La festiva realidad de Pepe Cano
Arte
El pintor linense muestra su particular iconografía en la sala Arteadiario de Jerez
No es, ni mucho menos, un total desconocido en la pintura de la provincia de Cádiz. Yo diría que Pepe Cano es de los nombres propios del arte gaditano que más tiempo lleva ofreciendo su particularísimo lenguaje y su irónica visión de esta sociedad a la que le sobra argumentos para situarla en un surrealismo de claras posiciones. El pintor de La Línea ha sido asistente, durante las últimas tres décadas, a cuantos encuentros artísticos tenían lugar en esta amplia zona, sin duda, una de las más activas del territorio español; dinamismo que posibilita una oferta amplia y variada donde los más diversos planteamientos del arte más inmediato encuentran acomodo.
La pintura de Pepe Cano no es mejor ni peor que la de los demás; lo que sí posee es un desarrollo iconográfico muy particular que la diferencia de lo que los demás realizan. Su lenguaje es único, personal e intransferible. Sus personajes –cada vez más– responden a un ideario estético que podríamos definir a lo Pepe Cano. Y es que sus personajes desentrañan un desarrollo visual que no pasa desapercibido para nadie. Son hombres y mujeres muy definidos, con rasgos similares, grandes ojos habitualmente llenos de expresividad y marcados por la brillantez de sus colores claros que destacan en la palidez acentuada de los rostros. Todos ellos son protagonistas de felices situaciones, llenas de ironía, dobleces y surrealistas posiciones que ejercen una festiva influencia cómplice con el espectador.
Pepe Cano nos tenía acostumbrados a unas bellas historias, salidas de importantes obras literarias –El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez o aquella otra, sacada de los evangelios apócrifos, titulada De Locura y Santidad– o, simplemente, extraídas de ambientes que, de tan cercanos, adoptan un feliz matiz surreal –en este sentido no nos podemos olvidar de aquella magnífica serie, Sábanas y Cobertores, que, todavía, muchos recuerdan y que se presentó en La Pescadería jerezana. Todas estas obras estaban protagonizadas por sus ilustres personajes que dejaban traslucir jugosas galerías de actitudes donde la realidad ficticia de los asuntos novelescos o de tanta cercanía, se veía potenciada por el propio sentido narrativo que generaba el alambique creador de Pepe Cano. Para esta ocasión, el artista insiste en ese relato transgresor de lo inmediato que nos lleva a jocosas situaciones donde todo queda supeditado a esa poderosísima realidad a contracorriente llena de felices encuentros que insisten en ese surreal patrimonio generado en ese entorno tan determinante.
En esta exposición nos volvemos a encontrar con la particularísima iconografía de un pintor que ha permanecido fiel a su ideario creativo, con una evolución minuciosa y acertada, siempre buscando que sus formas se adapten a esa síntesis que tanto caracteriza su pintura. De nuevo nos encontramos con unas felicísimas obras, que dan frescura a una pintura habitualmente bastante encorsetada y elitista. Pepe Cano es un relator mágico de historias sencillas protagonizadas por gente sin reveses, claros y mirando a la vida directamente; sus personajes, a fuerza de reales, plantean los registros más surreales de esa sociedad a la que representan.
El pintor linense, pieza importante en ese desarrollo artístico que, desde finales de los ochenta, tuvo lugar en la zona campogribaltareña, cuando el gran Manolo Alés ejercía de maestro dinamizador de un arte que, desde allí, se hizo grande. Pepe Cano formó parte de aquella pléyade de buenos creadores que impulsaron la plástica de una zona que, en lo que respecta a lo artístico, fue pura referencia y modelo a seguir. Junto a los Sylvain Marc, Jaime Pérez Ramos, Pepe Barroso, José Antonio Pérez de Vargas, Evaristo Bellotti, Pepe Guerra, Antonio Rojas, Manolo Cano, Juan Gómez Macías, Javier Velasco, Luis Maraia, Alberto Ceballos, entre otros, Pepe Cano vivió los momentos más esclarecedores e iniciáticos de la contemporaneidad artística de aquella zona privilegiada. Ahora, felizmente, lo tenemos en Jerez con su pintura personal e intransferible, llena de bellos encuadres que invitan a una cómplice sonrisa.
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