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El gran papel del teatro en Cádiz

Historia | Teatro

En el último tercio del siglo XVIII Cádiz vivió un sobresaliente momento cultural en el que coincidieron tres grandes teatros dirigidos a la alta burguesía: la Casa de Comedias, el Teatro Francés y la Ópera Italiana

Interior del Teatro Principal de Cádiz, 1856. / Manuel De La Escalera

Cádiz ha tenido un pasado esplendoroso. Es algo que no se puede negar y ahí están los libros de Historia para demostrarlo. Su situación geográfica fue clave para convertirlo en el epicentro del comercio en España. Eso se tradujo en riquezas de todo tipo para la ciudad y una de ellas, la cultural, y sobre todo, la teatral, vivió su gran momento en el último tercio del siglo XVIII.

En esa época Cádiz solo rivalizaba con Madrid, la capital de la Corte, en creación cultural. Alberto Romero Ferrer, doctor en Filología Hispánica y catedrático de Literatura Española de la Universidad de Cádiz, explica que Madrid era la capital política y administrativa y Cádiz la capital comercial, lo que se tradujo “en una actividad cultural sobresaliente” donde el teatro cumplía una función principal.

Tal era su importancia que “en una ciudad relativamente pequeña como Cádiz a finales del XVIII, teníamos tres grandes teatros: la Casa de Comedias o Teatro Principal, el Teatro Francés y el Coliseo de Ópera Italiana”.

La Casa de Comedias se encontraba ubicada en lo que ahora sería el Centro Integral de la Mujer, en la plaza del Palillero; el Teatro Francés en las antiguas dependencias de Diario de Cádiz, en la calle Ceballos, y el Coliseo Italiano en el Centro Municipal de Artes Escénicas de Arbolí.

Obviamente los repertorios y la lengua cambiaban dependiendo del escenario, aunque todos tenían un mismo público objetivo: la alta burguesía. En el Teatro Principal se ponían en pie comedia y drama de autores nacionales; en el francés, comedia y ópera del país vecino; y en el italiano, grandes óperas del siglo XVIII.

Aunque la clase social era la misma, cada uno de ellos estaba enfocado a un espectador. “Al Teatro Francés acudía la colonia francesa asentada en la ciudad, mientras que al italiano iban los grandes comerciantes italianos afincados en Cádiz en el siglo XVIII. En el Teatro Principal se podía ver a la media y alta burguesía local”.

Telón del Teatro Principal de Cádiz, 1856. / Manuel de la Escalera

La riqueza que suponía ser el puerto más importante de la península ibérica supuso la llegada de obras muy modernas y de temática muy diversa. “El repertorio era muy heterogéneo, muy plural, muy cosmopolita, muy heterodoxo. Aquí se estrenaban obras de Voltaire o Molière, en el Teatro Francés. En el Principal las temáticas eran muy diversas: desde Lope de Vega a Tirso de Molina pasando por Calderón o Agustín Moreto, hasta llegar a nuevos autores como Moratín o Quintana. En la ópera italiana los textos lo lideraban autores como Pietro Metastasio”, afirma el historiador.

Cádiz era un lugar de referencia para las compañías nacionales y extranjeras que, en la mayoría de los casos, estrenaban sus obras en la ciudad antes que en Madrid para contar con el beneplácito del exquisito público gaditano. “De aquí salen importantes cómicos y cantantes como Manuel García, un sevillano que dio sus primeros pasos en este mundo teatral gaditano para convertirse después en uno de los grandes nombres de la ópera en la Europa de la primera mitad del XIX. También surgió el sainetero Juan Ignacio González del Castillo, autor de ‘El café de Cádiz’ y ‘La casa de vecindad’, piezas breves que reflejaban bien la vida diaria, especialmente la popular, del Cádiz de finales del XVIII”.

Buena muestra del éxito del teatro lo demuestra que cada compañía representaba su repertorio dos veces al día, los fines de semana hasta en tres funciones diarias, en coliseos con capacidad para más de 1.000 personas cada uno de ellos. “Comparado con la población de la época y los sectores sociales que acudían, estamos hablando de una actividad muy densa”.

Alberto Romero señala que los testimonios de viajeros de la época hablan de edificios “muy bien construidos, bastante cómodos y con una cierta ostentación. Eran teatros grandes que dialogan muy bien con el entorno urbano pero con un interior que llama mucho la atención”.

Alberto Romero Ferrer, catedrático de Literatura Española de la UCA. / Jesús Marín

Acudir al teatro era, sin duda, un signo de ostentación que la alta burguesía no dejaba pasar. “Las funciones se realizaban con las luces encendidas, entonces era una ocasión para que el público se buscara y se reconociera. Tenía un fuerte componente de sociabilidad”.

Esa importancia y ese peso social llamó la atención de la clase clerical, que no dudó en alertar sobre el peligro que suponían algunos textos. “El teatro tenía un papel tan destacado que surgen figuras como Beato Diego de Cádiz, que dirigía buena parte de sus sermones contra el teatro por considerarlo corruptor y una forma de expresar nuevas ideas e ideologías, lo que para la Iglesia era algo muy peligroso”.

No obstante, estos remilgos no eran tan considerados a la hora de recoger beneficios, ya que el Teatro Principal estaba asociado a la Orden de San Juan de Dios, que veía crecer su patrimonio gracias a la venta de entradas y a los impuestos que pagaban las compañías. Aún así, los repertorios debían pasar una censura por parte de las autoridades civiles y eclesiásticas.

En los intermedios de las obras se representaban piezas cómicas de fuerte carácter popular, aunque los gaditanos menos pudientes apenas podían acudir al teatro. “El pueblo llano tenía acceso a la Casa de Comedias a través del gallinero, pero era más bien elitista y los sectores populares tenían otro tipo de diversión como los toros y los bailes populares”, subraya Alberto Romero.

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