Gene Hackman: siempre grande, aunque el cine se hiciera pequeño
Obituario
El intérprete, encontrado muerto junto a su mujer, fue un grandísimo actor dúctil que imponía su inmenso talento y su poderío dramático
Encuentran muertos en su casa a Gene Hackman y su mujer
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Suena David Shire interpretando al piano la música de La conversación, una de las más sobrias, inteligentes y desoladoramente eficaces bandas sonoras de la historia del cine compuesta para la que para mí es, junto a los dos Padrinos, la mejor película de Coppola, mientras me pregunto cuándo descubrimos a Gene Hackman. Tuvo unos inicios tardíos -se dedicó a la interpretación cumplidos los 30 años- y difíciles, escalando peldaño a peldaño los escalones del aprecio como secundario, la valoración como actor principal y la popularidad y la fama de una estrella.
Probó en teatro en Nueva York, fracasó en sus inicios en el cine y en la televisión en Hollywood, aunque logró participar en papeles muy discretos en algunas grandes producciones como Lilith (Rossen, 1964) o Hawai (Roy Hill, 1966); volvió a los escenarios de Broadway sin lograr imponerse como primera figura y -por fin- un productor reparó en él para interpretar al hermano de Warren Beatty en Bonnie y Clyde (Penn, 1967), enorme éxito (y en mi opinión película sobrevalorada aunque muy representativa del momento que vivía la desconcertada industria tanteando los gustos del nuevo público tras el ocaso de los grandes estudios) que le valió la nominación al Oscar al mejor actor de reparto. Tenía 37 años. Y fue entonces cuando reparamos en él por primera vez.
Pero para perderlo relativamente de vista en los siguientes cuatro años en los que, a la vez que aparecía en episodios de Los invasores o Yo soy espía, se fue afirmando como secundario con posibilidades cada vez mayores de ser una primera figura. Su gesto rudo, su voz profunda y su corpulencia le hacían adecuado para papeles de malo, lo que podía representar una oportunidad y a la vez ser una condena al estereotipo. Tras Bonnie y Clide quienes fuimos coetáneos de su ascenso lo reencontramos en un gran papel dramático junto a Burt Lancaster y Deborah Kerr en la muy tan apreciable como injustamente olvidada Los temerarios del aire (Frankenheimer), junto a Robert Redford en El descenso de la muerte (Ritchie) o junto a Gregory Peck en Atrapados en el espacio (Sturges), las tres de 1969.
Su nombre ya había pasado de la letra chica de los secundarios que figuraban en los carteles bajo el título de la película a ir sobre él junto a los de las estrellas. A esas alturas Hackman era para el gran público ese buen actor cuyo nombre no acaba de recordarse. Volvió a ser nominado a mejor actor de carácter por su intensa interpretación del hijo de un anciano dominante -el gran Melvyn Douglas- en Nunca canté para mi padre (Cates, 1970). Hasta que, por fin, William Friedkin le ofreció el papel del detective Jimmy Popeye Doyle en esa extraordinaria película e inmenso éxito que fue y es The French Connection (1971) que le valió la popularidad y el Oscar al mejor actor.
Su popularidad fue reforzada un año más tarde por La aventura del Poseidón (Allen, 1972) a la vez que en 1973 su papel de vagabundo junto a Al Pacino en la minoritaria pero prestigiosa Espantapájaros (Schaztberg, 1973), ganadora de la Palma de Oro en Cannes, le daba prestigio. Y entonces vino La conversación (1974) de Coppola, una obra maestra -variación sobre Blow Up cambiando fotografía por microfonía en los tiempos del Watergate- que pasó como de puntillas para el gran público, como espachurrada entre los dos Padrinos, pero ganó la Palma de Oro en Cannes y nos fascinó y conmovió a muchos. Coppola descubrió la brecha de vulnerabilidad en el rudo Hackman, quebrando su robusta presencia, aislándolo en una soledad feroz, atormentándolo con un dilema ético que estaba ausente de la película de Antonioni. En estos tres saltos –Bonny y Clyde, French Connection y La conversación, entre 1967 y 1974, Hackman quedó ya del todo definido como un grandísimo actor dúctil que imponía su inmenso talento y su poderío dramático -con un punto de crueldad y cinismo- de su presencia en pantalla.
Hackman podría decir, como la Norma Desmond de 'Sunset Boulevard': “Yo soy grande. Es el cine el que se ha hecho pequeño”.
Administró con sabiduría su carrera en papeles de grandes producciones populares, desde Superman (Donner, 1978) a Marea Roja (Scott, 1995), y en películas relativamente más minoritarias, desde La noche se mueve (Penn, 1975) a Al caer el sol (Benton, 1998) que ofrecían más matices a su inmenso talento. Con un punto altísimo en Sin perdón (1992) en la que, al igual que Coppola desveló su vulnerabilidad, Eastwood exprimió sus posibilidades como intérprete de un personaje duro, cruel y cínico dándole el papel del sheriff Little Bill Daggett, que le valió su segundo Oscar, esta vez como actor de reparto.
El valor mayor de Hackman no era hacer grandes interpretaciones en grandes películas, sino hacer grande cualquier personaje agrandando la película quizás menor en la que interviniera. Sus malos y/o duros en los thriller policíacos, políticos o judiciales Al cruzar el límite, Cámara sellada, Poder absoluto, Enemigo público, Bajo sospecha (pese a sus carencias, ¡qué duelo entre Hackman y Freeman!) o El jurado -todas de entre 1996 y 2003- hicieron más grandes películas convencionales.
En 2004 decidió retirarse sin que nada ni nadie -y su amigo Eastwood, entre otros, lo intentó varias veces- lograra convencerlo. Sus interpretaciones daban fuerza y hondura a sus personajes. Era grande por sí mismo, con independencia del personaje que le dieran o de quien lo dirigiera. Una rareza que muy pocos actores han logrado. Si en sus últimos años no encontró papeles a su altura -aunque, insisto, jamás hizo una mala interpretación- podría decir, como la Norma Desmond de Sunset Boulevard: “Yo soy grande. Es el cine el que se ha hecho pequeño”.
Por cuestión de mera justicia que casi nunca se hace no se puede homenajear a Hackman sin hacerlo también a los dos actores españoles que fueron su voz en la mayor parte de su filmografía: José Luis Sansalvador (1933-2006), que lo dobló 13 veces entre 1972 y 1988, y Camilo García, que lo dobló desde 1987 en 28 películas. Las circunstancias de su fallecimiento a los 95 años, junto a su esposa de 63, la pianista Betsy Arakawa, encontrados muertos en su villa de Santa Fe, no estaban aclaradas este jueves, aunque en principio se descartaba la violencia.
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