La escultura eterna e influyente

Artistas de Cádiz | Augusto Arana

La obra de Augusto Arana, escultor de Trebujena, nos sitúa en los parámetros expectantes del mejor abstracto

El escultor Augusto Arana.
El escultor Augusto Arana.

En el contexto general del arte contemporáneo, la escultura es, por su poco uso, la hermana pobre de las expresiones artísticas. Si se deja a un lado las obras religiosas que encargan las múltiples asociaciones parroquiales, las hermandades y las cofradías que, actualmente, tanto proliferan por todo el territorio español, algunas no sabemos muy bien por qué y para qué –hoy existe un culto ficticio a los esplendorosos semanasanteros con una más que controvertida espiritualidad–, la escultura es una rara especie en manifiesto peligro de extinción. Las causas no pasan desapercibidas para casi nadie: materiales muy caros, difíciles de manejar y almacenar, supremacía absoluta de las nuevas tecnologías, cambio radical en los conceptos plásticos y estéticos, ejercicio material laborioso… También, si se me permite, poco interés por parte de los autores en entrar en la dinámica de tan dura y compleja materialidad y, por supuesto, no hay que olvidarse de ello, escaso mercado para una producción que ya no goza siquiera de aquellos presupuestos con que ayuntamientos de otros tiempos contaban y que adquirían piezas –la mayoría de pésimo mal gusto– para llenar las infinitas rotundas con las que los responsables de los municipios pretendían la regulación del tráfico, además de darse cierto tono cultural que los ennoblecieran. Lo cierto es que la escultura, últimamente, se encuentra muy de capa caída. Muy lejos quedaron, ya, los grandes episodios escultóricos de tiempos pasados.

En la provincia de Cádiz, sin embargo, todavía podemos encontrar autores que siguen manteniendo alto el pabellón de la escultura, Jaime Pérez Ramos (Algeciras), Antonio Aparicio Mota (San Fernando), Sylvain Marc (La Línea) y Augusto Arana (Trebujena), entre otros. Todos aportando entidad y trascendencia a una realidad escultórica bajo mínimos.

Augusto Arana es gaditano de Trebujena y desde allí –y desde hace muchos años– mantiene a la escultura moderna en su más alto grado de artisticidad. Es escultor escultor; es decir, aquel que domina la materia plástica, que organiza adecuadamente los volúmenes, que adecua los ritmos escultóricos al espacio envolvente, que conoce los rigores de la tridimensionalidad y que, como es su caso, desentraña los valores no representativos de un supremo ejercicio abstracto. Por todo ello, la gran escultura no tiene secretos para un artista que posee un lenguaje preclaro, intenso, justo y lleno de solvencia creativa. Es por lo que la obra de Augusto Arana no pasa desapercibida en el contexto general de la escultura española. Su currículum así lo atestigua. Por citar sólo los reconocimientos del último año hay que señalar el primer premio de escultura a la obra ‘Alaxus’ en la trigésimo primera edición del Certamen Ciudad de Álora; primer premio de escultura Peña de Martos para la realización de un monumento en la plaza Llanete de esa ciudad –la obra ‘Encuentro’, en acero corten, ya está colocada en la población jiennense–; así como el Premio Alfonso y Alejandra de León de la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría de Sevilla –primera vez que se concede– a la obra ‘Ícaro’. Impresionante palmarés en un tiempo poco proclive, con la pandemia haciendo estragos.

La escultura de Augusto Arana nos sitúa en los parámetros expectantes del mejor abstracto, ese que define lo esencial, lo emotivo, las perspectivas del espíritu; que rompe los esquemas de lo concreto para plantear situaciones mediatas, con la fortaleza de la materia plástica disponiendo sus máximos recursos formales. El artista manipula el elemento conformante, dulcifica las fórmulas extremas del hierro y del acero, extrae las serenas calidades de la madera para que ejercen la más apasionante dimensión escultórica, esa que hace evocar, desencadenar los registros más inquietantes y despejar los horizontes de un arte donde los perfiles físicos están perfectamente acondicionados a la proyección conceptual de la obra. Por todo ello, Augusto Arana se nos presenta todavía más como escultor grande; un autor clásico que se empeña en mostrar las grandes circunstancias de la escultura de siempre, esa que tanto echamos de menos y que tan difícil se nos hacen en la actualidad.

Es escultor de sentimiento, de absoluta conciencia plástica, de hacer disfrutar de los elementos escultóricos con el sutil sabor de la forma inquietante; es artista de gran lucidez, capaz de velar las formas de lo ausente, de trasladar al plano visual los argumentos provocadores de una idea, de materializar los gestos imperecederos de la emoción. Es, en definitiva, el escultor que descubre la inmaterialidad de lo material, lo que queda envuelto por los registros de una plástica que el autor plantea con un ejercicio volumétrico adecuado sustentado por la sucesión de espacios rectos y curvos que interactúan entre sí posibilitando un importante juego de formas pulcramente distribuidas.

Augusto Arana nos vuelve a situar en esos segmentos que parecen perdidos entre tanta maraña artística reinante y que hacen de la escultura esa manifestación expectante de belleza absoluta, donde se compacta la emoción de la materia plástica, la racionalidad geométrica y el espíritu de la forma. O dicho de otra manera, donde la escultura nos vuelve a situar en ese feliz sistema de estructuras perfectamente conjugadas para que desentrañen el eterno sentimiento de la plástica con mayúsculas. Con Augusto Arana, a pesar de todo, la escultura existe y, con artistas como él, permanece viva, activa e influyente.

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