"El cura pedófilo no es un monstruo, y eso es lo más horrible"

Entrevista con Francisco Vázquez | Autor de 'Pater infamis'

El catedrático de la UCA Francisco Vázquez pubica ‘Pater infamis’, una investigación en la que confronta pasado y presente de la imagen social de los abusos a menores en la Iglesia católica

El catedrático de la UCA Francisco Vázquez, en la Facultad de Filosofía y Letras, con su libro 'Pater infamis'.
El catedrático de la UCA Francisco Vázquez, en la Facultad de Filosofía y Letras, con su libro 'Pater infamis'. / Loreto Camacho

Cádiz/En 1961 Stanley Milgram demostró con su experimento de descargas eléctricas la disposición de un ser humano a obedecer las órdenes de una autoridad aun cuando estas pudieran entrar en conflicto con su conciencia. En las mismas fechas, Adolf Eichmann estaba siendo juzgado por el genocidio contra el pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial y, un par de años después, la filósofa y periodista Hannah Ardent, que cubrió dicho proceso, acuñaba aquello de la banalidad del mal, una expresión que señala que cualquier hombre común, incluso un buen padre de familia y obediente funcionario, puede ser capaz de los actos más atroces en su afán por cumplir órdenes sin plantearse su fin. “Lo terrible no son los monstruos, son las personas corrientes. Creo que la imagen del cura pedófilo como un monstruo, como una manzana podrida, es una estrategia que ha favorecido al poder eclesiástico para obviar el fondo de la cuestión sobre los abusos a menores en el seno de la iglesia católica, ha servido para encubrir un sistema. El cura pedófilo no es un monstruo, como no lo era Eichmann, y eso es lo más horrible”.

En el patio de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Cádiz, al que ya han vuelto los alumnos y, con ellos, la vida, el catedrático Francisco Vázquez reflexiona sobre los motivos que le han llevado a escribir Pater Infamis: Genealogía del cura pederasta en España (1880-1912), publicado recientemente en Cátedra, un libro donde “no hay juicios de valor” pero tampoco equidistancia porque tiene como objetivo “cuestionar esa imagen un poco estereotipada del cura pedófilo como una especie de monstruo o depredador y ayudar a mirar hacia los mecanismos institucionales que dentro de la Iglesia católica habría que cambiar para que esto no se favoreciera”. “Es que a veces se confunde la imputación de responsabilidad, que obviamente es para la persona que ha cometido el delito, con la explicación del fenómeno social que, además, es lo único que nos puede ayudar si de verdad queremos atajar el problema”, argumenta el profesor de Filosofía de la UCA.

Y es que a día de hoy –la Iglesia católica acaba de reconocer 220 denuncias a curas españoles por abusos sexuales a menores desde 2001– los poderes eclesiásticos no parecen asumir que existe un problema en la institución sino que se trata de personas “que ya venían dañadas y que el problema es que han entrado en la iglesia”. Mientras que, por el lado más integrista católico, “se intenta que se identifique el problema de la pederastia con la homosexualidad, como algo que ha venido por la relajación que implicó el Vaticano II y que favoreció que se construyera un lobby gay dentro de la iglesia con la idea, también, de que no hay diferencia entre inclinación homosexual e inclinación hacia menores”, explica.

Por ello, el docente firma un estudio, basado en una investigación que le ha llevado “unos tres años”, donde analiza “cómo se ha construido el problema del cura pederasta en España –el fenómeno ya existía pero, ¿cuándo se percibe en la sociedad como un problema?– comparando la percepción social que se tenía en el pasado con el presente”, describe.

“El peso de la iglesia en los medios de comunicación”, “la no competencia con otras confesiones”, “la poca tradición del periodismo de investigación” en nuestro país o la creación tan tardía (año 2019) “de la asociación de víctimas” son algunos de los factores que señala Vázquez como causantes de que este escándalo tardara tanto en saltar a la primera línea de la actualidad española, en comparación con otros países como Estados Unidos.

Eso en nuestro tiempo porque, como demuestra el profesor en Pater Infamis, en pleno periodo de la Restauración, en el contexto de las contiendas culturales entre clericalismo y anticlericalismo en el tránsito del siglo XIX al XX, los abusos a menores por parte de los sacerdotes copaban, en no pocas ocasiones, los periódicos.

De hecho, ahí reside el corazón de este libro que, además de detallar cinco casos de abusos por parte de curas que tuvieron gran impacto en la prensa de la época, revela cómo eran considerados estos delincuentes, como monstruos sí, pero sobre todo, y sorprendentemente para nuestros oídos del siglo XXI, “como enemigos de la raza y de la nación”.

“En torno a 1880 había una prensa anticlerical muy potente, sobre todo desde el republicanismo más radical de Lerroux, Blasco Ibáñez, que saca el problema a colación”, contextualiza el profesor que recuerda que entonces la religión casi era “una cuestión femenina” pero, a la vez, “existía la idea de que el cura, a través de la mujer, desafiaba la autoridad del cabeza de familia y, encima, accedía a los secretos de la cama a través de la confesión”, por lo que el tema de los abusos a los niños es una pieza más de “colonización” y “control”.

“Lo que se decía es que el cura que atacaba a los niños los afeminaba al tener relaciones con ellos y los hacía, por tanto, inútiles para la familia y para los trabajos. Así los curas aparecían entonces como enemigos biológicos de la nación al servicio, encima, de una potencia extranjera como era el Papado”, es una de las muchas revelaciones del autor de una investigación apasionante en la que conoceremos al hermano Flaminio, al sacerdote Doroteo, al cura Meliá, el caso de Pedrín, el niño del Escorial...

Vázquez, como buen profesor, estudia el pasado para entender el presente. Las continuidades (que el celibato provoca este tipo de abusos, la tendencia de los medios a coger el caso extremo como el representativo...) y las rupturas de la percepción de un problema que lleva instalado en la iglesia católica siglos y que no desaparecerá hasta que se aborde desde el saneamiento de las estructuras.

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