer la primera edición de Festivalada, el Festival de Directoras de Artes Escénicas de Andalucía, para ofrecer una charla y compartir en la Fábrica de Artillería su experiencia en proyectos en los que ha estado al frente como Ur Teatro o la Compañía Nacional de Teatro Clásico, una sólida y aplaudida trayectoria que tiene en su versión de Historia de una escalera, de Buero Vallejo, estrenada esta misma semana en el Teatro Español, la última parada. La directora se remontó a los comienzos en Renteria, en aquel instituto “de un barrio de inmigrantes de Extremadura y de Castilla, en un pueblo muy marcado por la violencia. En un principio la propuesta se limitaba a los estudiantes de francés, después vinieron los de inglés, y después se sumó todo el centro... En esos ensayos descubrimos un espacio para conversar muy sanador, un lugar de paz”, expone la creadora sobre una propuesta que recibió un premio del Ministerio de Cultura a la mejor experiencia pedagógica y que daría pie a un extenso grupo que saldría de gira con obras como El avaro de Molière, La cantante calva y La lección de Ionesco y Esperando a Godot de Samuel Beckett.
El entusiasmo que le genera el proceso creativo hace que Pimenta abandone la docencia y se centre en su carrera como directora de escena. “Hasta mi hijo me preguntaba de qué íbamos a vivir”, rememora sobre esa apuesta que podría calificarse de temeraria pero a la que el tiempo y las extraordinarias críticas que recibe su compañía, UR Teatro, le dan pronto la razón. Aunque esos profesionales que estaban empezando conocieron también la calamidad y el espanto en sus primeras funciones en los teatros profesionales: “La escenografía tenía ruedas y cuando empezamos los ensayos vimos que se volcaba y que rodaba por el escenario, después un actor metió el pie en un cubo... Pero aprendimos: desde entonces jamás he ido a ningún sitio sin tenerlo todo medido y calculado”. Su exitosa trilogía de Shakespeare, que encadenó Sueño de una noche de verano, Romeo y Julieta y Trabajos de amor perdidos, confirmó los mejores pronósticos y forjó en el grupo “un compromiso con el hecho escénico, una gran responsabilidad. Para mí, un ensayo es algo valiosísimo, y una función, vaya la gente que vaya”.
De su etapa al frente de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, que dirigió entre 2011 y 2019, valoró la relectura que pudo hacer en favor de algunos personajes femeninos. “En El alcalde de Zalamea hay un texto bellísimo de Isabel, que tras sufrir una violación sabe que vendrán a matarla para cumplir las leyes del honor de su pueblo. Muchas versiones suprimían ese fragmento porque es muy lírico, y yo quise mantenerlo. Después de ver el espectáculo alguien dijo que la actriz no estaba tan buena como para ser violada”, lamentó la directora, que también pudo reivindicar a Diana, la condesa de Belflor, la protagonista de El perro del hortelano, “que había sido habitualmente tratada como una histérica”. La ganadora del Premio Nacional de Teatro cae en la cuenta, pasado el tiempo, en que desde el principio se preocupó de conceder su lugar a las mujeres: “Cuando empezaba montamos un Esperando a Godot con actrices porque ellas eran las que hablaban mejor francés. No tuve miedo de que Vladimir y Estragón no fueran interpretadas por hombres”.
En Historia de una escalera, “sin haber tocado el texto, hemos conseguido expresar las inquietudes de las mujeres de hoy a través de las mujeres que nos precedieron”. Pimenta admite que al principio “tuve un problema con el lenguaje sencillo de Buero, estaba acostumbrada a un tono más poético. Pero de pronto conecté y sentí que me estaba doliendo, que recordaba a mis padres, a los abuelos, que me dolía este país y el daño que nos hemos hecho los unos a los otros”.
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